jueves, 12 de marzo de 2009

LAS ESQUINAS


"¿Me extrañas?", pregunta ella cuando nos volvemos a ver, cuando nos sentamos en la banca del parque y vemos los zanates sobre los árboles y vemos a los niños jugando al lado de la fuente.
¿Me extrañas?, dice con una voz de lluvia vista a través de un cristal.
¿Qué extrañamos? Ayer necesitaba un papel y lo busqué con afán. Abrí gavetas, husmeé en la pila de periódicos viejos y, al final, ya casi a punto de rendirme, busqué en un cesto de plástico y ahí lo hallé. Pero no sólo hallé el documento, también descubrí el paraguas a su lado.
"No te extraño -dije- porque te pienso". Al pensarte, ¡te tengo! (esto ya no se lo dije, sólo lo pensé, como para aclarar lo que había dicho).
¿Extrañé el paraguas todo este tiempo en que no lo he necesitado? No. Apenas ayer "me extrañó no haberlo extrañado". Los objetos que no se necesitan no se extrañan hasta que se vuelven objetos necesarios de nuevo.
Mientras no necesité el papel viví tranquilo y sé que mientras no llueva viviré sin pensar en el paraguas. El día que asome el primer chubasco comenzaré a buscar el paraguas con desesperación (tendré que acudir a este cuaderno de apuntes para recordar que está arrumbado junto al cesto de plástico que lo compramos para colocar la ropa sucia. No sé en qué momento le cambiamos su vocación y le dimos uso de archivador).
"¡Miento, te extraño mucho, te extraño a cada instante y por esto te pienso!". Esto tampoco lo dije, es ahora que lo pienso, ahora que pienso en ella.
Cuando estuve fuera de Comitán extrañé mucho a este pueblo. Vivía "tranquilo" sin la tranquilidad que me otorga este pueblo.
Fue algo así como si siempre estuviera lloviendo y yo estuviera a resguardo viendo la lluvia a través del cristal. Nunca salía a la calle, no me gusta mojarme. Pero siempre, a cada instante, pensaba en un paraguas que no sabía bien a bien dónde estaba.
"No te extraño, porque te pienso", dije, y ella abrió el libro y comenzó a leer un poema de Octavio Paz, o ¿no era de él? ¿De quién era el poema que leía como si fuera un rezo? No lo sé, nunca lo sabré, porque la tarde era como una muchacha bonita, con su falda a cuadros, brincando sobre charcos que aparecieron sin que una lluvia previa los hubiera convocado.
"¿Me extrañas?". ¡Qué ganas de abrazarla y decirle que la extraño como mil peces, como mil ventanas cuando no estoy con ella! Pero no digo nada. Yo también abro un libro y leo, no sé qué leo, pero trato de hallar una palabra que la haga sentir la flor más amada, la lluvia sencilla más añorada.