jueves, 19 de marzo de 2009

Mujer ante un espejo


Soy hijo único, por lo tanto mi casa no tuvo más ramas donde colgar espejos. Mi madre y la sirvienta eran las únicas mujeres "de planta". De vez en vez se colaba alguna mujer de la cofradía de las eras: la salera, la tortillera (¡no, no!, nunca la ramera).
Mas un día, sin previo aviso, llegó a vivir una prima que no era mi prima. Ella estudiaba en Comitán, pero su casa crecía en otra parte. Mi mamá le dio alojamiento porque su mamá había sido su maestra cuando aquella era niña. La cercanía de los afectos nos obligó a considerarnos primos. Su presencia fue como una luz en medio de la sombra.
Ella es linda, la niña más hermosa que mis ojos vieron. Era dos o tres años mayor que yo y, cuando llegó a casa, tenía trece o catorce años pues estudiaba el segundo de secundaria.
Cuando ella se peinaba o tomaba el tubo con el rimel para las pestañas dejaba abierta la puerta del baño. Yo me acercaba, desde la puerta de madera con cristales florentinos en color verde la veía, era un sol que se desparramaba. Desde entonces sé que no hay mayor prodigio en la vida que estar presente en el momento en que una mujer se "mira" en el espejo. Esa hora íntima en que el mundo desaparece, en que no hay más diosa que esa agua que se refleja.
No sé porqué prodigio, la mujer asoma intacta en su reflejo. Cuando un hombre se para ante un espejo su lado izquierdo es el derecho. ¿Será por esto que siempre estamos sumidos en la confusión? La mujer se observa como una flor recién plantada.
Yo la veía como escribió el poeta, como "una lámpara de inacabable aceite". Ardía en su jugo, en su propia flama.
Nunca vi a mi mamá pintarse los labios frente a un espejo, o no lo recuerdo. En cambio recuerdo muy bien a mi prima. Tomaba el "bilé", el bilé rojo, se lo pasaba en los labios y luego, en un movimiento casi inadvertido por ella, se besaba a sí misma, con tal precisión, que el universo era ese labio superior jugando con el gusanito menor. Mi prima se besaba ante el espejo y yo la besaba con mi mirada. Luego ella tomaba el cepillo y se peinaba. Yo la veía plena, agradecido por dejarme que la espiara sin esconderme. Platicábamos. A ella le gustaba contarme cosas de su novio mientras yo veía su rostro desnudo ante el espejo. Imaginaba el resto de su cuerpo. Ya que el espejo del baño era de cuerpo entero yo sabía que antes que ella abriera la puerta para que yo, como pájaro en busca de alpiste, me asomara, ella se veía completa en un espejo nublado, casi discreto. Imaginaba que ella pasaba su mano sobre el espejo para eliminar el vaho. Así, siempre, vi que ella caminaba sobre la vida.
Desde entonces sé que no hay cosa más bella que una mujer desnuda ante el espejo.