miércoles, 4 de marzo de 2009

DEL MUNDO DE ALLÁ




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en palabras de cuento de Cortázar, y palabras de canción de Paquita la del Barrio.
Sería un desperdicio hablar acerca de la palabra Paca. ¿Merece alguna respuesta la pregunta: “Me estás oyendo, inútil”? Paca insultante, paca sin remedio; paca de heno, alimento de vacas.
La palabra Cortázar, por el contrario, merece un viento enredado en un globo azul. Su palabra tiene el aroma de un pan a las cuatro de la tarde en un patio cualquiera, donde los niños juegan, una pareja se toma de las manos y una señora teje, mientras al compás de la mecedora, escucha un disco de jazz.
La palabra Cortázar es como un viento elástico que trepa como papalote por los cielos de París y de Buenos Aires; se columpia como gota en los dinteles de las ventanas; juega traviesa y dibuja unos labios de mujer; se convierte en lenguaje secreto de amantes y crece como los hongos en medio de los pasamanos húmedos de París. Es un pasaje que une tiempos presentes y pasados para que el lector intuya el futuro y recorra autopistas congestionadas.
La palabra Cortázar es puente (un pont des arts), une los mundos de acá y de allá y es una barcaza color borravino en medio de la bruma del agua de un río de París.
Para palpar la palabra Cortázar basta abrir un libro suyo o partir un gajo de agua. La palabra subirá como un dedito de guante negro sobre otra mano enguantada que agarra un poste de vagón del metro de París. Porque la palabra dedito es como un fruto de luz.
Su palabra poesía fue una enredadera que nunca halló los pétalos del vuelo. En cambio, la palabra cuento tiene la humedad y la cadencia de la hierbabuena; la luz y el paso gato de un danzón o de un tango; huele a mate, a flor de pasadizo a las dos de la madrugada; huele a lluvia golpeando sobre las calles empedradas de la calle Maga, de la calle Rocamadour. Su palabra cuento cuenta la historia más bella jamás contada.
La mano que bendecía esa palabra murió hace veinticinco años. Sin embargo, como si fuera un huerto de menta, cada madrugada un lector baña de rocío esa palabra jitanjáfora que es un glíglico papel.
Parece imposible que una palabra alcance el ritmo de un tren sobre durmientes de agua; parece imposible que a una muchacha bonita se le agolpe el clémiso cada vez que su amado le relame las incopelusas. Pero como la palabra cuento de Cortázar es un dedito de guante negro ¡el prodigio es pan nuestro de cada día!
La palabra es un dedito, el dedito es travieso, juega como si fuera un gusano sobre un árbol de focos apagados.
Las lámparas aún están verdes y la niña tiene prohibido cortar esos frutos porque, si los come, puede enfermarse del estómago. La niña desespera. Quisiera que esas pomarrosas maduraran pronto, se llenaran de luz, para cortarlas, para partirlas en gajos y morderlas y mancharse la cara, las manos y la blusa con el jugo de esa luz ambarina, de esa claridad que está llena de palabras, de palabras que son como un pozo de luz.
La palabra es un dedito y ese dedo es la mano y esa mano es el huerto y ese huerto se llama palabra cuento, cuento Cortázar, corta al azar; invento que es reloj de mar.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: hombres que son como teatros vacíos, y hombres que son como el Estadio Manuel Reyna al tope.