lunes, 9 de marzo de 2009

EL BOSQUE DE PLÁSTICO


Este hombre, ¿sabe lo que hace? ¿Sabe que en su espalda carga una carga etérea? Nunca un hombre cargó una carga tan liviana, tan hija del sueño. ¿Sabe este hombre que arrancó un trozo de viento? ¿Que el bosque se quedó sin el hálito que este hombre se empeña en sembrar sobre el cemento?
No creo que lo sepa. Este hombre sólo sabe que carga jaulas. Ignora que las aves presas cuentan historias.
Desde lejos observé al hombre. No hallé en él ni un ligero atisbo de asombro ante el cuento que un mirlo contaba. Tal vez de tanto oír ya no oye nada.
¿Este hombre sabe que sus aves ya no llevan alas? Le bastó colocar una trampa en medio de la selva para cancelar sus vuelos, su vocación de cielo.
Desde lejos vi al hombre. Caminaba con paso lento. A su paso la gente admiraba el canto de las aves presas. La gente es piadosa. La historia nos ha demostrado que así es la gente. Cuando, en la Francia de los Luises, veía un condenado mostraba compasión. Al caer la guillotina, la gente cerraba los ojos por un instante, a Dios pedía misericordia por el condenado, y luego abría los ojos y estallaba en júbilo, en vítores.
Este hombre no lo sabe. Tampoco lo sabe la mujer que se paró a comprar un canario.
¿Lo sé yo? ¿Yo que ahora mismo veo al cotorro en su jaula adentro de la casa? El guazú no vuela, todo el día baja al piso de la jaula, picotea, luego sube a los palos, mueve la cabeza y silba. ¿Qué reclama en la historia que a diario cuenta?
Este hombre no sabe que todas las historias cuentan historias de alas y cielos extraviados.
Los hombres, también, todos los días contamos historias de alas y cielos extraviados. Debe ser porque un día tuvimos alas y somos seres extraviados que olvidamos el vuelo.