sábado, 28 de marzo de 2009

BAÑARSE EN LAS MISMAS AGUAS


Me dicen que hay más y yo lo creo. Leo a los demás, pero siempre acabo por volver con Cortázar. Debe ser una fijación. Tal vez confundo las cosas y creo que Cortázar es como el viento de mi pueblo o como el pan que prepara mi mamá o como el patio de juego.
Así como hay fanáticos que van todos los sábados a la cancha de fútbol o al billar o al pasto de la mujer amada, así yo acudo a cada rato al patio de la lectura.
Igual me sucede con la escritura, procuro que el acto de leer no caiga en lo rutinario. Sé que cada vez hallaré piedras redondas y aguas limpias. Sumerjo mis pies y, con ilusión, busco los lugares donde el río no esté muy hondo. Así soy, un lector sencillo. Nunca, nunca, he leído a los buzos que colocan los tesoros en el fondo de los mares profundos. Como no sé nadar prefiero la orilla simple, donde los árboles jalan el agua para su sed infinita. Ahí, entonces es donde Cortázar es como la rama más alta para mi vuelo. A pesar de que él siempre consideró que su escritura no concedía ninguna "concesión" al lector, yo lo hallo sin complicaciones. Un autor juguetón, por encima de todo.
Hay más, lo sé. Intento acercarme a otras orillas. Leo a Fuentes, por ejemplo, leo a Saramago. Leo todo lo que sea cuento. Soy un lector sencillo. Por encima de la novela me gusta el cuento, el knock out certero.
Ayer releí "Silvia", de Cortázar, y siempre que termino de leer alguno de sus cuentos digo: "¡Qué prodigio de cuento!". Debe ser algo así como un enamoramiento y, ya se sabe, cuando uno está enamorado diluye los defectos de la persona amada. Lo que sucede es que con Cortázar, a diferencia de mis mujeres amadas, sigo sin hallarle ningún defecto. Pucha, ¡qué amor tan raro, tan mar sin olas, tan lleno de almohadas!