domingo, 1 de marzo de 2009

HACE AÑOS





Hace años me dijo: "¡Mira, mira, son árboles de conejitos!". De esto tiene muchos años, era una niña apenas. Hoy ella estudia un doctorado en la Universidad y sus ojos miran otros cielos.
Pero los cielos de Comitán siguen enmarcándonse con estos árboles que, en esta temporada, se llenan de algodón, como si fuesen cunas para conejitos blancos.
Estos árboles tienen el nombre de Tenocté. ¿Qué significa esta palabra? No lo sé, pero debe estar relacionada con la espuma intocada, con la rama que Dios muerde todas las madrugadas.
El tenocté Florece justo antes de la primavera.
Su aparición nos recuerda la luz de la vida.
Los comitecos viejos cuentan que antes había un dicho relacionado con la lubricidad de la época de calor. Cuentan que cuando el tenocté comenzaba a florear las muchachas bonitas preparaban "su maletía" para huirse con el novio.
Este árbol nos recuerda que los hombres estamos hechos de carne y espíritu.
Con la carne damos gusto al regusto y con el espíritu comemos estos algodones inmaculados.
Hace apenas un año, en esta temporada, estaba en Puebla. Allá mis cielos tenían el color morado de las jacarandas.
Hoy, después de más de nueve años, mis ojos volvieron a llenarse de algodón.
Hace años, sorprendida, maravillada, me dijo: "¡Mira, mira, son árboles de conejitos!". Hoy volví a recordarla así, llena de vida, con la inocencia de sus trece años.
Vio a estos árboles como si sus flores fueran frutos, como si sus frutos fueran mascotas, como si el corazón del cielo fuera un sencillo altar para bendecir la tierra.
¡Tenocté! Un aceite para untar el alma; una palabra para acomodar la madrugada.