sábado, 21 de marzo de 2009

TEXTO PARA LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "LA DANZA DE LA LUZ", DE MIRTHA LUZ PÉREZ ROBLEDO - NOCHE DEL 20 DE MARZO - CASA DEL ARTE


Agradezco a la poeta Mirtha Luz la invitación para compartir.
No sé qué piensen sus mercedes, pero yo creo en las señales del universo. Hay misterios en cada hueco de nuestro mundo. No es casual que una pared sea un muro ciego y otra pared tenga una ventana desde donde se ve algo que define, a su vez, otra señal.
Estamos llenos de señales, de huellas inasibles, como polvo de estrella.
El día que Mirtha me dio su libro y leí el título, pensé que las señales, a veces, son demasiadas obvias y, por lo mismo, no las advertimos en toda su sencilla complejidad.
¿Han pensado alguna vez que el libro es como un muro? Si paro un libro sobre una mesa adquiere esa vocación que en los anaqueles se manifiesta de manera evidente. Un anaquel lleno de libros frente a una pared es una pared, tal vez más coqueta, tal vez más juguetona, tal vez más frágil y a la vez más cierta, pero no más que una pared que impide ver las humedades de la pared trasera.
Si paro un libro sobre la mesa el libro impide que yo vea lo que hay detrás. Se convierte entonces el libro en un gajo de misterio, en una señal encerrada en un laberinto invisible, en una simple pared.
Pero, ¿qué sucede cuando abro ese libro? El muro ciego se convierte, por arte de no sé qué magia, en una pared con mil ventanas. La luz no está encima, ni detrás, ni al frente, la luz proviene del interior, como si fuese un horno inagotable, eterno. ¿Qué prodigio produce este fenómeno? No lo sé. Hay señales que no tienen cabida en la gaveta del raciocinio.
El libro que Mirtha presenta hoy se llama: “La danza de la luz”. Este es un título que espantaría a Albert Einstein y que a Stephen Hawking pondría los pelos de punta. Un principio físico irreductible sostiene que la luz no danza, la luz no da vuelta en las esquinas. La luz es tan floja, tan lineal, que es inamovible, incluso, en la flama de la vela. Es su contraparte la que danza, la bullanguera, la que, a través del movimiento, trata de exorcizar su vocación de sombra. Mas sin embargo, la palabra luz, en los dedos luminosos de Mirtha, sí es ritual para llover pétalos de luz.
¿Danza la luz en el libro de Mirtha? ¿La palabra mete sus pies en un río que no lleva agua sino luz? ¿Cómo le hace la palabra de Mirtha para no ahogarse entre tanta flor iluminada?
Las respuestas a las preguntas anteriores serán contestadas por los críticos del futuro. Sé que no será hoy porque acá en nuestro pueblo existe carencia de críticos literarios. Nuestras paredes, en este sentido, son como muros ciegos. Pero sé que en las lunas por venir nuestras paredes engendrarán ventanas. Mirtha y muchos más están en el intento de sembrar luz. ¡Ah, qué osadía!
Soy un hombre que cree en el acto de leer como el acto más sublime entre el autor y el lector. El libro es el objeto que hace las veces de puente en esta relación íntima. Desde que el mundo de la lectura apareció los hombres reconocieron que no hay una lectura igual. De la misma manera que los hombres somos únicos, la relación que establecemos con la lectura es única.
Nadie acá puede decir qué hallará cada lector de los poemas de Mirtha, lo más que puede hacer alguien que se ponga acá en este sitio es contar su experiencia personal, pero, este acto corre el riesgo de confundir. Hay gente que, de pronto, se proclama guía de lectores. El libro de Mirtha, como cualquier otro libro, no es más que una laguna en donde cada uno nada como puede, como quiere y hasta donde quiere. Acá, lo único que yo vine a decir es: ¡Ya metí mis pies en estas aguas y no se cerraron mis ojos de pescado! ¿Tú, ya te mojaste en esta agua?
Yo soy un simple lector. Mirtha Luz lo sabe. Si hoy me invitó es porque sabe que mis dedos son ciegos pero buscan la luz. ¿Me permiten decir un absurdo? ¿Me permiten decir que todos los lectores tenemos los dedos de Borges, la oreja de Van Gogh, y sufrimos porque nunca de Borges ni de Van Gogh alcanzaremos la luz? Somos ciegos, pero nos empeñamos en hallar una hendija por donde se cuele la luz, no para ver, sino sólo para sentir un poco de calor, algo así como si nos acercáramos a un fogón con ollas donde hierve el café y las luciérnagas ensayan su vuelo mayor. La luz no danza, la luz no alcanza, y sin embargo, los lectores, de pronto, abrimos un libro y hallamos algo que es como un bálsamo para nuestros ojos ciegos.
¿La palabra de Mirtha logra la luz? Abro su libro, con los ojos cerrados (recuerden que tengo las yemas ciegas de los dedos, de los ciegos) y leo algo que es como un haikú: (cito) “Colibrí: Incesante abanico / a la vista del sol que se derrama”, y algo como una brasa ilumina mis estancias.
Entonces pienso que este poema es como una señal de buenaventura, y ustedes saben que yo creo en las señales.
Tal vez no es casual que Mirtha se llame Luz y que su luz huela como una flor de mirto que danza en el jardín de una vieja casona comiteca. Hay señales. Muchas gracias.