domingo, 15 de marzo de 2009

SEISCIENTAS ENTRADAS


Reviso el contador de este chunche y veo que la "entrada" de ayer fue la número seiscientos.
Me llama la atención el concepto de "entrada".
He entrado seiscientas veces a dejar esta suerte de mensajes.
¿Quién entra a este cuaderno de apuntes?
¿Hay alguien que, igual que yo, haya entrado las seiscientas veces a ver qué mensaje dejé?
Me encanta saber que no hay llave secreta. Me gusta pensar que acá puede entrar quien guste. Basta empujar la puerta y entrar. Esto último también me gusta.
Imagino que estos cuadernos de apuntes son como una ventana, como un aparador. Quien camina por la calle se acerca y ve desde afuera. Si alguien mira algo de su interés entonces empuja la puerta y entra.
Esto no es un "diario". No lo es porque siempre que escribo pienso en el otro; es decir, en quien hace el favor de entrar y leer.
¿El lector hace el favor de entrar? Sí, porque escribo para el otro, para quien entra. Pero nunca sé a ciencia cierta quien entra.
Me gustaría tener algo como una cámara a la entrada y ver quiénes son los lectores de este cuaderno, pero ello cohibiría a varios. A mí no me gustaría ser observado. Debe ser que muchos tememos descubrirnos siendo descubiertos.
Imagino ahora que hay una cámara en cada una de los aparadores que veo. He escrito mis gustos, pero no todos, porque esto no es un "diario". Oculto cosas. A veces paso por aparadores donde, por ejemplo, venden juguetes sexuales o se exhiben muchachas bonitas sin ropa (pucha, pucha, qué manera de usar palabras rebuscadas para ocultar ciertos vicios). A veces mis complejos me ganan y aún sigo siendo como los adolescentes de mis tiempos que entraban con pena a comprar un condón en la farmacia. Veo esos aparadores y disimulo, hago como si no mirara. A veces (miro a la izquierda y a la derecha), si no viene nadie por la calle entro a esos lugares, pero lo hago con cierto resabio de culpa, con el cuello de la chamarra hasta arriba para que no me reconozcan. Doy una mirada rápida y salgo.
Creo que lo mismo pasaría con varios de mis lectores. Nunca se sabe. Por esto es bueno que exista el anonimato. Mis lectores saben que no hay cámaras, que esta página está ubicada en un callejón solitario. La ventaja de este cuaderno es que tiene un dispositivo electrónico que se activa cuando un lector entra al callejón. En ese instante la puerta se cierra y ningún otro lector puede entrar hasta que el primero se retira. Esto permite que nadie interrumpa la lectura, que nadie se tope con el otro adentro. El lector, así, puede mirar a gusto, tocar a gusto. Al final si así lo desea puede tomar un gis y escribir un mensaje al estilo de aquéllos que se encuentran en las zonas arqueológicas de Chiapas: "Acá estuvo Mario, o Nicolás, o María, o Paco, o Mariana". Puede incluso, el lector, usar un nombre diferente al suyo, pues nadie sabrá en realidad su verdadera identidad.
¿Saben si en realidad yo uso mi verdadero nombre? ¿Saben si en efecto soy quien digo ser? ¿Nunca han pensado que cuando entran a este cuaderno de apuntes entran a la página de un hombre que suplanta la identidad de otro hombre?
Ninguna de estas preguntas pueden responderlas con certeza. Existe la posibilidad de que no sea yo quien digo ser, de que todo esto sea un invento y que, por esa maravillosa luz que se llama azar, mi vida coincida con la vida de quien ustedes creen que escribe esta bitácora.
De una o de otra manera hoy se cumplen seiscientas entradas; es decir, seiscientos momentos en que escribí para el lector que me hace favor de entrar a este cuaderno.
No tendría ningún sentido escribir para vos sin que vos me leyeras, sin que vos estrecharas esta mano que extiendo cada vez que acá anoto una palabra.
Gracias a vos existo, soy yo "y tu circunstancia".