martes, 10 de marzo de 2009

LOS MILAGROS DE LA CALLE


La calle es un animal. Cuando salgo de mi casa este animal me traga. A veces escucho que se refieren a la ciudad como "la selva urbana" o "la selva de cemento". La calle es el animal menos visible, pero más artero.
Carnívoro por excelencia, la calle no duerme. Se pasa todo el día engullendo y vomitando hombres y mujeres. Es rumiante, como las vacas.
No duerme un solo instante. Cuando en apariencia no tiene nada en su estómago, es más mortífero. Algo se agazapa en sus venas, algo como una baba pestilente escurre de las paredes de su estómago.
Como buen cazador tiene la habilidad de la paciencia. Sabe permanecer en silencio, con las luces apagadas, casi casi sin respirar.
Los hombres inventamos los ruidos para entretener su coraje. A diario le aventamos humo, carros, pequeños temblores que salen de las máquinas que hacen agujeros en el cemento.
Una vez, hartos de ser pasto de estas horribles vacas, los hombres decidieron no salir más a las calles. En la parte posterior de su casa improvisaron huertos donde sembraron papa, jitomate, aguacates y esa verdura del corazón que se llama betabel. Los niños corrieron felices por toda la casa porque ya no irían más a la escuela. Los hombres se comunicaron con sus vecinos a través de las bardas posteriores. Instalaron sitios de vigilancia sobre los techos de las casas. Desde ahí, desde sus atalayas, miraban cómo las calles quedaron sin su alimento diario.
Los días pasaron y las calles no hicieron ningún movimiento para conseguir su alimento, como serpientes dormidas seguían tendidas al sol y a la lluvia. Un día los hombres abrieron las ventanas de su casa y trataron de oír la respiración del animal. ¡No se oía nada! Pensaron entonces que las calles habían muerto de inanición. Abrieron las puertas de las casas y, con extrema precaución, volvieron a poner un pie sobre ellas.
En lo que narro a continuación no hay misterio. Todos sabemos que las calles ¡seguían vivas! Todos sabemos que las calles no morirán nunca. Ellas poseen el don de la inmortalidad. Esa mañana tragaron y vomitaron a los hombres con la misma intensidad de siempre. Ningún hombre dijo nada, pero en lo interior de su pensamiento y de su espíritu respiraron tranquilos, porque existe una fuerza superior que hace al hombre dependiente de la calle. Ya está comprobado: el hombre no puede vivir sin la calle, no puede permanecer tranquilo y en paz adentro de su casa.
Los hombres, qué pena, son calledependientes y ésta es la dependencia más horrible, la más oscura. Se dice que, hace cientos de años, un brujo mayor hizo un conjuro y condenó al hombre a vagar por siempre por los callejones y las calles vacías en busca de su alma.
La calle es un animal, es una bestia peluda.