lunes, 16 de mayo de 2016

PARA LOS QUE HABLAN DE VOS





Un estudiante de bachillerato me paró a mitad del parque central y, con alevosía y ventaja, me lanzó la siguiente pregunta: “¿Cuál cree usted que es el aporte de Óscar Bonifaz al pueblo de Comitán?”. Él iba con una libreta en la mano izquierda y con su celular en la derecha. El celular me lo puso frente a la boca y yo entendí que grabaría mi respuesta. Como me tomó de bote pronto titubeé y dije que eran varios los aportes. Dije lo que dije en intento de hacer tiempo y acomodar mis ideas. Soy de esas personas a las que les tarda un poquito en caer el veinte. Seguí haciendo tiempo y reviré diciéndole por qué me hacía esa pregunta. Él dijo que era un trabajo escolar. En ese momento, ya dueño de la situación, dije que privilegiaba un aporte de Óscar Bonifaz: la preservación de nuestro dialecto.
Bonifaz, hace años, hizo una labor de investigación de los modismos, arcaísmos y regionalismos que pueblan nuestro lenguaje e hizo un libro, un libro que ahora es referente de nuestra identidad y que, precisamente, se llama: “Arcaísmos, regionalismos y modismos de Comitán, Chiapas”. Antes de él nadie había hecho una labor de desbroce y de agrupamiento de vocablos comitecos. Gracias a su tesón, hoy los estudiosos e investigadores del lenguaje tienen un punto de partida.
José Luis González Córdova continuó con dicho afán de investigación y publicó el libro “Glosario (habla popular comiteca)”.
El libro de Bonifaz da la palabra y la definición; el libro de González Córdova agrega ejemplos donde se usa la palabra en cuestión. José Luis era un hombre muy simpático y agudo, así que los ejemplos están plagados de buen humor. El libro de González Córdova agrega contexto y esto hace más comprensible la palabra, porque la viste, le otorga prestigio.
González Córdova no fue un experto lingüista, ni tampoco Bonifaz lo es. A ambos escritores los movió su interés por preservar las costumbres y los modos de ser del pueblo donde nacieron y crecieron.
Los dos libros son de gran valor para la preservación del dialecto comiteco. Sin duda que estos trabajos son pilares para la construcción que, en el futuro, harán los científicos del lenguaje. Hace falta el libro que hurgue en los orígenes de las palabras y dé cuenta de las transformaciones. Hay varias palabras que cambian por simple eufonía. Por ejemplo, en Comitán muchas personas dicen “Disipela” cuando se refieren a la “Erisipela”. El otro día, una amiga pronunció disipela y yo puse mi cara de extrañeza, pero ella me dijo que sabía por qué ponía esa cara de “what”, pero que ella “era pueblo”; es decir, tenía idea exacta de ambos vocablos y estaba privilegiando el modo de hablar de nuestra población.
En este ejemplo aparece la siguiente pregunta: ¿Qué tanto una palabra parchada puede emplearse en sustitución del término prestigioso?
Cuando los comitecos empleamos un término tojolabal lo hacemos con la suficiente autoridad que nos concede la herencia, pero ¿qué tan válido es otorgar carta de apropiación cuando a una palabra castellana le cambiamos su pronunciación por un proceso de interrupción que se da en el hablante y en el escucha y este último abre paso a la invención de una palabra?
Recordemos que en Comitán se habla una variante dialectal del castellano. Nuestra lengua madre es el español, lengua que es aderezada (en buena hora) por modismos, regionalismos y arcaísmos, como ya Bonifaz nos lo señaló. Por ello es hermoso usar ese lenguaje coloquial en el voseo y sus correspondientes formas verbales, como: vení, sentate, abrí, callate, olé, amá y demás hierbas; asimismo es prestigioso emplear las palabras injerto que fue apropiación del tojolabal y del chuj, pero ¿es prestigioso usar palabras que fueron mal oídas y, por el uso de la costumbre, se convirtieron en palabras “mal pronunciadas”?
Bonifaz nos señaló, con su libro, la importancia de preservar las palabras que fueron de uso común en tiempos pasados. Estos tiempos posmodernos necesitan de asideros culturales para no extraviar la identidad. Debemos hacer uso de nuestro legado con moderación. No es conveniente el abuso y la sobreexposición, porque ello mueve a burla y escarnio.
El muchacho dijo que, en realidad, iba a ver a Óscar Bonifaz al teatro, pero que si no lo encontraba, cuando menos, con lo que yo había dicho iba a hacer su tarea. Guardó su celular, me dio la mano y me dijo ¡cotz! Como me la soltó de bote pronto nada pude decir. Cuando reaccioné él ya entraba al teatro. Ojalá haya encontrado a Bonifaz, para que su trabajo escolar tuviese brillo.

sábado, 14 de mayo de 2016

CARTA A MARIANA, CON SABOR A COMITÁN





Querida Mariana: ¿qué es lo auténtico? ¿Es bueno ser auténtico? En este mundo globalizado es difícil hallar la autenticidad. Pocos pueblos logran resistir el embate de lo global.
El lenguaje también ha caído ante el influjo de lo extranjero. Hubo un tiempo en que el español le buscó una salida digna al vendaval globalizante: la palabra computador, que se originaba del inglés “computer”, tuvo su sucedáneo en la palabra ordenador. En España, todo mundo prendía el ordenador, mientras en América medio mundo prendía la computadora. Lo cierto es que España perdió la apuesta porque ahora nadie dice la palabra ordenador cuando se refiere a la computadora.
Ahora, España ya no hace más esfuerzo en tal sentido. El iPhone es iPhone acá, en España y en China. ¿Para qué inventar una palabra castellana cuando el ritmo de la moda nos empuja a adoptar con gusto las palabras inglesas?
El exceso llega cuando se adopta palabras inglesas sólo para dar una falsa idea de refinamiento. Incluso, la palabra refinada ya pocos la emplean porque para dar idea de ello decimos que algo es “nice” o “cool”. ¿Quién dice ahora que algo bien hecho está mero lek?
Poco a poco, sin darnos cuenta, hemos perdido nuestra autenticidad. Nuestra mayor herencia (el brillo de nuestras palabras) la cambiamos por los clásicos y bobalicones espejitos.
Por ello, querida mía, cuando veo que existe un intento de preservar nuestras palabras lo aplaudo con entusiasmo, porque ello nos permite, todavía, sentirnos auténticos en un mundo tan liso y parejo.
Es una pena que no se adopte un decálogo donde se indique la importancia de que los negocios locales no adopten nombres extranjeros. Un ideario que refuerce la idea de que nombrar con palabras inglesas o francesas un negocio no es más que remarcar un soberano complejo de inferioridad. ¿Por qué un negocio mexicano debe llamarse “Pretty Woman”? Tal vez el propietario creyó que si lo nombraba así su negocio tomaría una categoría diferente y podría compararse con un local sito en Nueva York.
Los complejos nos abruman. Esto lo saben los grandes creadores de la mercadotecnia y del manejo de las masas (los acomplejados usarían el término “marketing”).
En los años sesenta, los negocios sencillos tenían nombres humildes. Hoy, los comitecos recuerdan con emoción esos nombres, porque, sin saberlo, ellos colocaron un pedestal donde, todavía, se levanta la estatua que da lustre a nuestra identidad y originalidad. ¿Quién no recuerda “La tienda de doña Angelita” o “la tienda de doña Hermila Coronado”? En ese tiempo no había necesidad de nombres rimbombantes, bastaba con decir que doña Angelita era la propietaria de ese local, y esto, tan simple en apariencia, significaba un rasgo distintivo de nuestro carácter, porque era sublime entrar a la tienda, con mostradores y estantes de madera, y hallar a la dueña del negocio. Un poco como si en la tienda de perfumes Carolina Herrera halláramos a la propia Carolina poniéndose un poco de perfume en la mano y ofreciendo el aroma a sus decenas de clientes. ¿Qué tiene Carolina que no tuviera doña Angelita? Existe un complejo que nos hace creer que el nombre de Carolina Herrera es superior al de doña Angelita, una sencilla comerciante comiteca, alejada del glamour. Para el mundo, en apariencia, doña Angelita es como una mota de polvo, pero no es así: Digamos que pronunciar el nombre de Carolina Herrera es como nombrar la Vía Láctea, y nombrar a doña Angelita es dar lugar a aquella estrella que no tiene nombre y se encuentra a millones de años luz de la Tierra. Pero, debemos aceptar que esa estrella sin nombre es vital para el universo.
Fue emocionante saber que la tienda de don Arturo Rivera Alfaro la nombró como ARA. Si ahora recuerdo el nombre del propietario, con total certeza, es porque él, con ingenio (ingenio un poco repetitivo, común y corriente, pero ingenio al fin) empleó las iniciales de su nombre para pasar a la inmortalidad. Lo mismo sucedió en San Cristóbal de Las Casas, cuando mi padrino Ramiro Ramos Ruiz nombró a su negocio como Supermercado Las tres R.
Hay decenas de Wal-Mart en el país, pero ¿cuántos restaurantes que se llaman “Ta’Bonitío”? No hay, en todo el mundo, en todo el universo, un local que se llame así como se llama el restaurante del Hotel Delina. ¡Eso, mi niña amada, es signo de autenticidad! Eso ayuda a que el universo no pierda su personalidad. ¿Has visto alguna foto de lo que los astrónomos alcanzan a ver del universo? Vemos que cada planeta tiene sus propias características. Esos anillos de Saturno son espléndidos. No hay otro planeta que tenga esa belleza. ¿Qué decir de Marte, el llamado Planeta Rojo? ¿Qué decir de la cara cacariza de la luna con su imagen de conejo? Todo en el universo es diferente, auténtico. ¿Por qué, entonces, Dios mío, en este Neo liberalismo, los terrícolas insisten en ser parejitos como robots? ¿En qué momento se nos subió el complejo y, como el diablo de los cuentos infantiles, nos susurró la idea de que lo de afuera es mejor que lo nuestro?
El otro día caminé por una calle donde recién inauguraron un restaurante. No sé la calidad del servicio. Yo espero que sea de una atención digna, como sí la ofrecen en el “Ta’Bonitío”. No sé de la calidad de su comida y del servicio que ofrecen, pero sí aplaudo, con gran emoción, el nombre con que lo bautizaron: “Restaurante El Kanip”, que un amigo me explicó es el nombre tojolabal con que se designa a la flor de calabaza. ¿A poco no es una belleza de nombre? Oí cómo suena: ¡Kanip! ¡Ah!, se antoja llegar, sentarse debajo de la sombra de un árbol y pedir una quesadilla de kanip.
Sé, me han contado, que en el “Ta’Bonitío”, ofrecen chinculguajes gourmet. Es un lugar de categoría que no tuvo necesidad de importar algún nombre con ascendiente francés. Este restaurante es, digo yo, ejemplo de cómo puede prestigiarse la cultura local. Acá no hay complejo, al contrario ¡hay orgullo por lo nuestro!
Lo mismo sucede con los nombres de los equipos de fútbol. Ahora, ¡Dios mío!, hay una tendencia maligna a nombrar a los equipos locales con nombres de equipos europeos. Hay (de verdad) un equipo que se llama Barcelona y otro que se llama Real Madrid (¡ay!, qué nostalgia con aquel Real San Sebastián).
¿Un equipo de estas zonas se llama Real Madrid? ¡Cómo, en el nombre de Dios, si ahí juega el Tiuca y el Cheves, este último un jugador timboncito que acostumbra reventarse dos caguamas al final del partido, gane o pierda su equipo! Por más que le busqué (y mi prima Amanda hizo lo mismo, con gran emoción) no encontré a Cristiano Ronaldo enredado por ahí.
Perdón, Mariana, somos acomplejados, nos da pena enseñar con orgullo lo nuestro. No reconocemos que la originalidad es elemento fundamental de la identidad y la identidad es la que constituye la diversidad del mundo. Y digo que somos acomplejados porque, la mera verdad, no hay un solo equipo en España que se llame “Los cositías”; es decir, ellos se enorgullecen de lo suyo y exportan su cultura. Y ahí andamos nosotros vistiendo playeras del Barcelona y del Real Madrid, con un orgullo como si fuésemos españoles de cepa. ¡Padre eterno! En lugar de vestir playeras con la palomita de “Nike”, bien podríamos portar esas playeras tan bonitas que tienen palabras nuestras, como “Cositía de corazón” o “¡Qué fiero tu modo, vos!”.
¡Qué pena! Seguimos cambiando el oro por espejitos jodidos.
Me da gusto caminar por el barrio de San Sebastián y hallar el letrero de “Paletas Estelita”, empresa ciento por ciento comiteca y que produce las riquísimas paletas de chimbo. ¡Ah!, qué ricura. ¿Qué tienen que hacer los helados Holanda ante esas nieves de cacahuate? ¡Nada! Helados Holanda hay en todo el mundo, pero las paletas Estelita sólo las produce este hermoso pueblo. Digo que me da gusto caminar por el barrio de San Sebastián y me emociona hallar el restaurante “Sabores de Comitán”, donde preparan panes compuestos, chalupas y huesos estilo Tío Jul. ¿Mirás qué belleza de palabras y de sabores? Ahí está nuestra identidad. Gente de todo el mundo se acerca a estos negocios y disfruta de nuestros sabores, de nuestros aromas, de nuestros modismos, de nuestro lenguaje, de nuestro modo de ser, en tres palabras: ¡de nuestra cultura!
El otro día, en el programa “Crónicas de Adobe”, de Radio IMER-Comitán, el maestro Temo Alcázar dio la receta de los panes compuestos que preparaba tío Tavo, el famoso creador de las macharnudas. Los comitecos podemos vivir, perfectamente sin coca cola y sin hamburguesas, pero no podemos vivir sin panes compuestos y sin atol de granillo. Esto somos y deberíamos bulbuluquearlo por todas partes del mundo con gran orgullo, pero todo el ánimo se desinfla cuando nos topamos con nombres ingleses o franceses (los nombres de caché).

Posdata: No soy experto en gastronomía, pero el otro día se me ocurrió preparar un chinculguaj gourmet que lo nombré “Chinculguaj a la Mariana”, en tu honor. Paso copia acá de la receta para que los restaurantes de categoría los incluyan en su menú. No deben pagarme regalías, bastará ver tu nombre en el menú para darme por bien servido. Caliente un chinculguaj en el sartén, llévelo al plato, riéguelo generosamente con miel pura de abeja y espolvoree pepita molida. ¡Ah, bocatto di cardinale! La mezcla de sabores dulces con lo salado hacen de esta propuesta algo que, en serio, no lo comen ni en el Maxim’s, de París.

viernes, 13 de mayo de 2016

LA LIANA DE CRISTAL 2016




El Honorable Consejo de La Selva se reunió. Desde una noche antes, el León mandó a instalar la tienda donde se llevaría a cabo la reunión especial. El punto único a tratar era la creación y concesión del premio: “La liana de cristal”, máxima presea que el Consejo entregaría al animal más destacado del año.
Cuando el conejo, secretario de actas, leyó la relación para el pase de lista y se comprobó que los doce integrantes del Consejo estaban presentes, la serpiente movió su cascabel varias veces y el conejo declaró que había quorum.
El león, con su voz de trueno emitió un sordo rugido, carraspeó, se puso en dos patas y dijo que la patria de la selva se enorgullecía por la decisión que estaban a punto de tomar, porque, sin duda, y volvió a rugir, todos los integrantes estaban de acuerdo en crear La liana de cristal, ¿verdad? Los once animales reunidos en torno a la mesa levantaron la pata delantera izquierda manifestando con ello su total acuerdo. El león continuó expresando que era un honor ser recipiendario de la primera presea, porque, sin duda, que los once integrantes del Consejo estaban de acuerdo en que él, y sólo él, era merecedor de tal reconocimiento, ¿verdad? Los once integrantes manifestaron su acuerdo levantando la pata delantera izquierda.
El búho, que, por obvias razones, no había sido llamado por el león para integrar el Consejo levantó el ala y, disculpándose, preguntó por qué ningún pájaro estaba representado en ese tribunal. El león rugió, carraspeó y dijo que el secretario daría respuesta a la interrogante. El conejo se quitó los lentes, movió la cola como si fuese una mota salpicando de pintura un cuadro, y dijo, con su vocecita de animal asustado: “Los pájaros no están incluidos porque ellos vuelan”. Todos los integrantes del Consejo aplaudieron hasta rabiar, lo hicieron, como ya se dijo, con tanta pasión, que el perro (concejal número siete) se fue a echar en una esquina, porque intuyó que le había dado rabia.
El búho, disculpándose de nuevo, preguntó: “¿Está prohibido, acaso, el vuelo?”. El conejo ya no esperó que el león le hiciera una indicación, sin respirar dijo: “No es eso, lo que sucede es que, según el acuerdo número treinta y dos, los integrantes del Consejo manifestarán su aprobación levantando la pata delantera izquierda y los pájaros, usted lo sabe muy bien, compañero búho, tienen alas y las alas no están contempladas en el reglamento”.
El elefante movió una oreja y pidió la palabra. El conejo la concedió. “¿Por qué, dijo el elefante, no está contemplado ningún paquidermo en el Consejo? Nosotros sí tenemos patas delanteras izquierdas”, y para que no quedara ninguna duda, el elefante se paró, levantó su pata y la dejó caer sobre la mesa de debates. Ésta se deshizo como polvorón y los doce integrantes del Consejo quedaron despatarrados sobre el piso. A la hora que el elefante levantó su pata para volver a su posición inicial quedó sobre la cabeza del león, que era como una canica ante la rotundez de la pata del paquidermo. El elefante dijo: “¿Pueden volver a votar por el animal que recibirá el premio este año?”. El león carraspeó, quiso rugir pero no pudo y a la hora de querer hablar no le salió la voz. El conejo, entonces, preguntó: “¿Hay alguien en la asamblea que esté en desacuerdo con la votación emitida y quiera proponer otro candidato?” La zarigüeya se paró y con su vocecita de niña de kínder dijo: “Yo propongo que la Liana de cristal se entregue al compañero elefante”.
“Sí, sí”, dijo el león que ya parecía haberle vuelto el don del habla. Los demás integrantes del Consejo, sin levantar las patas izquierdas delanteras, porque las tenían atrapadas en los escombros de la mesa, dijeron sí, sí, que sea el elefante. El conejo limpió sus lentes y, como si leyera un acta, dijo: “Se levanta el acuerdo de que el elefante sea declarado el animal del año y le sea concedido la Liana de cristal 2016”. Todos aplaudieron.
El búho vio que el elefante aún tenía la pata levantada sobre la cabeza del león, así que aprovechó a solicitar que en el Consejo se incluyera a diez animales con alas. Sí, sí, dijeron todos y se asentó en el acta. La zarigüeya aprovechó la euforia y dijo: “Y que se declare animal del año a mi mamá y que la liana de cristal 2017 le sea concedida a ella”. Sí, sí, dijeron todos y aplaudieron y se consignó en el acta.
El conejo, entonces, se paró, se quitó algunas astillas que tenía en su cabeza y dijo: “No habiendo otro asunto que tratar, se levanta la sesión”.

miércoles, 11 de mayo de 2016

UNO DE LOS GUARDIANES DE COMITÁN




Un libro de cuentos de Carson McCullers se llama “¿Quién ha visto el viento?”. Los lectores de Rosario Castellanos recuerdan cómo la niña protagonista de “Balún-Canán” llega con la nana y le dice que conoció el viento y la nana le recuerda que el viento es uno de los guardianes de Comitán.
El otro día, en casa de mi sobrina Paulina, aventé la pregunta, como si fuese confeti. Lo hice ante un grupo de cinco niños que estaba ocupado en hacer cajitas de papel. Mi prima Martha los guiaba. En el piso estaban regados papeles de colores, pegamento, tijeras, broches, plumones, gomas de borrar. ¡Era como un patio de preescolar! Los niños estaban fascinados. Yo los veía desde el corredor, estaba sentado en una mecedora (como clásico viejito) y tomaba un té de limón que preparó mi tía Martha (a quien llamamos Martha uno, porque mi prima es Martha dos. Paulina dice que qué bueno que no se llamó Martha, porque sería la tres).
Tal vez eran las cinco de la tarde. No sé. Vi, en el pretil de una ventana un pájaro que se paró (una de esas aves que llamamos chinitas). Me pregunté: ¿a qué hora es la hora en que más pájaros sobrevuelan nuestros cielos?, porque (no sé bien) creo que no todo el día está el mismo tráfico aéreo. En realidad he visto más chinitas por las mañanas que por las tardes. Entonces pensé en la pregunta de la McCullers: ¿Quién ha visto el viento? ¡Rosario!, sin duda. De chiquitía se paró frente a él, en el barrio de Nicalococ, y dejó que el viento la acariciara, la azotara con su mano que, en lugar de dedos, tiene flores.
¡No! Reculo en lo dicho. Rosario no vio el viento. Rosario sintió el viento y a través de esta sensación dijo que había conocido el viento, pero, en realidad, ¿quién ha visto el viento? La gente no lo ve. A veces en Comitán, como en cualquier lugar del mundo, el viento es como un potro que levanta hojas secas, llena los patios con basura, hace borlote en las oficinas y tira los papeles o levanta láminas de zinc de los techos de las casas cuando anda un poco encabronado. El viento, a veces, se trepa en remolinos y se convierte en una culebra (¡culebra de viento!) y hace más desmadre, porque, a veces, el viento es como un viejo borracho que abre las puertas de una patada y busca a una madre o a los hijos para darles de golpes y empujarlos contra los armarios. ¿Vemos el viento? Parece que no. Lo sentimos, como si fuese una víbora refregándose en nuestro cuerpo, dejándonos su baba y su ponzoña, pero no lo vemos, ¡lo sentimos!
Los hombres y mujeres somos como ciegos ante la presencia del viento. Apenas lo tocamos. Pero no lo vemos, porque él es como el hombre invisible que se esconde a la vuelta de la esquina para, en el momento más inesperado, brincar y darnos el susto, porque, estarán de acuerdo, el viento es una presencia que aparece sin aviso. A veces camino por las calles de este enlajado Comitán y miro a mitad de la calle cómo se forma un pequeño remolino y levanta polvo y hojas, como si fuese un brincolín va de un lado para otro y yo cierro los ojos. ¡Claro!, ¿cómo voy a ver el viento, si cierro los ojos cada vez que él aparece? Cuando comienza a dejar su condición de invisibilidad ¡yo cierro los ojos! Debo hacerlo, de lo contrario la basura entra a mis ojos y debo consultar con el oftalmólogo. Tal vez me convenga usar de esos lentes que emplean los nadadores, para proteger la vista y poder ver en todo su esplendor el viento.
¿Qué forma tiene el viento? No tiene forma dijo una de las amiguitas de mi sobrina. Ella se puso de pie, como si estuviera en el salón de clases, y dijo que el viento es como un globo, pero no tiene la forma de globo. Otro niño, el de los ojos de rendija y cabello chino, dijo que su papá dice que el viento es como un potro, pero no supo decir de qué color es. El viento no tiene color, dijo otra niña, la de cabello rojo, sin levantar la vista, pero luego agregó: “tiene el color del cielo más allá del cielo”.
Paulina, ya cuando sus amigos se habían ido, se acercó a la mecedora, puso un pie sobre una de las patas, me meció y dijo: “Tío, ¿no será que el viento, como el amor, es ciego?”. Vaya, pensé, ya le dio la vuelta. Yo creía que los ciegos éramos los otros. Pero, pensé en lo que Pau dijo y tal vez tiene razón, por eso el viento se tropieza, porque anda tentaleando, y tira todas las cosas del cuarto.
¿Las chinitas sí ven el viento?

martes, 10 de mayo de 2016

PARA UNIR




Mariana dice que me porté como un patán (lo dijo con otra palabra). Por eso, le dije, siempre pido a Dios que me ignoren, que nadie me obsequie algo. Nunca aprendí a ser agradecido. Sólo le pido a Dios que él me bendiga, pero Mariana dice que, a veces, los dones de Dios llegan a través de los otros. Sí, lo entiendo, pero me cuesta mucho trabajo aceptarlo.
Agradezco cuando un amigo va a Francia y no me trae algún recuerdo. Ya dije que sólo me da gusto recibir libros. Y, de preferencia, que el libro obsequiado sea a la manera en que un amigo lo hizo una vez: pasó a dejarlo debajo de mi puerta de calle. Cuando entré a mi casa encontré el libro y fue como si, a mitad de la noche, viera un enjambre de luciérnagas.
Mi comadre Rosita se acercó y, sonriente, extendió su brazo y me dio un separador para libros. No, le dije, no debiste molestarte, pero a la par de lo que decía rechazaba su obsequio. Ella titubeó, sonrió, porque pensó que yo bromeaba, pero yo no bromeaba (Dios mío, perdóname). Le regresé su separador y le dije que no podía aceptarlo. Al ver que yo hablaba en serio ella se sonrojó y no supo qué hacer. Cuando me di cuenta que yo también iba a entrar a la etapa del arrepentimiento y no sabría qué hacer, me despedí, alargué mi mano, pero ella, ya instalada en el coraje después del estupor, no me hizo caso alguno y se dio la vuelta, muy indignada. Yo pensé que eso le serviría de lección, para que, de acá en adelante, siga el consejo que dice que: No tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre. De acá en adelante debe evitar todos los compadrazgos posibles.
¿Un separador de libros? Rosita ¿habrá reflexionado en el simbolismo de tal concepto? Sé, no soy tonto (soy un grosero, sí, pero tonto no), que ella me lo ofreció con todo su corazón, que lo hizo con la mejor de las intenciones, pero ¿cómo regalar un separador para libros, a alguien que ama los libros? ¿Separador? ¡Dios mío, no!
Una vez, hace muchos años, una muchacha, a quien yo no le disgustaba, me obsequió un separador que ella, con sus manitas, había hecho. Le había dibujado caritas de animales y lo había personalizado, pues tenía mi nombre y mis apellidos, así como un corazón bien colorado, bien coloreado. Durante un tiempo lo llevé en el libro que leía en ese momento, hasta que un día sucedió lo que le sucede a la mayoría de esos chunches, ¡se cayó y se extravió! (Los separadores que obsequia la Librería Gandhi tienen una lengüeta para que se traben en las hojas y, en lo posible, ahí se detengan. Los separadores de Gandhi ya son el colmo: además de separar, ¡sacan la lengua!). Yo, como si fuese el culpable, le expliqué a mi muchacha lo que había sucedido y ella quedó de reponérmelo. Antes de que lo hiciera, otro amigo me obsequió un libro que, ¡oh, maravilla!, traía integrado una cinta que servía para indicar en dónde había quedado la lectura. Se me hizo el invento del siglo. ¿Quién necesitaba separadores cuando el libro traía integrado ese chunche que no se caía ni se extraviaba? Es decir, este libro, en lugar de un separador poseía un integrador. En lo dicho: ¡el invento del siglo!
Así que cuando mi muchacha, muy sonriente, tan sonriente como mi comadre Rosita, me llamó por aparte y se puso las dos manos detrás para que todo fuera como una sorpresa, yo la sorprendí antes pues le enseñé el libro con la cinta integrada de color verde. ¡Patán!, me dijo ella (me lo dijo con otra palabra) y desde entonces nunca volvió a hablarme.
Tiempo después comprendí que sólo algunos libros traen integrado ese listón maravilloso. Esto, tan elemental, me obligó a descubrir algo que tiene cientos de años de haber sido descubierto: cuando un lector desea dejar una marca que le recuerde en dónde dejó la lectura, basta con doblar la esquina superior de la hoja. ¡Este sí fue el descubrimiento del siglo! ¿Quién necesita aditamentos estorbosos como esos chunches que se llaman separadores?
¿Separadores? Por el amor de Dios. Lo que nuestra humanidad necesita es ¡unificadores!
Quien regala separadores para libros, ¿piensa realmente en el simbolismo del acto?
Soy un grosero, pero a veces necesito dejar muy en claro lo que pienso. A veces nos parece un comportamiento grosero el hecho de que un manifestante, a mitad del zócalo, grite, con el puño en alto, que el gobernante es un tonto, pero es necesario hacerlo para dejar en claro que el gobernante es un patán (bueno, a veces lo dicen con otra palabra).
A veces, qué pena, suena grosero que alguien diga que un separador es el obsequio más insultante que alguien puede hacer a un amante de los libros.

lunes, 9 de mayo de 2016

ELOGIO PARA MI PATY




Mi Paty es muy mujer, pero es el hombre de la casa. Casi como si pensara como su tocaya Paty, ex mujer de Mario Vargas Llosa, dice que yo sólo sirvo para escribir frente a la computadora o para leer, despatarrado en una silla (¡ah!, qué diera por hacerlo en una hamaca. Me refiero a la lectura). Sí, soy un inútil para las cosas prácticas.
Ante tal perspectiva, a ella no le ha quedado más que asumir el control de la casa. Me cuentan que hay hogares donde el hombre de la casa es el hombre y éste es quien se encarga de matar los ratones, mientras la esposa, trepada en una silla, grita como se ve en las caricaturas. En mi casa no sucede así, cuando aparece un ratón, mi Paty es quien toma la escoba y le da al roedor como si fuese piñata en posada.
Me cuentan que en las demás casas cuando existe una fuga de agua el hombre es quien hace los arreglos. En mi casa no es así. Yo, ¡por el amor de Dios!, ¿qué sé de arandelas y de manijas?
No me comparo a Paz, ¡Dios me libre!, pero siempre pongo el ejemplo del día en que Octavio manejaba y su auto se detuvo a media carretera. ¿De qué le sirvió a don Octavio ser Premio Nobel de Literatura? Tal vez después hizo un soneto bellísimo de la experiencia, pero en ese instante fue el hombre más inútil del mundo, porque tuvo que esperar que pasara algún experto en mecánica, quien reconoció al célebre personaje, se orilló y le echó la mano al eminente escritor. ¡Ah, qué espléndido don Octavio! ¡Le dio un autógrafo a su salvador! Pobre Paz, no supo que el valioso era el otro y no él.
Yo, cada vez que me subo a mi auto, le pido a Dios que, además de librarme de los abusivos que manejan a tontas y a locas, permita que mi carrito no se descomponga. Que si tiene que descomponerse lo haga en el garaje de mi casa. Como mi carro ya no se cuece a la primera vuelta de autódromo, en ocasiones reiteradas se resiste a andar. Cuando meto la llave y no funciona no me inquieto, salgo a la calle, tomo un taxi o me subo a un colectivo y ¡asunto arreglado!
El otro día entré al baño a orinar y cuando quise bajar la palanca de la taza mi mano se fue hasta abajo. ¡Dios mío, qué pasó! ¿Se había acabado el agua? ¡Paty, Paty!, grité, casi como si un ratón estuviese en el baño. Ella llegó, le platiqué el suceso, quitó la tapa del depósito (que estaba lleno de agua) y con su dedo índice señaló la causa del desperfecto: el chunche que acciona la palanca estaba roto. Ella, de manera manual, accionó el mecanismo y el agua corrió. A mí se me hizo un acto sensacional, prodigioso, casi casi como si mi Paty fuese la descubridora del Principio de Arquímedes. Al día siguiente entré al baño, hice lo que tenía qué hacer y al accionar la palanca ¡todo funcionó de maravilla! Ella lo había solucionado. Como si fuese MacGiver, que fue famoso en la serie televisiva de los años ochenta, mi Paty, con tornillos y con alambres, soluciona los desperfectos de la casa. Claro, hay cosas que ella no puede solucionar, no por voluntad, sino por falta de tiempo (ella borda, hace cajitas de cartón, estudia guitarra, toma coca cola y, por temporadas, come dulces en popote). Ya lo dije, si el auto se avería tengo que acudir con el maestro Jorge para que encuentre el remedio. Pero, si hay necesidad de cambiar un foco o de colocar un clavo en la pared, mi Paty lo hace. Yo, al estilo clásico, para cambiar un foco, en lugar de darle vueltas a la bombilla, soy quien da vueltas.
Mi Paty es muy mujer, siempre lo ha sido. Pero, también, es el hombre de la casa. Su carácter está sustentado en sus gustos cinematográficos. Yo no desdeño una comedia bobalicona hollywoodense, donde lloro como dicen lloró Magdalena; ella ¡no! Ella siempre elige películas de acción. Es feliz cuando, en la película, hay muchas carreras de autos, choques, volteretas, sangre y mil peleas.
Si alguien (como sucedió el otro día) con su camioneta nos alcanza (leve, gracias a Dios) y nos da un empujoncito, yo veo por el espejo retrovisor y levanto las manos y digo que no pasó más; ella se voltea e insulta al chofer tonto. Yo le recuerdo que los códigos de sobrevivencia sugieren no alterarse, porque nunca se sabe quién es el tipo que conduce el auto agresor. Le pregunto qué pasaría si el tipo resulta ser integrante de una Organización. ¡Le parto su madre!, dice ella, y yo pido a Dios que ya se ponga el verde para que el percance se diluya, y, como Dios es buena gente conmigo, hace que el semáforo cambie y yo pongo primera y avanzo. Sonrío y pienso que el tipo tonto se salvó, porque, si tardamos un minuto más, mi Paty se baja y ¡le parte su madre!

sábado, 7 de mayo de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE SILLAS Y DE SILLONES




Querida Mariana: Jorge pregunta quién ocupará la silla que el escritor Laco Zepeda dejó vacía. Le digo a Jorge que está equivocado. Cuando muere un escritor nadie más ocupa el lugar. Esto sucede en la política y en la monarquía. Cuando un gobernador deja el puesto otro llega y se sienta; lo mismo sucederá cuando fallezca la Reina de Inglaterra. Ahora, qué pena, la política a la mexicana se asemeja a la monarquía y muchos gobernantes se abrogan el derecho de heredar sus sillas. ¡Bonita democracia tenemos!
Jorge insiste. Dice que si no me he dado cuenta de que hay un movimiento para cubrir el lugar de Laco. ¿No he visto que un grupo pretende colocar a Javier Espinosa Mandujano en ese sitial de honor? Bueno, digo, sé que el crítico Ricardo Cuéllar Valencia ha dicho que don Javier es, por ahora, el mejor novelista de Chiapas. ¿De verdad es así? No sé qué opinan de esto los lectores de la obra de José Martínez Torres, por ejemplo. No sé qué dicen los fans de Héctor Cortés Mandujano. ¿Qué opinan los jóvenes lectores de la obra de Nadia Villafuerte? ¿En dónde queda la obra de Luis Rincón? ¿En dónde los libros de Heberto Morales Constantino? ¿Dónde la obra de Jesús Morales Bermúdez?
En alguna ocasión, Miguel Ángel Godínez comentó que la literatura en Chiapas está conformada no sólo por las catedrales sino también por los pequeños santuarios que, en ocasiones, poseen hermosos retablos. Opino igual que Miguel Ángel: cada escritor tiene un lugar y nadie puede apropiarse de ese título imaginario e irreal que se llama “El mejor novelista de Chiapas”. Así como (perdón) el título de “El mejor poeta de Chiapas” no le corresponde a Sabines, aun cuando ha existido un intento gubernamental por meterlo con calzador. ¡Como si la creación pudiese celebrarse por decreto!
Don Laco camina ya por otras sendas, pero eso no significa que su lugar haya quedado vacío. Al contrario, los creadores son tan grandes (cuando lo son) que jamás abandonan su sitial de honor. En ocasiones, la muerte los revaloriza. Existen cientos de ejemplos de creadores que lograron ser reconocidos después de muertos (es una pena, pero así es). Basta mencionar el sobadísimo ejemplo de Vincent Van Gogh, quien en vida no tuvo el reconocimiento brutal y espectacular que tiene su obra hoy en día, no sólo en el plano artístico sino también en el plano económico.
El otro día leí la novela “Soledad que viene”, de Javier Espinosa Mandujano, y, al final, pensé que es buen escritor. Lo que narra lo narra bien. Espinosa Mandujano ya tiene su sitial de honor en el parnaso de la creación chiapaneca, pero bautizarlo como el mejor novelista de Chiapas es un exceso. Como es un exceso creer que Sabines es el mejor poeta de esta tierra. ¿Sabines o Rosario Castellanos? ¿Sabines o Efraín Bartolomé? ¿Sabines o Joaquín Vázquez Aguilar? ¡No, no! Los poetas no son contendientes de box.
Creo que nadie puede abrogarse el título de El Mejor. Cada uno tiene un sitio especial, porque la creación es un elemento subjetivo. Varias personas han explicado la subjetividad de los concursos de poesía o de narrativa. ¿Con qué criterio se determina que tal obra poética es mejor que la otra? Es labor imposible. En las pruebas de cuatro por cien metros de relevos no hay duda: gana el equipo que cruza la meta en primer lugar; pero, ¿qué sucede con la competencia de clavados, por ejemplo, donde los integrantes del jurado deben determinar la precisión de un clavado que se ejecuta en cuestión de segundos? Si en este último ejemplo vemos la subjetividad presente, con mayor razón aparece en los concursos de arte.
Archibaldo fue mi compañero en la Facultad de Ingeniería, en la UNAM. Él era de Guanajuato y soñaba con ser escritor. Un día me dijo que era un tonto, porque, en lugar de estudiar Ingeniería, debía estudiar Letras; pero, un segundo después, me dijo que Jorge Ibargüengoitia había estudiado ingeniería y luego se había convertido en el gran escritor que era. Yo, dijo, seré como Jorge. Ese mismo día, a la hora que íbamos en el autobús, sobre la Avenida Insurgentes, me dijo: “¡Mira, mira, así debía ser la vida!”. Yo miré lo que señalaba con su dedo índice, pero no alcancé a ver qué era lo que quería decirme. Volteó y señaló un edificio de diez niveles que dejábamos atrás. Preguntó si no sería bonito que todos los que soñaban con ser escritores vivieran en un edificio similar. ¿Lo imaginas?, dijo. ¿Imaginas que yo viviera en el diez y Martha en el catorce? ¿Qué Martha?, pregunté. Martha, mi prima de León, que también sueña con ser escritora. Y así con todos los demás aspirantes a ser escritores o poetas.
Y como si soñara dijo que compraría un proyector y exhibiría películas de arte. Y dijo que todo México sabría que ahí vivían los poetas y escritores que darían lustre al país. Cuando alguno de ellos publicara su primer libro harían una fiesta en el salón y contratarían a un grupo de rock para que amenizara el festejo. O si el libro publicado fuese el de Armando tendría que ser banda, porque él era de Oaxaca y beberían mezcal.
Cuando llegamos a la Glorieta Insurgentes pareció desinflarse y volvió a tocar tierra. Se quedó callado, viendo hacia la calle donde caía una lluvia ligera. Pero no, dijo, la vida no es así. Ahora tú te bajas y yo me sigo hasta Tlatelolco.
A veces pienso en la idea de Archibaldo. ¿Funcionaría un edificio llamado Chiapas en donde vivieran todos los aspirantes a ser poetas y narradores? ¿Soportarían esa vecindad los incipientes egos? Se sabe que los autores consagrados se creen seres especiales. Jorge dice que no sería posible. Me dijo que imaginara un edificio donde hubiesen sido vecinos Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Seguro que cada dos o tres mañanas se toparían y Mario volvería a soltarle un moquetazo a Gabriel.
¿Quién ocupa ahora el lugar de Sabines? ¡Nadie más que él! ¿Quién asumirá la silla de Laco? ¡Nadie puede robarle el lugar de privilegio que su obra le destinó! ¿Quién puede llamarse “La mejor poeta de Chiapas”? Nadie. Falso que sea Rosario. Falso. ¿Quién “El Mejor novelista de Chiapas”? ¡Nadie!
La creación es muy subjetiva. Tanto en su concepción como en su propuesta. También es muy subjetivo el gusto de los lectores. No a todo mundo le gusta Sabines, como no a todo mundo le gusta la poesía de Óscar Wong o la de Marirrós Bonifaz o la de Fernando Trejo o la de Óscar Oliva. Pero sí hay miles de lectores que aman la obra de Sabines; y muchísimos lectores que encuentran sendas luminosas en la obra de Wong o en la de Fernando Trejo; así como muchos creen que la obra de Marirrós o la de Óscar Oliva son de una excelencia sin igual.
Sé que el Premio Nobel de Literatura encumbra a un escritor cada año, sólo para ser desplazado al año siguiente por el nuevo ungido. Pero esto sucede en la monarquía de las letras; en la democracia de la literatura cada escritor y poeta tiene su propio nicho, su propia torre de cristal. En nichos especiales están todos los nombres y hasta ahí acuden los lectores, no en busca de egos humanos, sino en busca de obra literaria.
¿Quién ha sido el mejor escritor mexicano? ¿Juan Rulfo? Archibaldo consideraba que el mejor escritor mexicano de todos los tiempos era Jorge Ibargüengoitia, y Amalia cree que el mejor escritor de todos los tiempos, a nivel mundial, es escritora. Amalia dice que el título de la mejor escritora corresponde a Carson McCullers, escritora norteamericana que nunca obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Pero esto es lo que opinan Archibaldo y Amalia. ¿Qué opinan los millones y millones de lectores, quienes, sin duda, tienen a sus favoritos de cabecera?
Me gustó la obra de Espinosa Mandujano, así como disfruto leer las novelas de Heberto Morales o las novelas de José Martínez Torres. Si alguien me forzara a decir quién de los tres es mejor lo enviaría a ver si ya puso la cocha, porque no podría elegir a alguien por encima del otro. Los tres (sólo como un ejemplo) son fundamentales para la historia de la narrativa chiapaneca.

Posdata: Estuve cinco años en la Facultad de Ingeniería, pero no logré terminar la carrera. Una tarde abandoné la UNAM y me inscribí en la Facultad de Arquitectura, de la Universidad del Valle de México, en el plantel Roma. Le perdí la pista a Archibaldo. A veces busco en el Internet su nombre, lo relaciono con su estado natal, pero hasta la fecha no he logrado dar con él. No sé si logró su sueño de ser escritor. Tal vez él sí logró titularse como ingeniero y ahora es un gran científico y lee mucho, relee la obra de Ibargüengoitia. Yo también releo, con gusto, a Jorge.

viernes, 6 de mayo de 2016

EL TATUAJE




Imaginá que te llamás tattoo, que sos como una semilla sembrada en la piel. Imaginá que sos un tattoo. Cada persona que te vea mirará tu imagen, por esto, al imaginar que sos un tatuaje tenés que saber que serás un árbol generador de imágenes.
Podrás elegir la parte del cuerpo donde querés tener tu nido. Podrás ser como una ventana a la vista de todos; pero, asimismo, podrás elegir el espacio más íntimo para jugar a las escondidas. Si elegís un lugar público, como cualquier esquina de pueblo, todo mundo te verá; si elegís un lugar misterioso sólo podrás ser visto por algunos elegidos.
Si elegís ser tattoo en una mano, por ejemplo, todo mundo te verá, algunos anhelarán tocarte, acariciarte; se acercarán y, con un dedo, seguirán tus líneas. Otros, sobre todo si son jefes de personal, te verán con recelo, dirán que sos un mal ejemplo para los demás y, lo más seguro, es que la propietaria de tu flor no sea elegida para el puesto, porque, cómo esa compañía tan prestigiosa, puede tener entre sus integrantes a una mujer con manchas permanentes en el cuerpo.
Porque algunos te considerarán una mancha, como si fueras una hurraca en medio de un cielo impoluto; algunos te verán como una señal diabólica; otros creerán que sos un mensaje divino; y algunos más te apreciarán como un fragmento de un mural artístico, como una parte de ese mural que está repartido en millones de pieles, de cuerpos, de seres humanos. Porque, eso sí, debés saberlo, sólo los humanos llevan tatuados las pieles. No existe un animal que lleve uno de ellos en su piel peluda. ¿Has visto cómo los que eligen tatuajes, a veces, se tatúan animales? En los brazos y en los pechos aparecen palomas, tigres, pumas, coyotes, gallos, pájaros con las alas extendidas o con las alas apachurradas. Hay cientos, miles de diseños, sólo para que vos elijás qué querés ser.
¿Qué lugar de la piel elegirás? ¿Querés ser tattoo en el cuello, para que te vean sólo cuando la chica de tu elección se acomode el cabello y el amante la bese y le lama esa parte exclusiva? ¿En el brazo? Si caminás por el brazo te admirarán cuando la chica se desnude y se ponga el traje de baño y con ese bikini color rojo camine sobre la arena de la playa. Todos volverán la mirada y admirarán, aparte del movimiento sensual de la chica, el tattoo que lleva en el brazo derecho y que es la imagen de un león que duerme en la sabana.
Pero, casi estoy seguro, elegirás un lugar más íntimo. Porque sé que vos sos una persona intimista, alguien que no le gusta, como gallina, andar cacaraqueando cada vez que pone un huevo. Elegirás, casi estoy seguro, un lugar que se esconde tras una bambalina de seda. Elegirás un pecho o la entrepierna, porque sabés que la chica se rasura el pubis y lo tiene lisito como si fuese un bebé. Ahí, encima de la puerta húmeda, vos, como araña posmoderna, te posarás para siempre, sólo para que cuando el amante de la chica, a la hora que meta la mano y le quite el calzón rojo del bikini rojo, ella cierre los ojos para que vos abrás los tuyos. Porque vos sos quien recibe las caricias y los besos de él, cuando, como pájaro, se posa sobre tus ramas. Toda la demás tela de la piel de la chica le pertenece a ella, pero el espacio donde está tu hogar es sólo tuyo y vos recibís la bendición del sol cuando éste calienta tu árbol.
Sí, sé que elegirás un lugar íntimo, un lugar donde los amados se alumbren con tus sombras. Porque serás como una lámpara oscura llena de luz.
Ya sé qué lugar elegirás. ¿Qué figura preferirás?
Imaginá que sos un tatuaje. Imaginá que te llamás tatuaje.

jueves, 5 de mayo de 2016

EN DEFENSA DE PEÑA NIETO




Sólo aludo a la capacidad lectora. Lo hago sin ironía. Lo escribo convencido de lo que digo. De los otros yerros que se le endilgan se encargan los analistas y expertos políticos.
Una vez, todo mundo recuerda, Peña Nieto fue objeto de burla por no saber decir los títulos de tres libros que había leído. ¿Cómo era posible que el Presidente de la República Mexicana fuera tan inculto e ignorante? Muchísimos hicieron escarnio de su tartamudez y de su incapacidad para mencionar tres títulos (yo mismo lo hice). Pero, ahora, después de escucharlo leer sus discursos frente a las audiencias en diversos foros, ¡reculo! Peña Nieto es un buen lector y un buen lector no se improvisa.
Y digo lo anterior, porque (perdón) he asistido a presentaciones de libros o a lecturas donde poetas y narradores (de prestigio) leen sus obras. ¡Ay, Señor! Parece que estuvieran leyendo solos, sentados en la taza del baño. ¡Qué malos lectores son! No tienen respeto por la audiencia. Abren el libro o el folder donde llevan las hojas impresas y comienzan a leer. Lo hacen sin despegar la vista del texto. No pueden levantar la vista, porque son pésimos lectores. Leen sin el menor respeto a quien los escucha y no lo hacen por soberbia, no, ¡no!, leen sin despegar la vista del texto porque son incapaces de levantar la vista. Temen perder la línea siguiente. No hay de otra, son pésimos lectores. Tataratean a la hora que leen.
Entonces, me pregunto: ¿Quién es el ignorante? Los escritores y poetas (intelectuales) tienen a la lectura como uno de sus nobles oficios (Algún otro día escribiré acerca de los escritores que escriben con mil faltas de ortografía. Dicen que García Márquez era uno de éstos. Pues qué escritor tan tonto, porque los escritores deben redactar con el mínimo decoro. Ya los expertos han dicho que es imposible lograr el texto perfecto, inmaculado, pero, cuando menos, el escritor debe entregar una hoja con mínimas erratas, tanto en ortografía como en sintaxis). ¿Por qué una gran cantidad de intelectuales son lectores de tercera? No son, entonces, lo intelectuales que se creen, porque quien emplea el intelecto de manera correcta es capaz de descifrar los signos de un texto, de manera clara y, sobre todo, de manera respetuosa cuando se lee ante una audiencia.
Peña Nieto lee bien. Alguien de la oficina de Comunicación Social le coloca las hojas en el pódium y él no tartamudea (tanto, como sí lo hacen algunos poetas y escritores chiapanecos, y de todo el país). Lee, hace énfasis cuando la línea lo reclama y levanta la vista y ve a la audiencia y, de vez en vez, mira a los compas que están en la mesa de honor.
Por eso, ahora, reculo. Esa mañana, en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, Peña Nieto se puso nerviosón. Es que los intelectuales siempre ¡apantallan! ¡Han leído tanto! Uno cree que los escritores y poetas son pozos llenos de sabiduría (a veces compruebo que son pozos, pero secos). A mí (perdón), los intelectuales no me apantallan. Conozco a un crítico literario que ha leído cientos de libros, pero que redacta muy mal, con muchos errores de ortografía. ¿Para qué tanta agua si sus odres tienen huecos?
Peña Nieto tuvo un lapsus esa mañana en la FIL (¿quién no los ha tenido?). Estoy seguro que ha leído más de tres libros. Por supuesto, pero esa mañana lo agarraron de bote pronto y se le fue la pelota. Peña ha leído, sin duda, algunos textos de Reyes Heroles; ha leído algunas piezas oratorias, tal vez algo de Marco Tulio Cicerón. Sí, no tengo duda ahora. Quien lee como él lee es un lector nato. Ahora de quienes ya dudo es de algunos narradores y poetas. Estos compas deberían leer de manera exquisita y, por el contrario, ¡tataratean! Esto sí es grave para la patria de las letras, porque su pésima lectura advierte un futuro gris para la literatura. Un buen escritor debe ser un buen lector para lograr que lo contrario aparezca. Recuerdo con emoción a Quincho Vázquez, el enormísimo poeta, ¡ah!, qué buen lector era, de su propia obra y de otros poetas; asimismo recuerdo a Carlos Fuentes, con qué claridad y elegancia leía.
Peña Nieto ha leído más de tres libros, muchos más. Lo aseguro porque ¡no es mal lector!

miércoles, 4 de mayo de 2016

EL OSITO QUE OLVIDÓ HACER PIS




Hoja de Laurel era un osito con cara de hoja seca. Una mañana de domingo, su mamá le dijo que fuera al baño porque iban a ir de día de campo: “Haz pis de una vez porque tu papá no va a estar deteniendo el auto cada vez que tengas ganas”. Hoja de laurel abrió la puerta del baño, abrió el grifo y se lavó las manos, porque era un osito muy educado y siempre seguía la recomendación de lavarse las manos antes y después de usar el baño. Tomó la toalla y se secó las manos. Mientras lo hacía cantaba la canción de la muñeca que era tan feliz que en las mañanas despertaba en el bosque y jugaba con todos los animales. Salió del baño y cerró la puerta. “¿Ya hiciste pis?”, le preguntó la mamá. “¡La pis!”, Hoja de Laurel se llevó las manos a la cabeza. Había olvidado lo que debía hacer en el baño. Sonrió, se disculpó y dijo que no tardaba. Su hermanita ya estaba lista con la canasta de los sándwiches de jamón y el frasco con la naranjada. Papá oso, en la cochera, revisaba la presión de las llantas del auto. Ya había cerrado el cofre después de checar el nivel del aceite del motor.
El osito volvió al baño, en el pasillo repitió: “Debo hacer pis, debo hacer pis, debo…” Abrió y no halló dónde hacer pis, la taza del baño había desaparecido.
¿Qué había pasado con la taza? El osito se acercó al espacio donde antes estaba y vio que la taza sí estaba, pero él no podía pasar, porque había algo como una pared de cristal que antes no estaba. Era como si la taza hubiese quedado en la calle. Sí, eso había sucedido. La taza estaba en la calle y ahora, oh, Dios mío, podía ser usada por cualquier caminante y los de casa no podían hacer uso de ella. Pero, ¿por qué había pasado tal cosa? Hoja de laurel se acercó a la pared de cristal, repegó su nariz y pensó que, que, sí, ¡eso era!, como había olvidado a qué había entrado al baño la primera vez, la taza se había extraviado. Sí, ¡eso era!, bastaba olvidar algo para que el objeto dejara de existir en el plano universal y entrara a otro plano. Hoja de Laurel tuvo miedo, sintió un escalofrío como si un árbol de invierno se moviera y le tirara todas sus hojas heladas. ¿Qué pasaría si los hombres se olvidaran de para qué estaban en la Tierra? ¡No! La Tierra también pasaría a otro plano. Bueno, pensó, tal vez no sería tan malo porque todos los habitantes de la Tierra también iríamos a ese otro plano. Uf, se pasó una mano por la frente y se sintió menos temeroso. En ese instante oyó que su mamá lo apuraba, su hermana y su papá ya estaban en el carro, sólo lo estaban esperando a él. Hoja de Laurel salió del bañó y vio a su mamá que tenía un termo entre las manos. “¿Hiciste pis?”, preguntó ella y el osito no supo qué decir. No, no había hecho pis, pero no podía decirle eso a su mamá, tampoco podía decirle que la taza ya no estaba. Pensó que debía inventar algo, decir que había olvidado un juguete en el patio, para dar la vuelta e ir a donde ahora estaba la taza y hacer pis y subir rapidísimo al carro. Sí, eso haría. Le dijo a su mamá que iría por una pelota al patio y que los alcanzaba en el carro. La mamá le dijo que no se tardara. Ella cerró la puerta de calle y echó llave. Hoja de Laurel corrió de manera simpática, porque como era rechonchito corría no como un osito sino como un pequeño elefante, ya que sus nalgas las bamboleaba de un lado a otro. Llegó a donde se suponía estaba la taza pero no la encontró. Qué tonto, por supuesto que no encontraría a la taza ya estaba en otro plano, así que hizo pis detrás de un árbol; luego volvió a la casa, quiso entrar, pero la puerta estaba cerrada, entonces dio la vuelta y fue a la puerta de la cocina, ahí, con el cuchillo que siempre guardaba debajo de una maceta abrió la ventana, subió (como si fuese un chango muy obeso) y entró. Una vez que estuvo en la cocina, abrió el refrigerador y pensó qué hacía ahí. ¡Oh, había olvidado lo que tenía qué hacer! Lo había olvidado por completo, después de hacer pis debía ir al carro donde estaba su familia esperándolo. Saltó por la ventana y fue a la cochera. El coche no estaba. Lo habían dejado. No, no. Esperen. Con temor se acercó al lugar donde estaba el coche y vio, vio, vio a través de una pared como de cristal que del otro lado estaba el auto con sus papás y su hermana en el interior. Sí, ¡Dios mío!, como se había olvidado, ellos ya estaban en otro plano.

martes, 3 de mayo de 2016

LOS GECKOS





“¡Mirá, qué bonito!”, dijo Elena. Miré. Sobre la puerta metálica, pintada en rojo, estaba el bicho. No sé cómo se llama. Arcadia les tiene pavor, dice que estos bichos tienen la piel helada, cuenta que una vez le cayó uno sobre la cabeza y cuando lo agarró: “Hacé de cuenta que estaba yo agarrando hielo”.
Elena se acercó un poco más, pero yo le dije que tuviera precaución. No le fuera a pasar lo que le pasó a Arcadia.
“¿Ya miraste qué bonito?”, insistió Elena. Dije que sí. Como nunca he tenido una experiencia como la de Arcadia no les tengo pavor a estos animalitos. Dicen que ahuyentan cucarachas. Ahora que en casa hay tantas cucarachas sería bueno un ejército de estos bichos, pero, luego, ¿cómo evitar la proliferación de éstos? Ah, cucarachas jodonas, nada saben del equilibrio ambiental.
“¿De qué color es?”, preguntó Elena. No supe responder, iba a decir que de un color pálido, pero supe que me metería en profundidades. A Elena le dije que no sabía. ¿Quién puede decir qué color tiene este animal que pareciera estar enfundado en un uniforme militar? Entiendo que tiene esa apariencia porque le sirve para camuflarse, pero acá, sobre la puerta roja, lo único que hacía era sobresalir. Entendí que estos animales están “hechos” para vivir en la selva y en los bosques y no en las modernidades de nuestra civilización. Ya quería decirle: “A ver, a ver, camúflate”. Ya quería ver si era tan lista como para volverse roja y desaparecer en medio de tanto rojo.
Elena me preguntó si, como a las lagartijas, a este bicho le volvía a crecer la cola si se la cortaban. Me sorprendí ante la pregunta de Elena. Ella siempre se ha mostrado como una niña amorosa y respetuosa de los animales. ¿Era capaz de cortar la cola a este bicho? “No, bobito, no. Yo no le cortaría la cola, pero ¿si alguien abre la puerta y se la apachurra?”. Dije que tampoco sabía. Oh, qué tristeza. En realidad nada sé de nada, nada de todo. Vi que Elena se desesperaba porque a cada pregunta yo contestaba que no sabía. Vi que Elena puso sus manos cerradas en puño sobre su cintura y movió la cabeza como diciendo: “Entonces ¿de qué sabes?”. Y entonces yo le pregunté si sabía que estos bichos, hace muchos, muchos años, habían tenido alas. No, dijo ella. Sí, dije yo. Tenían alas, igual que las mariposas. Volaban de un lado para otro. Pero un día, un águila se inconformó, dijo que era algo contra la naturaleza. ¿De dónde los geckos habían asomado con alas? Eso era peligroso, porque si los pumas los veían podían seguir el mal ejemplo. ¿Imaginan -dijo el águila- lo que sería de la tierra si los pumas y tigres y leones tuvieran alas? Todos los pájaros de la tierra imaginaron a los pumas con alas y se encogieron porque les dio miedo. Un tucán, que era muy imaginativo, imaginó a un tiburón con alas, el pico se le puso color hormiga. ¿Qué hacer?, preguntó el colibrí que no dejaba de batir sus alas. Doña Canaria estaba contenta porque el colibrí era como un ventilador, pero don Loro estaba molesto porque el movimiento del colibrí lo ponía cada vez más nervioso.
El águila, con las alas detrás de la espalda, dio una y otra vuelta, y una más, pensando qué hacer para evitar que los geckos tuvieran alas. ¿Por qué no se las quemamos?, dijo la ardilla voladora. No, dijo el búho, lo quemaremos también a él. El chichintor, que siempre tenía un libro bajo sus alas, dijo: “Va a sonar a una bobera, pero ¿por qué no usamos el poder de la palabra?”. Todos callaron. El águila dijo: “A ver, soltá tu bobera”. El chichintor se subió a una rama donde todos pudieran verlo y con su voz de tiple dijo: “Es muy fácil, se sabe que la palabra es poderosa cuando se repite como mantra. Que el águila, que es el ave mayor, le pregunte al gecko si quiere poseer el conocimiento de la eterna juventud. Por supuesto que el bicho dirá que sí, entonces el águila le ordenará que diga: Sí, inhala, y le explicará que inhalar es lo que nos da vida eterna”. El águila vio a todos y dijo: “Tenías razón, es una bobera”, pero el chichintor movió las alas apresuradamente y dijo: “No, no he terminado, el gecko debe decirlo como si fuera un tren, uno tras otro. Entonces, todos se asombraron del conocimiento del chichintor y aplaudieron. ¡Claro, esa era la solución! Llamaron al gecko y el águila siguió las instrucciones del chichintor, cuando el gecko estuvo de acuerdo comenzó a decir: “Sí, inhala; sí, inhala; sí, inhala…”. El águila dijo que debía decirlo de corrido, como si fuera un tren, uno tras otro. Y el gecko dijo: “Síinhala, síinhala, síinhala, síinhala, síinhala, síinhala, síinhala…”, y conforme lo decía más rápido se iba quedando sin ala, hasta que quedó liso, liso, frío, frío.
“¿Y ya no le volvieron a salir?”. Ya no, dije. “Entonces sí se corta la cola, ¿ya no le vuelve a salir?”. Dije que no sabía. Elena volvió a poner sus brazos en la cintura y mover la cabeza como diciendo: “Nunca sabe nada”.

lunes, 2 de mayo de 2016

DÍA DEL DÍA




La Asociación de Pachoncitos quiso entregarme la medalla de oro por la mejor idea, pero no acepté el honor. No acepté la medalla porque es visible que dicha idea no tiene nada de novedoso.
Medio mundo ha dicho ya que existen Días que festejan casi todo; pero, asimismo, el otro medio mundo se queja de que no hay Días para todo.
Los primeros se quejan de que hay Día del Taco, Día del estudiante, Día del Maestro, del Padre, de la Madre, de la Tierra, del Agua, del Libro, del Medio Ambiente, de la Mujer, del Compadre, del Abuelo, de la Amante, de la Sororidad (que quién sabe qué significa), de la Guerra y de la Paz (y no se sabe si es para festejo de la obra de León Tolstói o es una ironía fina del preludio de la Tercera Guerra, porque no ha existido jamás una Primera Paz) o el Día de los Muertos. En fin, en México celebramos el Día del Meñique Chueco y el Día de Las Picaditas (que, dicen los expertos, inició como un festejo para esa delicia culinaria que preparan en los fogones instalados sobre las banquetas y derivó en un festejo que exige la renta de un cuarto de motel). Festejos para todo.
Los segundos se quejan de que no existe, por ejemplo, el Día del Hombre. Faltan muchos días. Los exagerados dicen que ya es hora de implementar el Día del Día o el Día de la Fiaca o el Día del Tequila (en Comitán, hay un grupo que impulsa el Día del Comiteco, pero muchos insisten en que se puede confundir con el gentilicio y lo que se quiere celebrar es la bebida alcohólica llamada así). Hay gente que llega a excesos tales como sugerir que, si existe un Día de Los Muertos, que se decrete el Día de los Vivos y que se celebre el último viernes del mes de abril, para que el día siguiente (como si fuese puente programado), se celebre el Día de Los Vivos. Tampoco falta el intelectual snob que propone se celebre el Día de La Letra (aunque el contador, también snob, pregunta si está incluida la letra de cambio).
Más que del primer grupo me asumo como integrante del segundo grupo, así que una mañana me desperté con la idea de buscar al diputado de mi distrito para que, en el Congreso, lance la idea de decretar el Día de los Hombres Pachoncitos.
Ante el desmedido ataque publicitario, en televisión y revistas, que hace apología de los hombres que tienen estómago de lavadero y brazos y muslos llenos de bolas sin grasa, es necesario que se revalore la idea del pachoncito (léase bien, ¡pachoncito!, no obeso). Los pachoncitos no entran en la estadística de aquéllos que comen hamburguesas y chalupas poblanas sin medida y cuyos estómagos parecen tanques de gasolina de camionetas todo camino. No, los pachoncitos son aquéllos que, en lugar de acumular agua como los dromedarios, acumulan un tantito de grasa como previsión para los tiempos de vacas flacas; no acuden a gimnasios a levantar pesas y a hacer mil lagartijas, por lo que sus brazos son flácidos. Así pues, las parejas de los pachoncitos pueden recostarse a gusto sobre los abdómenes de ellos y disfrutar el juego de “Cuando compres carne no compres de aquí ni de aquí, ¡sólo de aquí!”. El cuerpo del pachoncito no tiene la dureza de los músculos entrenados de los asistentes al Gym, ni tienen el bofo de los asistentes consuetudinarios a las fondas donde mujeres gordas venden “gorditas”.
De acuerdo con las últimas estadísticas, la obesidad masculina comienza a puntear en las relaciones de tendencias corporales. Esto es así porque todo mundo habla de los obesos o de los cuerpos de Adonis. El imaginario colectivo está colocado en los dos extremos. Se ha olvidado mencionar que existe un grueso (perdón por incluir este término obeso) de la población que bien puede llamársele pachoncito o justo medio.
El lector, en este momento, estará brincando de coraje porque el Arenillero ha olvidado a los famélicos, pero, bueno, se trata de lanzar la iniciativa de un festejo. ¿Cómo recibiría el mundo la idea de que se celebre el Día del Muerto de Hambre? Tal vez algunos estarían a favor de la intención porque conllevaría una crítica severa ante lo que la hambruna provoca en el mundo por la voracidad de los asquerosos capitalistas; pero muchos otros pondrían cara de desagrado, porque la pobreza y la miseria, se sabe, no son para celebrarse. Al niño se le obsequia un carro o una pelota el Día del Niño; al anciano se le regala una papilla de manzana el Día del Adulto Mayor o el repuesto de una placa dental; pero ¿qué se le puede regalar a un hombre el Día del Muerto de Hambre?
La propuesta es que se instaure el Día del Pachoncito y se celebre con un gran acto en las plazas centrales de todos los pueblos y ciudades de México.
Sé que en este momento una lectora está furiosa porque no he incluido a las pachoncitas, pero debo decir que, por gustos personales, no me gustan las gordas ni las gimnastas ni las pachoncitas. No soporto verlas con sus blusitas por encima de sus ombligos mostrando una ligera cintura llena de grasa. ¡No! A mí me gustan las clásicas 90 – 60 – 90 que se divierten jugando el 69.
A propósito ¿Ya hay Día del 69? ¿No? Tal vez no sería mala idea implementarlo, también.