sábado, 18 de junio de 2016

CARTA A MARIANA, CON UN RESPLANDOR





Querida Mariana: nuevos vocablos se incorporan a nuestro lenguaje. Ahora todo mundo manda “WhatsApp” y, por lo mismo, medio mundo usa la palabra. ¿Quién pudo imaginar hace cinco años que los comitecos usaríamos este anglicismo? Claro, todos lo abrevian y dicen: “Wats”. El Pitirijas lo escribe bien comiteco: “Guatz”, voz que, según el libro “Glosario”, de Pepe González Córdova, es “una voz onomatopéyica que significa jalón o golpe. Ejemplo: ‘Ya no me aguanté y guatz le jalé el pelo’”. Esto debe crear confusión en los mayores, porque el otro día escuché que Elena le dijo a su abuelo que le mandaría un “Wats” y el viejo le contestó: “Y yo te doy un coscorrón, muchachita malcriada”. Pensó que la nieta había dicho guatz.
Los comportamientos novedosos nos imponen modificaciones del lenguaje. La rotundez de los nuevos vocablos provocan un desplazamiento, no se agregan a nuestro español, ¡no!, estimulan la pérdida de vocablos que creímos árboles enormísimos.
Ahora todo mundo tiene celular con cámara, por eso la “selfie” se ha puesto de moda. Como ya comentamos en otra ocasión, pocos emplean el término ordenador para referirse a la computadora (del inglés computer); de igual manera pocos dicen “Nos tomemos una autofoto”, cuando es más chic decir: “Nos tomemos una selfy”.
En los años sesenta, mi tío Samuel tenía un proyector de diapositivas, que eran fotografías positivas enmarcadas dentro de marcos plásticos. A veces nos invitaba a ver las recientes de su último viaje, que podía ser a Argentina o a Japón. Mi tía servía café y ofrecía galletas de avena, mientras mi tío preparaba el proyector para exhibir las diapositivas sobre la pared. “¡Apaguen la luz!”, era el grito unánime.
Hoy nadie toma fotografías con revelado en diapositiva. Ustedes, los jóvenes, emplean la palabra cuando realizan una presentación en Power Point, en la universidad; o cuando algún maestro presenta una conferencia.
¿Power Point? Sé que todo mundo lo reconoce como un programa de Windows, pero debe haber (nunca falta) alguien que no sabe exactamente la traducción en español de estas palabras inglesas. El otro día (lo juro) fui a la central de abasto y vi a una chica pechugona con una playera (en tela de color amarillo y letras negras) que tenía una leyenda en inglés: “I am vegetarian. I like the banana and penis”. ¿What? Sin algún rubor ofrecía su mercancía (la que estaba sobre el mostrador): quesos y crema. Rodrigo me codeó y, con sus ojos, me indicó que viera. Ya lo había visto. Sonreí. Rodrigo preguntó el costo de un queso de doble crema, la muchacha respondió, luego ofreció una probada (del queso). Como ya había cierta confianza, Rodrigo le preguntó si en realidad era vegetariana. La muchacha no supo qué decir, sonrió. Rodrigo insistió, explicó que una vegetariana es una persona que sólo come vegetales y no consume carne. Ella volvió a sonreír y ofreció otro pedazo de queso. “¿Te gusta la carne?”, preguntó Rodrigo. Ella ya se puso seria. Jalé a Rodrigo y le dije que mejor nos fuéramos, pero se resistió. Sacó un billete de cincuenta de su cartera y dijo que quería un queso envuelto en hoja de “plátano”. Ella metió el queso en una bolsa de plástico y dijo: “Sí, sí como carne”. “¿Ya oíste?”, me dijo Rodrigo. Yo traté de ignorar su dicho. Lo jalé. “Vonós ya”, le dije. “Acá está su cambio”, dijo ella, pero yo le dije que así estaba bien, que se quedara con el cambio. Jalé a Rodrigo. Él abrió la bolsa y “pispeó” el queso, rió, dijo que la muchacha era una comelona bisexual: era carnívora y vegetariana.
¿Qué significa WhatsApp? ¡Saber! Pero todo mundo manda “wats” y “tuits”.
El otro día escuché que un muchacho le decía a una amiga: “¿Tenés wats?” y ella, coqueta, dijo: “Sí, pero no es para tu tuit”. Tardé un poco en entender, pero luego me di cuenta que el logotipo de Twitter es un pajarito.
Elena, quien desde niña fue muy aventada, ahora usa una clave con su novio. Cuando están en la biblioteca o en el patio de la escuela, se levanta y le dice a Mario: “¿Retocamos fotos en Picasa?” (Los adultos tal vez no saben que Picasa es una aplicación informática que sirve para retocar fotografías digitales). Todos, inocentes, creen que la oración es literal. ¡No! Lo que Elena le está diciendo a Mario es: “¿Vamos a “picar” a mi casa?”.
Digo que los tiempos posmodernos nos obligan a actualizarnos. El abuelo Enrique sabía que cuando “shopeábamos” metíamos la rosquilla, una y otra vez, en la taza de café. Ahora, el bisnieto dijo la otra tarde que la dedicaría a “shopear”, Eugenia tuvo que explicarnos que Enrique tercero entraría al cuarto a “fotoshopear”; es decir, a retocar algunas fotografías con el programa Photoshop.
A los viejos no nos queda más que meternos a la alberca de la nostalgia. Como no sé nadar apenas meto mis pies, no más. Sé que la nostalgia, igual que el agua, es peligrosa. Si uno se mete más allá de lo recomendable puede ahogarse y, dicen los místicos, que no hay sufrimiento más miserable que el ahogamiento por nostalgia. La cuerda de la nostalgia no se rompe, es dura e inflexible. En Comitán cuentan que una mujer se murió de amor; es decir, de la nostalgia por la ausencia del amado.
Cuando voy a casa de la tía Arminda le pido que saque sus álbumes de fotografías en blanco y negro y color sepia. Son fotos de la familia, de los años cincuenta o sesenta. Ahí veo cómo eran las fiestas familiares, cómo eran los patios de las casas tradicionales, los muebles de mimbre. Hay una que me encanta, porque, dice la tía Arminda que fue en la boda de sus papás, el patio está lleno de juncia y, en los pilares y en las paredes de los corredores, hay festones colgados como lianas.
Me sorprendo cuando hallo impreso el siguiente mensaje: “Si en el álbum de tus postales / tienes un lugar vacío, / guarda éste que es / un recuerdo mío”. Y ahí está la foto de una mujer que porta un vestido de chiapaneca, en medio de un platanar. La tía Arminda dice que es la fotografía de una tía suya, que vivía en una finca de Tapachula, una finca enorme, propiedad de unos alemanes.
No nos damos cuenta bien a bien, pero cada vez que incorporamos un vocablo nuevo eliminamos otro de nuestro acervo histórico. Ahora todo mundo envía tuits; es decir, ya nadie envía un telegrama. Llegará el día que esta última palabra será un mero referente del pasado, porque los niños de hoy ya no la incorporarán a su acervo. Los álbumes de fotografías impresas ya son especie en extinción; ahora existen álbumes digitales con “touch screen”. Como si alguien hojeara un libro, basta pasar la mano sobre la pantalla para que las fotos aparezcan.
Evandro, en intento de ser original, dice algo que ya es un lugar común: “El futuro no nos alcanzará, ¡ya está aquí!”. Entiendo lo que quiere decir, pero es inexacto. Lo que está acá es el presente, el futuro siempre está por llegar y, mientras el universo siga siendo, el futuro será el instante que siempre estará adelante del instante actual. Pero, Evandro tiene razón en tanto que los avances tecnológicos de los últimos años nos colocan en una puerta que era impensable hace años. Cuando pienso que existen impresoras en 3D mi mente no alcanza a comprender la grandeza de tal invento.

Posdata: Teófilo siempre hace intentos por preservar nuestra identidad lingüística. De manera muy elemental (como si fuese el último académico de la Real Academia de la Lengua Española busca palabras sucedáneas para compensar la avalancha de anglicismos). Cuando toma una coca cola (porque no ha podido dejarla) dice que toma “Agua del Río Grande” y, para cuando alguien no entiende, explica: “Es que el agua del río grande es agua de caca”. Pareciera algo intrascendente, pero no lo es. Hay un intento por decir que así como existe la palabra ordenador para sustituir computer, así él dice que manda un “Tito” cuando manda un “Tuit”, esto lo hace en homenaje a don Tito Caballero, quien trabajó en la oficina de Telégrafos, en Comitán, durante muchos años. Y, sí, ¡adivinaste!, cuando manda un “whats” lo dice con acento comiteco: “Guatz” y lo refuerza con un movimiento de mano como si conectara un gancho al hígado (uppercut). Dice que se puede evitar la globalización del idioma, que, jugando, se puede preservar nuestra identidad. Por eso, también inventa palabras. El otro día me dijo: “Te llegó un tiucs”, cuando oyó la campanita de mi celular. ¿Un qué? “Un tiucs” (de tiuca) y no hubo necesidad de más explicación, entendí que era la palabra para indicar que me había llegado un mensaje telefónico y, no sé por qué, me sentí muy bien, como si su juego de palabras me indicara que sí es posible aún tener una personalidad propia. Porque el otro día andaba un poco gutz. La gutzera me la provocó mi sobrina Pau cuando fuimos al mercado y vimos un canasto repleto de tzisim. ¿Sabés qué me dijo? “Mira, tío, cuántos antz”. ¿Antz? “Sí, tío, hormigas”. ¡Ay! Que Dios bendiga a los hombres de buena voluntad, que Dios bendiga a los Teófilos de Comitán para que las Pau no vivan tan desprotegidas.

viernes, 17 de junio de 2016

OTRA PIEZA DEL ROMPECABEZAS COMITECO





Hubo un tiempo que Comitán no tuvo sucursales bancarias. En la casa que mi papá alquilaba estuvo la corresponsalía del Banco de México. Según la fecha que ostenta este pergamino, dicha corresponsalía funcionó de 1953 a 1964. En este último año ya se abrió la sucursal que inició labores en la planta baja del edificio que hoy ocupa el Teatro Junchavín.
Ahora existen muchas sucursales bancarias de múltiples instituciones (Banamex, Bancomer, Banorte y vainas similares). Creí que las corresponsalías habían pasado a mejor vida, pero Eugenio me cuenta que no es así. Ahora vamos a Wal-Mart o a cualquier Oxxo, por dar dos ejemplos, y realizamos pagos, hacemos transferencias y sacamos dinero de nuestras tarjetas. Eugenio dice que, de acuerdo con la Condusef, estas instituciones funcionan como corresponsalías.
El pergamino que le otorgaron a mi papá está firmado por don Luis G. Legorreta (ya el apellido dice mucho). Don Luis, en ese tiempo, tal como acá se comprueba era el Presidente del Consejo de Administración. Lo que actualmente es Banamex fue el primer gran banco de México. Las demás instituciones bancarias aparecieron posteriormente, así que el Banco de México era el organismo que partía el queso.
Julio Gordillo Domínguez recuerda, a cada rato, que, en los años sesenta, llegaba a la casa donde viví de niño y cambiaba los cheques de su sueldo mensual; asimismo, don Carlos Escobar llegó a contarme que, como él era joyero, en la corresponsalía adquiría los lingotes de oro para realizar su oficio.
La corresponsalía funcionó en la casa que actualmente es propiedad de la abuela materna de Alex Hiram Morales Torres (viuda de don Juanito Torres). Quienes necesitaban algún servicio bancario entraban a la casa, por un zaguán que tenía escalones, y torcían a la derecha donde, ya en uno de los cuatro corredores, estaba la oficina con tres escritorios y, en una esquina, la enorme caja fuerte, propiedad del banco.
Era la corresponsalía, pero era “mi” casa, porque, sin duda, los clientes me vieron jugando por los corredores, ya que dos cuartos más allá de la “oficina bancaria” estaba el oratorio donde me gustaba jugar a las escondidas.
Hoy es muy difícil imaginar el funcionamiento de una institución bancaria en el interior de una casa; es difícil imaginar a un cliente contando su dinero en un corredor, mientras Sara pasa llevando el mandado para preparar la comida; es difícil imaginar una oficina bancaria sin cámaras de seguridad ni puertas blindadas.
La corresponsalía en ese tiempo era de puertas abiertas. La gente entraba, prendía un cigarro, se sentaba en la oficina y esperaba su turno (en caso de que hubiese alguien más en la supuesta fila). Claro, eran tiempos en los que las tarjetas de crédito y de débito no existían; tiempos en que no había cajeros automáticos.
Eran tiempos en que la delincuencia estaba instalada sólo en las películas que exhibían en el Cine Comitán o el Cine Montebello, porque jamás hubo un asalto (que hubiese sido muy sencillo de ejecutar). Eran otros tiempos, tiempos que terminaron (cuando menos en Comitán) la tarde en que en una ceremonia sencilla, pero emotiva, y teniendo como testigos a los funcionarios de la banca y a las autoridades del pueblo, mi papá recibió este pergamino que es una belleza en su ejecución. Ahora que son tiempos de impresiones digitales, cualquier persona puede admirar la belleza del trazo del dibujante que, con tinta china, realizó este pergamino que es parte de la historia colectiva de Comitán.
Los billetes de ese tiempo (como los de ahora) tenían la firma de los consejeros del Banco de México. A mí me daba un gran orgullo ver un billete de cinco pesos, por ejemplo, con la firma del mismo hombre encumbrado que firmó este pergamino; un poco como decir, que uno de los hombres más poderosos, una tarde de 1964, saludó a uno de los hombres más sencillos y honorables de nuestra patria.

miércoles, 15 de junio de 2016

EN HOMENAJE A ALI




La bienvenida de Mariana no fue muy afectuosa. Apenas abrió la puerta y me invitó a pasar dijo que había pensado en mí, que ya, primero Dios, el próximo año, entro, oficialmente, a la banda de “la tercera edad” y, como si fuese torera, dio la estocada final: “Ya cumplís los sesenta, ¿verdad?”. ¿Qué decirle a mi niña amada? Como hago siempre que me siento acosado, contra las cuerdas, abrí otro camino en la conversación: “¿Qué creés? Ya terminé el libro de Del Paso”. La treta funcionó, porque se emocionó y platicamos del libro y luego saltamos a Rosario Castellanos y más tarde caminamos con Mario Vargas Llosa, así que mi niña ya no retomó el tema de la ancianidad.
Cuando llegué a casa me preparé un té de limón, chequé el Facebook y luego me puse el pijama, entré al baño y me quité la placa de la boca y me enjuagué. Me vi en el espejo y supe lo que desde hace tiempo he sabido: ya no soy un joven. Hace dos o tres años asumí que ya dejé atrás la niñez, la juventud, la madurez y que entré al último tramo de la vida: la vejez. No he tenido problemas con ello, porque la palabra viejo me cae bien. Una compañera de trabajo, con mucho afecto, todas las mañanas, a la hora que nos saludamos, me dice: “Viejazo”, y yo me siento muy bien, sonrío. ¡Yo, que soy tan escaso para sonreír!
Lo que me molesta, ya me di cuenta, es la perspectiva de ingresar a la relación oficial, que deba ir a una oficina gubernamental para que ellos certifiquen que estoy viejo y me den una credencial que indique que paso a formar parte del ejército de militantes de la tercera edad. Comparo este trámite como el del reclutamiento para ir, con un fusil de madera, a combatir en la guerra donde, con toda seguridad, encontraré la muerte.
Así que al día siguiente, cuando fui a la casa de Mariana, y a la hora que abrió la puerta, le dije: “¡No!, no seré de la banda de la tercera edad. Haré lo mismo que hizo el recién fallecido Muhammad Ali”. Ella rio, me dijo que pasara a la sala, que me prepararía un té. Cuando me dio la taza, con la risa envuelta en sus labios, me pidió que le dijera cuál era mi pensamiento.
Nada, le dije que todo estaba bien, pero que recordara que Muhammad se negó a ingresar a las filas de soldados que fueron a Vietnam. Dijo que él no tenía problema con la gente de Vietnam y que su religión le prohibía participar en la guerra, le prohibía matar a sus semejantes.
Pues yo, le dije a Mariana, si Dios me permite llegar a mis sesenta, me negaré a entrar al club de la tercera edad. Mi religión, ¡la vida!, me prohíbe participar en guerra tan absurda. Seguiré en el lado de la libertad, al lado de los jóvenes y de los niños. Ya no jugaré voleibol ni saltaré la cuerda, pero sí estaré en el mismo patio donde jueguen los niños y no sentado en una silla plegadiza en el geriátrico; haré fila para entrar a ver un partido de fútbol soccer, no para recibir una despensa para ancianos. Una mañana, la que yo desee, tomaré un cayado (que no un bastón) y caminaré, con cuidado, por la carretera que va a Quijá y desde esa altura contemplaré a Comitán, como si yo fuese un pájaro, como si tuviese alas y no andaderas.
Como Muhammad Ali seré tachado de desertor, pero mandaré a freír espárragos a todos los que me digan que ya ingresé a la tercera edad. A estos les diré que soy un viejo, un viejo lleno de vida. Mi ejemplo será Picasso y, si Dios me lo permite, seguiré en plena actividad intelectual: leeré (mucho), escribiré (mucho), pintaré (mucho) y viviré (demasiado).
No colocaré en mi corazón ese eufemismo bobo que trata de mover a compasión, que es como una limosna que avientan los que se creen inmortales y piensan que nunca llegarán a cumplir sesenta, setenta y más.
No me pondré un letrero que diga “Viejo”, porque las personas que lo lean pensarán que estoy loco, porque todo mundo verá que seré un hombre lleno de vitalidad y de entusiasmo.
Seguiré queriendo a Mariana con el mismo río con que la quiero ahora, con este aroma que no huele a pachuli, sino que tiene el olor del más fresco renuevo, el olor de la hoja antes de que toque el suelo.
Ali dijo ¡no! a la guerra, dijo ¡sí a la vida! Los viejos, ¿qué debemos hacer?

martes, 14 de junio de 2016

UN JUEGO MISTERIOSO




Mariana juega, siempre juega. Ayer fui a su casa y la encontré en el patio. “¿Qué hacés?”, pregunté. Estaba detrás de una piedra. “Juego a las escondidas”, dijo y sonrió. “Ya te encontré”, dije. “Sí -dijo ella-. Ganaste un premio.”, y fuimos a la cocina, calentó agua y me preparó un té de limón.
Mariana juega, siempre juega. Ella se sirvió café, se sentó ante la mesa, frente a mí, y dijo que a veces no la encuentran. Ella se esconde detrás de una piedra, detrás de un árbol, adentro del clóset, debajo de la cama y pasa una hora y otra y nadie la encuentra. “¿No será que tus amigos no saben jugar?”. Dijo que tal vez sea por eso.
Antes, el juego de las escondidas era un juego común y todo mundo lo jugaba. Ahora, el juego ha dejado de tener su sonrisa de luz y sólo se quedó con su mueca de misterio. El otro día, Rosario nos dijo que Mario estaba desaparecido. Mario es un primo suyo que vive en Guadalajara. Bueno, ahora no se sabe si sigue ahí. Hacía más de diez días que nadie sabía de su paradero. Había subido a un camión con destino a la Ciudad de México, Arsenio lo esperaba en la central camionera. El camión llegó, pero Mario no lo hizo. Desde entonces, todos sus amigos y familiares están en su búsqueda, pero, como sucede siempre con los desaparecidos, no saben por dónde empezar.
Cuando Rosario se fue, Mariana dijo que, tal vez, Mario estaba escondido y, como le sucede a ella, nadie lo ha encontrado.
Yo dije que nadie tarda escondido tanto tiempo. Mariana dice que ella, hace tiempo, hace como un año, pensó que se quedaría adentro del clóset. A ella le gusta el juego de las escondidas, pero cuando alguien la encuentra (así como ya la encontré esa tarde, detrás de la piedra) le brinca un sentimiento de tristeza. Mariana dice que el jugador novato juega a las escondidas pidiendo a Dios que lo encuentren pronto; en cambio, el apasionado de ese juego busca el lugar más insólito a fin de que sea el último en ser hallado; es decir, el profesional desea no ser encontrado. Mariana me preguntó si nunca he tenido ese deseo, de esconderme y no ser hallado. Dice que hay muchos que lo hacen a propósito, me puso un ejemplo pedestre: el de su tío Armando que, después del suceso donde, de manera accidental, chocó contra un poste y éste, en su caída, despanzurró un auto que estaba estacionado con una señora y su bebé en el interior, huyó del lugar, llegó a su casa, se despidió de su mujer y de sus dos hijos (ella, de cinco años, y él, pichito de un año dos meses) y fue a esconderse. ¡Quién sabe en dónde!, porque de esto ya tiene más de doce años y no lo encuentran. Lo mismo sucedió con Azucena cuando Rodrigo terminó su relación con ella, relación que había tardado más de seis años. Azucena, también, jugó el juego de las escondidas, se metió adentro del clóset, tomó un frasco con pastillas y se puso a dormir. La encontraron hasta el otro día, ya después de las diez de la mañana, porque ella comenzó a jugar (según el perito) como a las cinco de la tarde. Doña Rosario, su mamá, enloqueció de dolor. Mariana dice que cuando alguien entraba a su cuarto, la encontraba sentada en la mecedora y decía: “Mi Azucena está jugando a las escondidas. Vayan a buscarla. Búsquenla debajo de la cama”. Tenía la esperanza de que, en cualquier instante, alguien entrara, la despertara y le dijera que ya habían encontrado a su hija.
Pero, ahora, todo mundo lo sabe, el juego de las escondidas se ha vuelto un juego forzado. A veces alguien no quiere jugar y es obligado a hacerlo. Muchas personas quedan escondidas debajo de las camas o adentro de clósets o detrás de las piedras y nadie las halla y ellas se desesperan, gritan, dicen que ahí están escondidas, pero no pueden moverse y, tal vez, sus gritos no alcanzan a llegar a las nubes y el eco se disuelve.
Antes, el encanto de las escondidas era el misterio resuelto. Los escondidos sabían que serían encontrados y los buscadores sabían que el chiste del juego era hallar a los escondidos. Pero, ¿qué sucede ahora cuando alguien no es hallado?
Yo le digo a Mariana que cuando quiera jugar me hable, pero ella (necia) no lo hace. Cuando le da la gana de jugar va al patio y se esconde detrás de una piedra y ahí se queda sin moverse. Se tapa la boca para no reír cuando oye que su mamá riega las flores y no se da cuenta que su hija está detrás de la piedra.

lunes, 13 de junio de 2016

LOS COMUNES MÁS COMUNES





Hay nombres comunes, hay apellidos comunes. En nuestro país, el apellido López es muy común. Lo mismo podemos decir del nombre Guadalupe. Hay Lupitas como tsizim en temporada de lluvia. Por el contrario, hay nombres y apellidos infrecuentes.
Digo esto, porque para identificar nombres de personajes importantes con un apellido común es preciso aliarlo con el otro apellido para distinguirlo. Si alguien dijera que para el 2018 López es una opción, muy pocos entenderían el mensaje, pero si a ese López se le agrega el Obrador, entonces todo mundo entiende. En el caso del Peje, los encargados del manejo de su imagen prefieren utilizar el apellido materno, como reafirmando que sí tiene madre. Esto es así, porque el Obrador es menos frecuente que el López.
Esto es aplicable en todos los rubros de la vida. Lo mismo sucede, por ejemplo, con los escritores. Si digo que a mí me gustan los cuentos de García, medio mundo quedará en la indefinición, pero si a ese García común le agrego el Márquez, todos lo identificarán.
Cuando alguien tiene la bendición de un apellido paterno infrecuente no hay duda. Quien escucha Arreola sabe que el otro habla de Juan José; lo mismo sucede con Pacheco, con Monsiváis, con Ibargüengoitia. Para hablar del autor de “Crónica de Intervención” hay necesidad de incluir el apellido materno, porque el paterno es el común ya comentado: García Ponce.
Lo mismo sucede cuando hay dos o más escritores con el mismo apellido. Acá en Chiapas decir Trejo crearía confusión porque hay tres poetas reconocidos con ese apellido: Fernando, Socorro y Marisa. Si alguien dice Bonifaz, puede pensar en Óscar o en Marirrós. Estos apellidos no son tan comunes, pero como los integrantes de un mismo árbol genealógico se dedican al mismo oficio es preciso agregar los nombres. Porque (fenómeno simpático) en muchos casos de escritores basta mencionar el apellido para identificar al autor: Sabines, Bañuelos, Oliva, Cañas y algunos más. Tenemos casos insólitos en donde se reconoce a los autores a través de un sobrenombre, como ejemplos están el de Laco y el de Quincho. Sobrenombres que han trascendido por encima de nombre y apellidos.
Los lectores tienen una relación de complicidad con sus autores favoritos y buscan una cercanía; por ello, medio mundo lector derribó el García Márquez y lo convirtió en un simple Gabo y a Edgar Allan Poe lo reconocen como Poe. Esta síntesis permite una cercanía que se da entre amigos. En México hay muchos lectores que, al referirse a Elena Poniatowska, dicen La Pony. Pero, si alguien quisiera referirse al autor de “El diario de La Riva” no podría decir un simple Martínez, sino tendría que acompañarlo del apellido materno: Martínez Torres; lo mismo ocurre cuando alguien menciona a la autora de la novela “La bomba de San José”: García Bergua (acá muchos, en alarde confianzudo, dicen: “La Bergua”, pero como se presta a que la gente confunda la palabra y se vuelva albur tepiteño, lo dicen en voz baja y en círculos de confianza).
Claro, hay apellidos comunes que, por el peso específico de la obra literaria, se convierten en apellidos únicos, como si fueran tronos de latón convertidos en oro puro. Hay muchos Cervantes, pero ¡sólo hay uno! (los otros Cervantes, menores, tienen que buscar un colgadero para sostenerse).
Sin duda que en la historia de los conventos de Hispanoamérica han existido muchas monjas que han elegido el nombre de Juana, pero todo mundo estará de acuerdo que nadie estuvo ni estará jamás a la altura de la altísima Sor Juana.
No hay más Del Paso que el autor de “Noticias del Imperio” y, aunque hay miles de fuentes en todo México, reconocemos que no hay más Fuentes que el autor de “Aura”.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez debe escribir así su nombre, porque ya un cantautor mexicano le ganó el privilegio del nombre Juan Gabriel. En el supuesto caso de un escritor que se llame Luis Miguel, debe, necesariamente, remendar su nombre con sus apellidos. No queda de otra. Hay nombres que trascienden a los hombres.

sábado, 11 de junio de 2016

CARTA A MARIANA, A MITAD DE UN LAGO




Querida Mariana: ¿En qué pensás cuando oís que alguien dice: Los Lagos? Si fueras de Jalisco tal vez pensarías en la Virgen de San Juan (de Los Lagos), pero, como sos comiteca, estoy seguro que pensás en Los Lagos de Montebello.
¿Sabés desde dónde escribo esta carta? Desde Los Lagos; desde el Hotel Los Lagos, de Comitán.
Cuando alguien menciona Los Lagos pienso en el hotel de Comitán y, por supuesto, en Los Lagos de Montebello. Mi papá, una tarde, me llevó al hotel; y, en muchas ocasiones, en la vieja willys verde, me llevó a Los Lagos de Montebello. Tal vez por esto, cuando estoy en el hotel siento el aire fresco del bosque y, cuando estoy en Montebello, pienso en Tarzán.
Digo que en Montebello pienso en Tarzán, porque (ya te conté una vez) esa tarde que mi papá me llevó al hotel exhibieron una película del hombre mono.
Hace un año, días más, días menos, fui a Montebello, con mi Paty y mi mamá desayunamos frijoles de la olla y quesadillas (sin queso) de flor de calabaza, con una salsa molcajeteada. Y hoy (¡ah, qué privilegio!) te escribo desde el patio central del Hotel Los Lagos.
De una vez me excuso por la serie de obviedades que contendrá esta carta. ¿Qué otra cosa, sino una obviedad, es decir que en el bosque hay más aire que en un espacio lleno de cemento?
Los comitecos y turistas que se han hospedado en el hotel Los Lagos tienen el referente del patio central lleno de árboles. El patio no es muy grande (en extensión), lo digo porque no sé si vos lo conocés. Con excepción de un lateral puedo decir que es un cuadrado de, más o menos, treinta metros por lado. Si mi espíritu geométrico no me es infiel digo que mide unos novecientos metros cuadrados. Es un espacio pequeño, ¿no? Sin embargo, al estar ahí, advierto una sensación de majestuosidad. Hay diversas variedades de árboles y plantas, muchas a ras de suelo, helechos y una orquídea amarilla que ya se secó. Algunas otras matas se desprenden un poco más allá del suelo, como si fueran adolescentes, y las otras, las que están a nivel de piso, fueran niños gateando.
Hay algunos varejones, primos hermanos del bambú y de la caña de azúcar. Pero no sólo matas y plantas hay, también existe la magnificencia de árboles que superan el techo del hotel de dos plantas y llegan a alturas que superan los cuarenta o cincuenta metros.
Escribo desde este patio y sólo encuentro obviedades, porque soy como un niño que por primera vez está cerca de la naturaleza. ¡Qué pena, ahora estamos tan llenos de calles envueltas en cemento y en baches!
¿Dije que tiene más de un año que no voy a Los Lagos de Montebello? Sí, así es. Tengo la mano de Dios tan cerca y no la saludo. Bueno, ahora, vos lo sabés, esta mano de Dios está sucia, alguien se la manchó con caca. ¡Qué pena!
¿Qué otra cosa, sino una obviedad, es decir que me sublima estar en un espacio tan breve con tanta majestuosidad?
¿Qué otra cosa, sino una obviedad, es decir que los árboles, a medida que se alzan del suelo, despliegan sus ramas como si fueran pájaros? Crecen derechitos y, en un instante no revelado, comienzan a torcerse en la linealidad del aire.
Acá, en el patio central del hotel, los árboles, en su parte baja, están llenos de moho por el toque persistente de una mano húmeda. Esta humedad provoca un aroma a tierra mojada que es muy afectuoso.
La tarde en que mi papá me trajo a este hotel lo hizo porque la empresa Coca Cola exhibió una película de Tarzán. Te hablo de los años sesenta del siglo pasado. Una enorme pantalla fue colgada de las ramas de estos mismos árboles. Fue como si improvisaran un cine a mitad de la selva, fue como el sueño de Fitzcarraldo que se obsesionó en construir una sala de ópera a mitad de la Amazonia. El patio central del hotel estaba lleno de chamaquitos, algunos, incluso, estaban trepados, como changos, en las ramas. Creo que nunca, en todo el mundo, se ha realizado una exhibición tan bella. ¿Qué mejor lugar para exhibir una película de Tarzán que en un espacio lleno de árboles? Hubo instantes en que parecía que el hombre mono salía de la pantalla y seguía columpiándose en las lianas de los árboles del hotel.
Me gusta la naturaleza, pero no soy un hombre temerario. No me gusta apartarme mucho de la civilización. Sé que, en la selva, moriría antes de que un jaguar diera el primer rugido. Me provoca pánico caminar sobre una alfombra de hojas secas, pienso que, en cualquier instante, asomará una culebra.
Acá estoy a gusto. Es una bobera, pero lo siento como un fragmento de selva domesticado, como si alguien hubiese hecho un conjuro para eliminar el riesgo de culebras sin tocar la majestuosidad del bosque. Claro, dirás, es una tontera pensar que el bosque puede ser aséptico. Tenés razón, pero yo me siento en El Paraíso. De niño siempre creí que el territorio de Adán y Eva era un espacio libre de peligro. Si un león asomaba era como si un gato se echara a los pies. ¿Un coyote? ¡Ah!, era como un dálmata o un chihuahueño. ¿Y una serpiente? No era más que una liana viviente que podía servir para columpiarse y para dialogar con ella.
La naturaleza es inclemente. ¿Qué decir del desierto? ¿Qué decir de esas alfombras hirvientes? Ya con El Principito aprendimos que basta la mordida de una serpiente para enviar a los seres humanos a otra dimensión. Acá, en el patio del hotel, las serpientes están ausentes y, sin embargo, ahora que estoy sentado en una silla de metal, me desparramo, coloco la nuca sobre el respaldo y miro hacia arriba: el cielo apenas es visible, lo que admiro son las frondas de los árboles, la telaraña verde tejida por las manos diligentes de la naturaleza.
Yo, que ya no soy planta a ras del suelo; yo, que hace rato dejé de ser la planta de bambú; yo, que soy un árbol viejo que da sombra, me maravillo ante lo breve y me espanto ante la grandeza.
Cuando mi papá me llevaba a Los Lagos de Montebello yo me maravillaba ante el racimo de verdes y reconocía la belleza del color del agua. Víctor y yo (de veras) creíamos que si sacábamos agua y la metíamos en un frasco el agua seguiría teniendo el color del lago. Qué chasco al comprobar que el agua era transparente, casi sin chiste. Mi papá, al ver nuestras caras de frustración, dijo que la magia se perdía cuando alguien sacaba el agua del lago. “¿Ya vieron lo que pasa cuando alguien saca un pez del lago?”. Sí, dijimos nosotros. “Pues igual -dijo él- el color del agua muere cuando alguien lo saca”. Creo que esa mañana nos volvimos muy respetuosos del medio ambiente y de la vida.
Hace diez minutos me sentía pleno. Ahora he perdido la cuerda de la armonía. No sé qué sucedió. Debe ser que una sombra (y no propiciada por un árbol) ronda mi espíritu. ¿Quién llenó de caca la mano de Dios allá en Los Lagos de Montebello? ¿Quién fue el que mató el color? No fue Víctor ni fui yo. Nosotros sólo sacamos un vaso de agua, sólo matamos una mínima cantidad. El monstruo que hizo este atentado no sacó el agua, hizo algo más perverso, echó la caca concentrada y, se sabe, es muy fácil contaminar grandes cantidades de agua limpia con un poco de mierda. Un poco de caca basta para enturbiar una cubeta de agua pura y transparente. La caca mató el color prodigioso.
No me queda más que dar gracias por este espacio desde el que te escribo. Los dueños de este espacio lograron preservarlo. No hay otro hotel que tenga un patio central tan bello, tan lleno de vida. Los cronistas futuros tendrán que reconocerlo como la sala cinematográfica más adecuada del mundo para exhibir películas de Tarzán, el hombre mono.
Me da pena, pero cuando alguien comenta que Los Lagos están contaminados me resisto a aceptar tal idea. Esto es así porque estoy “contaminado” de la idea de que Los Lagos (este espacio donde ahora estoy) sigue intocado, bellísimo. Me desparramo en la silla y miro hacia arriba y veo cómo la luz juega en medio de la telaraña de hojas verdes y ramas torcidas. Acá la luz no entra directamente, es como una niña que asoma su carita y saluda y bendice y hace llover luz.

Posdata: Mi prima Rosita dice que los seres humanos somos tontos. ¿Por qué no entendemos que somos inquilinos de la tierra? Tal vez el dicho de Rosita dé indicios de respuesta a la pregunta de por qué el patio central del hotel sí está resguardado y la zona de Los Lagos de Montebello pierde su encanto. En el primer caso, el dueño entendió que proteger sus propiedades le permiten, además de respetar el entorno, vender la imagen; es decir, un ambiente cuidado genera riqueza. En el segundo caso no se entendió que salvaguardar la naturaleza da vida; no se entendió que un generador económico propicia mejores perspectivas de desarrollo a la comunidad. Rosita tiene razón, los seres humanos somos tontos.
Tiene tiempo que no voy a la zona de Los Lagos de Montebello. Tiene tiempo que el turismo tampoco se acerca. ¿Quién quiere dar la mano a Dios si éste, perdón, la tiene manchada?
No soy conformista, pero ahora me siento bien, por esta posibilidad de estar en un espacio lleno de aire y de luz.
Cuando menos, el patio central de este hotel sigue generando vida y, sin duda, dando dinero a su propietario.

viernes, 10 de junio de 2016

ES CULPA DE LAS FEMINISTAS





“¿Por qué escriben la palabra chic@s, con arroba?”, preguntó el maestro René. Rodrigo levantó su mano, luego levantó su anatomía y dijo: “Es culpa de las feministas” y, serio, se sentó de nuevo en su silla de paleta.
El maestro insistió: “Pregunté por qué, no pregunté quién es el culpable”. Rodrigo levantó de nuevo la mano, luego toda su anatomía y dijo: “Las culpables, maestro, ¡las culpables!” y, serio, se volvió a sentar.
Marcos, sentado en una esquina del salón no levantó la mano, así como estaba, desparramado, dijo: “No, el Chairas miente”, y, como no se había parado, sólo cerró la boca. (A Rodrigo le dicen Chairas, de apodo.)
Romina, quien es la más seria y estudiosa del salón, no levantó la mano (tal vez en un alarde de superioridad), pero sí habló: “Es una muestra de equidad de género”.
“Eso es una bobera”, dijo Armando (que le dicen Armando Broncas) y agregó: “Escrito no hay problema, pero sí hay problema a la hora de la lectura. ¿Cómo se lee la arroba? ¿Tenemos que decir Chicarrobas? ¡Qué complicado!”.
Romina dijo: “Es para visibilizar a las mujeres. Ustedes, los hombres, han querido adueñarse del mundo y comenzaron a hacerlo desde el lenguaje”.
Elena, quien por lo regular es una chica callada, se paró y dijo: “Marcos tiene razón. Las mujeres no tenemos la culpa de nada”.
“¿Por qué lo decís?”, preguntó Marcos, quien puso el brazo sobre el respaldo y volteó a ver a Elena.
Ésta dijo: “No lo digo por lo de la arroba, sino por el intento de cambiar la preeminencia masculina en el lenguaje”.
“¡Preeminencia!, qué pinche palabra es esa”, dijo Rodrigo.
Elena ignoró el comentario y siguió: “A ver, ustedes que son tan listos y que se quejan por todo, díganme qué culpa tenemos las mujeres de que ustedes no razonen y anden castrando a sus héroes y a sus hombres ilustres cuando alguna institución pública o privada lleva su nombre. ¡Nadie se espanta por ello! Alguna antecesora nuestra maquinó la venganza y ahí tienen que yo, de veras, juro que estudié en la Matías de Córdova. ¿Ven, tontitos? Estudié en La Matías de Córdova y tengo un sobrino que estudia en La Benito Juárez. ¡Dios mío! Bueno, esta invocación no va acorde al comentario, porque don Benito era un gran ateo, pero ¿qué pensaría don Beno si oyera que su nombre va antepuesto por el femenino La? Tiene años de años que todos los hombres están del lado de las feministas y, sin reconocerlo, porque son tontitos, se unen a la voz de las mujeres en esa dulce venganza. Desde la preparatoria, a mí me cayó mal Jaime Sabines, precisamente porque esconde su vena machista detrás de un muro aparentemente hecho con hojas de ternura. Todo lo reduce al sexo. En uno de sus poemas dice: “Nunca he amado a una mujer delgada / pero tú has enamorado mis manos”; en otro aparece: “Tu cuerpo está a mi lado / fácil, dulce, callado”; en otro escribe: “Te desnudas igual que si estuvieras sola / y de pronto descubres que estás conmigo”. ¿Ven? Todo es cuerpo, a eso reduce la imagen de la mujer. Entonces, cuando voy a la biblioteca, digo: “Voy a la Jaime Sabines” y remarco el La y nadie se espanta, porque todo mundo entiende que voy a la biblioteca. Mi corazón brinca como si saltara una cuerda, me vengo en nombre de todas las mujeres del mundo, incluidas aquellas que aman la poesía de Sabines, sin reflexionar en sus palabras machistas. Anduvo por todos lados ¡canonizando a las putas! ¿Por qué no propuso canonizar a las mujeres inteligentes, a las madres solteras? ¡Ah, no!, canonizó a las putas, porque ellas satisfacían su hombría. ¡Qué poeta tan sin poesía! Así que no les echen la culpa a las feministas. Ellas son continuadoras de la lucha iniciada hace mucho, incluida la blandengue de Rosario Castellanos, que era muy teórica pero muy poco práctica, ya que era sumisa ante las atrocidades que le hacía su esposo Ricardo. Muy feminista en el discurso, pero muy cobarde en la realidad real”.
“Pues será lo que decís -dijo Rodrigo-, pero cuando menos Rosario supo que no era modificando la lengua como se lograría la equidad de género. La Chayo escribió una poesía altísima y una prosa limpia sin ponerse a pelear con la palabra, que en su voz suena a agua limpia, sin género. Cuando alguien, como las feministas irredentas, escribe con arroba comete un sacrilegio, porque cancela la fuerza del símbolo y la convierte en una mera imagen; es como si alguien, en lugar de emplear la o usara un mapamundi, sólo por la semejanza, dejando de lado el sentido ritual del símbolo. Además pervierte el sentido máximo del lenguaje que es la comunicación llana y comprensible. Quieren cambiar el mundo desde el lenguaje, bobas, no saben que desde el lenguaje es que se cambia el mundo, para muestra ahí está la gran Rosario, aunque le pese a quien le pese”.
El timbre sonó. Todos guardaron su laptop en las mochilas. El maestro René borró el pizarrón y metió el borrador sucio en una bolsa, igual de sucia. Romina le preguntó si quería que lo ayudara a llevar el maletín a su carro. El maestro aceptó. Rodrigo pasó y, riendo, dijo: “No le cargués el maletín. No te sobajés. ¿Qué van a pensar de vos las feministas?”.

martes, 7 de junio de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UNA PUERTA




Mariana dijo que jaláramos una silla. Así lo hicimos. Nos sentamos frente a la puerta. “No se mueve”, dijo Mariana. La puerta estaba estática, contraviniendo el mensaje insólito de “Precaución. Puerta en movimiento.”
¿Quién y por qué había puesto tal letrero? Mariana dijo que era un letrero inútil. Las puertas, de todo el mundo, están en movimiento cuando se abren o cierran. Lo extraño sería lo contrario; es decir, una puerta que no se abriera. Por lo tanto, el letrero para este caso debía ser: “Precaución. Puerta sellada”.
Permanecimos en silencio dos o tres minutos, pendientes del suceso en que la puerta se pusiera en movimiento. Reímos, reímos mucho. Nos sentimos inútiles, un poco como sucede (perdón) con los humanos que suben a la cima de la montaña, se sientan y ven el cielo en espera de que aparezca un ovni.
“¿Y si debemos decir unas palabras mágicas al estilo de Abracadabra?”, preguntó Mariana. Sí, tal vez, dije yo. Entonces comenzamos a jugar para ver si algún conjuro ponía la puerta en movimiento. Mariana dijo: “A la bio, a la bao, alabado sea el señor”. ¡Nada! Yo dije: “Estas son las puertecitas, que abría el Rey David”. ¡Nada! Después de diez minutos nos aburrió el juego. La puerta seguía sin movimiento.
“¿No será que se mueve con un control remoto?”. Nos levantamos, buscamos debajo de los cojines de los asientos y debajo de las sillas, pero nada hallamos. ¡No! Parecía imposible que la puerta hiciera el prodigio de ponerse en movimiento.
“¿Y si la abrimos?”, preguntó Mariana, con el tono que siempre imprime cuando está a punto de hacer una travesura. Se supone que cuando alguien no desea que se abra una puerta en una institución pública lo advierte con un letrero que dice: “No se abra.”. Esto sucede cuando la puerta da, por ejemplo, a un sanitario exclusivo. Acá no había ninguna advertencia de no abrirla. “¡Eso es!”, dijo Mariana y me explicó que el letrero estaba para que alguien llegara y la pusiera en movimiento, un poco como si el ser humano fuese el punto de apoyo que Arquímedes anhelaba.
Mariana se paró y fue hacia la puerta. En el instante que colocó su mano en el pomo, éste se movió, Mariana se hizo para atrás y la puerta, ¡prodigio!, se puso en movimiento y se abrió. Un joven, con uniforme del hotel, pidió perdón, porque se dio cuenta que estuvo a punto de arrollar a Mariana. Mariana sonrió, dijo que no había cuidado. Ella siempre lo dice para reafirmar que en efecto ¡la gente no tiene cuidado!
Descubrimos el misterio. La gerencia del hotel, a través del mensaje, trató de indicar que la puerta se pone en movimiento cuando alguien, que está adentro, abre.
Mariana volvió a sentarse. Dijo que el mundo funciona al revés. El letrero, indicó, debía estar adentro y debía decir que el empleado abra con cuidado, con mucho cuidado, revelando que algún huésped puede transitar por ahí, al lado de esa puerta que debe dar a algo que es como un almacén o una bodega. Pero, luego lo pensó y dijo que no estaba mal el letrero porque era una advertencia, los huéspedes sabían que algo pasaba en esa puerta. El mensaje era como esas equis con cinta masking que los albañiles colocan en cristales limpísimos. Dijo que no estaría mal que los lectores tuvieran un mensaje similar que indicara que ellos siempre tienen la mente en movimiento y en cualquier instante su puerta se puede abrir.
En esas estábamos cuando la puerta volvió a abrirse. Salió una joven, con uniforme del hotel. Salió apresurada, con las mejillas arreboladas; salió arreglándose la falda, pasándose la mano por el cabello un tanto despeinado. Mariana me vio y preguntó qué estaría haciendo allá adentro y no dejó que yo respondiera, dijo que jugaba, jugaba con el muchacho que había salido antes; dijo que estaban en movimiento. Yo nada dije. ¿Qué iba a decir?

lunes, 6 de junio de 2016

EN EL TRASPATIO




Eugenia oyó el sonido del timbre de la calle. Vio la pantalla del timbre y dijo: “Entra” y accionó el mecanismo. “¿Qué milagros que visitas a los pobres, Elena?”, preguntó Eugenia, mientras servía café en dos tazas y ofrecía una a su amiga. Eugenia oyó que su amiga dijo: “No puedo aceptar el café. Sólo quiero pedirte un favor. Se murió la mascota de una amiga y no tiene dónde enterrarla. ¿Podemos enterrarla acá, en el traspatio?”. Eugenia probó el café y, satisfecha por el sorbo, dijo que sí, por supuesto.
Elena y Eugenia eran las mejores amigas, desde la secundaria. Eugenia nada podría negarle. Ellas eran amantes de las mascotas, Elena tenía a “Wisín”, gato de angora; y Eugenia a “Marichú”, perrita french poodle.
Eugenia abrió un hoyo al lado del árbol del durazno y se sentó en el borde del corredor en espera de que llegara su amiga. La vio entrar con el cabello desordenado, llevaba a la mascota muerta envuelta en una cobija de bebé, de color rosa. “Era niña, ¿verdad?”, preguntó Eugenia y le pidió el cuerpo para depositarlo en el hueco. “¿Quieres que yo eche las paletadas?”, preguntó Eugenia. Ante el silencio de su amiga, tomó la pala y echó la tierra con rapidez. En menos de cinco minutos el hueco había desaparecido. Eugenia se hincó y, con la parte baja de la pala, aplanó la tierra.
“Ahora sí me aceptarás el café”, dijo Eugenia y entró a la casa. Vio que Elena se quedó en la sala, mientras ella iba a llenar las dos tazas. Cuando Eugenia regresó a la sala vio que Elena tomó una revista de modas que estaba en la mesa de centro. Eugenia dijo: “Te estarás preguntando dónde está Marichú, ¿verdad? La llevó Armandito al parque.”, dejó el servicio sobre la mesa de centro, tomó una galleta de avena y dijo: “Ya no tarda en venir. ¿De qué murió la mascota de tu amiga? ¿Era perrita o qué animal?”. La vio tomar la taza de café y beber un sorbo sin decir algo. Eugenia dijo: “Es del café que me trajiste de Córdova. Está buenísimo, ¿verdad?”.
Armandito entró con “Marichú”, el sobrino se limpió los pies sobre el felpudo. La perrita se acercó a tomar agua de su trasto amarillo junto a la puerta, pero, un segundo después, levantó la cabeza, vio hacia todos lados, ladró, ladró, y, como si huyera de algo, salió por la puertecilla abatible de la parte inferior de la entrada. “Y a ésta, ¿qué le pasó?”, preguntó Eugenia, quien se levantó, hizo a un lado la cortina y vio que su perrita iba a echarse en una esquina del patio, en el polo opuesto donde habían enterrado a la mascota. Armandito se sentó en el sofá, subió sus piernas y prendió la televisión en las caricaturas. “¿Ya saludaste a Elena?”, preguntó. El niño ignoró la pregunta, colocó sus manos detrás de la nuca y rió a la hora que vio en la pantalla que el gato se estrellaba contra la puerta en su carrera desaforada a punto de atrapar al ratón.
Eugenia volvió a sentarse, se disculpó con Elena e insistió: “Ya no me dijiste qué animal era la mascota de tu amiga”. Eugenia la vio toser, tomar la taza de nuevo, sorber el café, subirse la manga del suéter y ver su reloj. Eugenia preguntó: “¿Te tienes que ir?”. La vio levantarse y ponerse el suéter guinda que estaba sobre el sofá. Eugenia le recordó que el próximo martes se reunirían en casa de Alondra. Elena abrió la puerta y, sin despedirse, salió. Eugenia ya no tuvo tiempo de decirle que el suéter era de ella, que Elena no había llevado suéter. Pensó que tal vez el comportamiento de su amiga era por la conmoción de la muerte de la mascota de su amiga. Sonrió, porque, al final, no había sabido qué clase de animalito era. “Y vino a quedarse a mi patio”, pensó. Volvió a sonreír. Cerró la puerta.
“No es bueno que seas tan grosero, Armandito. Cuando uno llega debe saludar a las personas”, dijo Eugenia, mientras levantaba el servicio y caminaba hacia la cocina. “¿Me oíste?”, preguntó mientras empujaba la puerta abatible de la cocina. “Sí, tía”, dijo el niño. “¿Por qué no saludaste a Elena, entonces?”. “¿Cuál Elena?”, preguntó el niño. Eugenia dejó las tazas en el lavadero y el plato con las galletas sobre el antecomedor y le colocó una servilleta encima.
Eugenia regresó a la sala. “¿Cómo que cuál Elena? Elena, mi amiga”. “¿Dónde estaba?”, preguntó el niño sin dejar de ver la caricatura. Eugenia oyó algo como un quejido en el patio, caminó, movió la cortina y buscó a “Marichú”. No estaba donde la había visto antes. Fue a la puerta de servicio, abrió y gritó: “¡Marichú!, pichita, ven”. La perrita no acudió al llamado. Eugenia bajó los tres escalones y siguió gritando el nombre de su mascota. Eugenia vio hacia el árbol de durazno y descubrió un montón de tierra, como estaba al principio, antes de que hubieran enterrado a la mascota. Se acercó y vio, con espanto, que su perrita estaba en el fondo, como si durmiera. “¡Marichú!”, gritó, pero la perrita no se movió.

sábado, 4 de junio de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL MAR SE MUEVE





Querida Mariana: un viejo político decía que “Quien se mueve no sale en la foto”; es decir, todo mundo debía disciplinarse ante la autoridad mayor. Ahora, dicen los avezados en temas políticos: “Quien no se mueve no sale en la foto”, y por esto medio mundo está en pre precampaña, aunque con ello le falte el respeto al jefe.
Digo esto, no porque vaya a escribir sobre temas políticos. ¡No!, sólo lo hago para diferenciar los comportamientos de los tiempos actuales con respecto a las actitudes de tiempos pasados. Antes, los políticos se disciplinaban a los dictados del Poder Ejecutivo; ahora, sin aviso previo, muchos se rebelan. Para ejemplo está ese político que se declaró candidato independiente y ganó la gubernatura del estado de Nuevo León. Antes hubiese sido inconcebible tal comportamiento. Antes, nadie se iba por la libre, todo mundo esperaba el banderazo de salida en donde sólo corría un único participante. Abel Quezada, genial cartonista, creó el personaje de “El tapado”, un tipo que con una capucha representaba al hombre (porque tenía que ser hombre) que sería el candidato presidencial y seguro Presidente de la República. Eso fue así hasta que (ya se sabe) el loquillo de Vicente Fox llegó con sus tepocatas y mandó al destierro a la dictadura perfecta.
La reflexión, entonces, va en el sentido del movimiento y de la inacción. Todo en la vida se reduce a ello. Uno no es científico pero puede imaginar que si un día el universo se paralizara por completo, el universo dejaría de ser. Los sabios dicen que el universo está en constante expansión; es decir, sigue creciendo; si ahora, esa expansión se agotara ¿vendría una contracción? A veces imagino al universo como un enorme globo, que se expande y se expande. Los sabios dicen que esta expansión dejará de serlo algún día y este día habrá la contracción. ¿De veras? En mi ejemplo del globo, ejemplo tonto, lo sé, la vejiga se expande, se expande, hasta que no puede más y ¡explota! Por esto digo que mi ejemplo es tonto, porque los astrónomos dicen que la explosión jamás ocurrirá, aseguran que la explosión ya ocurrió, eso fue el Big Bang.
Una vez, una abeja se paró en mi mejilla izquierda, un amigo me dijo: “¡No te movás!”. No me moví. ¿El resultado? La abeja me puso el cachete como cachete de Quico y mi amigo me puso colorada la mejilla del cachetadón que me soltó. Todo por no moverme. La inacción es mala. Todo en la vida es movimiento, el movimiento da vida.
Por el contrario, otra vez, en el campo, estaba viendo cómo una abejita realizaba la polinización en una flor amarilla, cuando oí un ruido intenso, como una cascada de letras eses cayendo en caída libre, como de un panal. Dejé de ver a la abejita y a la flor y volví la mirada. ¡Dios mío!, un enjambre venía contra mí. Mi amigo me cambió la versión y me dijo: “¡Corré, corré!” y yo le hice caso. ¿El resultado? Treinta y dos piquetes en brazos, cuello y cara, y una luxación de rodilla provocada por la caída en un hueco. Todo por moverme. La acción no siempre es recomendable. En casos de temblor, los servicios de protección civil recomiendan ¡no correr!
El tío Abundio comenzó a quejarse de una dolencia, a sus setenta y dos años. El médico le recomendó hacer ejercicio. Martha, su única hija, le compró una caminadora que instaló en el corredor de la casa, para que su papá hiciera ejercicio por las mañanas. El tío recibió el obsequio con malestar, torció la boca de la misma manera que lo hacía cuando Martha le escondía la botella de comiteco o le partía en dos el cigarro que siempre llevaba en la oreja, para fumarlo después del café de las seis. A la mañana siguiente, Martha estuvo pendiente para ver si el tío usaba la caminadora. El tío se paró a las seis de la mañana, como siempre, se calzó los tenis y salió al corredor. Se llevó la mano a la barbilla y vio hacia un lado y otro del corredor, en uno estaba la caminadora y en el otro la mecedora. Martha salió del cuarto y le recordó que el médico había recomendado que… “Sí, sí -dijo el tío-, pero a mi edad no puedo hacer las cosas de romplón. Comenzaré a ejercitar mis corvas.” Y Martha lo vio sentarse en la mecedora, cerrar los ojos y mecerse rítmicamente. Martha contaba que lo escuchó decir: “Uno, dos, uno, dos…” conforme se hacía para adelante y para atrás.
Esto del tío pareciera una anécdota simple y boba, pero no lo es. Al contrario, demuestra que el movimiento es parte esencial de la vida, pero que tiene etapas. Rodomiro, que era un fanático de la ciencia, pero que era como Jaimito, el famoso cartero que aparece en la serie del Chavo del Ocho, que para “evitar la fatiga” casi no da un paso, sostenía que la tierra tardaba un año en dar la vuelta al Sol. “¿Cuál, entonces, es la prisa?”, preguntaba cuando alguien le reclamaba que no había cumplido en tiempo con algún trabajo.
Fidel Velázquez (eterno líder de la CTM), ya lo dije, recomendaba no moverse para salir en la foto. Él aplicaba el dicho en su persona, porque era un líder enquistado que, como caracol, se movía sólo de vez en vez, en un mar de baba y siempre salía en la foto.
En la actualidad los jóvenes se mueven a velocidades supersónicas. Los egresados de las universidades sueñan con comerse el mundo y andan de un lado para otro, tratando de impresionar, pero, poco a poco, se van enquistando y hacen concha, porque saben que quien se mueve de más hace olas y el mar es mejor cuando está en calma.
Dije mar y pensé en huracanes y tsunamis; es decir, en movimientos que ocasionan tragedias. La gente no desea estas desdichas, pero la ciencia recomienda (a los viejos, sobre todo) a estar como el mar, siempre en movimiento; es decir, ir de un lado para otro, como si uno fuese el universo y debiera estar en constante expansión.

Posdata: El mundo se mueve. La vida se mueve. A la muerte le sucede la vida y viceversa. El otro día amanecimos con la noticia del nacimiento de Emiliano, hijito de Carlos y de Alicia (a quienes mando un abrazo sostenido) y, minutos después conocimos la noticia de la muerte de Ramón Durón Ruiz, el famoso Filósofo de Güemez, quien era Doctor en Derecho, por la UNAM, pero que es conocidísimo por sus frases plagadas de una obviedad obvia. ¿Recordás algunas de sus frases que, dentro de su simpleza, mueven a risa? (Mover a risa; es decir, imprimirle movimiento al gusto por la vida). Acá te van algunos ejemplos: “No hay de otra, cuando te pica una hormiga nomás hay dos cosas por hacer: rascarse y esperar que te salga la roncha”. “Todo tiempo pasado fue anterior”. ¡Era genial!, ¿verdad? Acá va otra, que alguien puede decir que es un dicho comiteco: “Se está muriendo gente que no se había muerto nunca”. Uno más, que es sublime por su grado máximo de bobera: “El que quiera azul celeste, que mezcle azul con blanco”.
El Filósofo era ingeniosito. Basaba su ingenio en la obviedad. En Comitán recordamos a tío Elí que decía, de igual manera, cosas obvias y simples: “Si estás subiendo, quiere decir que no estás bajando”. También recordamos a don Panchón que era de ingenio más subido. Se cuenta que en una ocasión ofreció una flor a una reina de feria que cojeaba tantito. Avanzó hasta el estrado, con una flor en la mano izquierda y otra en la derecha, y, ya frente a la soberana, dijo: “Entre el clavel y la rosa, ¡su majestad escoja!”. ¡Tremendo don Panchón!
Vos sabés que, por el voseo que usamos en Comitán, decimos “velo” cuando queremos que alguien vea alguna cosa, y su sinónimo es “miralo”, así, sin tilde en la i. Por eso, el tío Elí, todos los domingos, antes de ir a misa de doce, le decía a su mujer: “Velo es miralo, así que ponete tu miralo” (era costumbre que las mujeres llevaran un velo para colocarse encima de la cabeza). Sí, el tío Elí también era ingeniosito. Tenía unas que eran muy semejantes a las del Filósofo de Güemes: “Si estás en San Sebastián, no estás en La Pila”. “Si te agarra el sueño en las Siete Esquinas, ¡no podés dormir!, porque toda la noche te la pasás decidiendo en cuál esquina dormir”. “El Río Grande, ni es río ni es grande”.
Cuentan que “Kid Garrochas” era muy valiente arriba del ring, pero que su mujer le pegaba, así que tío Elí decía: “La mujer del Garrochas es tan dulce que pura “trompada” le da de postre”, esto en alusión a ese dulce tradicional que se llama “trompada”.
Al tío Elí también se le atribuye la famosa bomba que dice: “Bomba, bomba. En el patio de mi casa hay un árbol de limones, no lo agarro a chingadazos porque se caen los chiquitíos”.
Pancho Pitirjijas dice que Don Panchón era un hombre muy alto y fornido, como un sabino, y con una voz de trueno. Era groserón. El Pitirijas dice que una vez se paró frente a un grupo de reinas de feria y dijo: “Reina sólo una: ¡La Virgen María! Las demás ¡cagan!”.
Todo está en movimiento: la palabra y el silencio. La palabra viene y va, como ola de mar. La palabra nos provoca enojo, lágrimas, risas. El silencio también es provocador. A veces estamos en medio de una gran algarabía y de pronto algo sucede y el pájaro del silencio llega aleteando, se para sobre una rama y cesa de moverse. El silencio es como una piedra, pero, minutos después, alguien llega y la avienta a mitad de un lago y provoca una serie de círculos que se expanden, como el universo y aparece el ruido, en recuerdo del Big Bang.

viernes, 3 de junio de 2016

JUEGOS A MITAD DE LA CARRETERA





Pensemos en una comunidad con caminos de terracería. Imaginemos un lugar donde el cemento sea un componente reciente de construcción.
En ese tipo de comunidades la gente está habituada a otros comportamientos. Tal vez un automovilista acostumbrado a correr por las grandes carreteras no sabe que los rasgos culturales son otros.
En Chiapas hay dos tipos de poblados rurales: los que, después de tener su camino de terracería, los asfaltaron; y los que nacieron a la orilla de las súper carreteras (estas últimas en forma incomprensible y uno dijera que al margen de la ley). Ejemplo de estos últimos es Betania, un poblado que está entre Comitán y San Cristóbal. Un día, indígenas (tal vez desplazados por motivos religiosos) comenzaron a construir un poblado a ambas orillas de la carretera internacional. Dos días después un hacinamiento de casas de madera apareció como si fuese un panal; cuatro días más tarde, los pobladores ofrecían frutas, elotes hervidos y costales de carbón. ¿Cómo las autoridades permitieron la creación de este poblado a la orilla de una carretera donde los autos se desplazan con velocidades cercanas a los noventa o cien kilómetros?
Esta fotografía corresponde a una comunidad del primer tipo: una comunidad que asfaltó su camino original. Por esto, hasta los perros juegan con calma. El automovilista ajeno que transite por esta carretera debe tener presente que la cultura de los pobladores no corresponde a su visión de modernidad. Por esto, para que los ajenos entiendan que llegan a otro espacio, las autoridades de los poblados rurales les recuerdan, a través de avisos pintados a la entrada de la población, que no deben conducir a más de veinte kilómetros por hora. En caso de infringir este acuerdo comunitario serán sujetos a una multa que, en varios casos, llega hasta cinco mil pesos.
Tal determinación es porque los automovilistas ajenos no saben respetar las costumbres de los pueblos originarios, acostumbrados a moverse con la tranquilidad con que el tiempo lo hace. La gente de las comunidades tiene el hábito de reunirse a platicar a la vera del camino (carretera). Si algún grupo platica parado sobre el asfalto, el automovilista debe detenerse y buscar la orilla para pasar a baja velocidad. ¡Nunca al contrario! El automovilista es quien invade un territorio ajeno y debe respetar. A veces sorprende la inmovilidad y temeridad de los pobladores que casi casi ignoran al automóvil y no se hacen a un lado, pero esa es su costumbre.
Presencié el comportamiento de estos perros juguetones. Jugaban con tal emoción que se ve que uno de ellos parece tragar la cabeza del otro, que, chucho al fin, se deja atrapar con gusto. Cuando un auto apareció los dos perros siguieron jugando como si lo hicieran en el patio de su casa. El automovilista tuvo que bajar la velocidad y pasar por el espacio que le quedaba libre. Los perros lo ignoraron olímpicamente.
De la misma manera, así como juegan estos perritos, se comportan los humanos. Ellos están en sus territorios. Su comportamiento viene de tiempos en que los autos eran infrecuentes, de tiempos en que la gente no sabía de apresuramientos ni de embotellamientos.
Los conductores que transitan la súper carretera que va de Comitán a Teopisca se molestan porque la gente que habita en poblados, como Chacaljocom, colocan topes que deberían estar prohibidos por la autoridad. ¿Por qué lo hacen? Porque están acostumbrados a caminar sin prisa. Por supuesto que acá el problema está en el origen. Estos poblados no debieron crecer a la orilla de la carretera. Los automovilistas no deberían molestarse. Los topes les indican que están en “territorio ajeno” y, por su tranquilidad, más les vale respetar los acuerdos comunitarios. ¿Han pensado lo que les ocurriría a los automovilistas que, a más de noventa kilómetros, atropellaran a un poblador de esos lugares?
Se advierte imposible que la autoridad desplace a estas comunidades. Por lo tanto, los automovilistas (que son necios y manejan como si estuviesen en una pista de Le Mans) deben soportar los topes y disfrutar del paisaje de esas comunidades maravillosas.

jueves, 2 de junio de 2016

RUMBO A LOS CIEN





México conmemoró el aniversario nonagésimo primero del natalicio de Rosario Castellanos. Google, el famoso buscador de Internet, le dedicó su Doodle. Se sabe que los Doodles están reservados para conmemorar a las personalidades más sobresalientes del mundo. Bueno, Chayito es una de ellas.
No debemos preocuparnos por conmemoraciones. Sin duda, hay intelectuales que, agrupados en asociaciones de escritores, poetas, eruditos, doctos y vainas intermedias, se disponen a constituirse en grupos que prepararán los actos encaminados a celebrar, con más bombo que platillo, el centenario de la destacada escritora. Se sabe que pertenecer a una de esas agrupaciones da brillo al traje cultural.
Así que, ahora, me adelanto a los adelantados para recomendar que, si dentro de sus propuestas, aparece la edición de uno o varios libros, no vayan a cometer el error de imprimir facsimilares.
Una razón de peso basta para tal recomendación: el apotegma histórico que indica “No debe repetirse el error del pasado”.
En Chiapas, en los últimos tiempos, hemos sido testigos de un acto editorial de gran importancia: la impresión facsimilar de la edición “A Rosario Castellanos, sus amigos”, una publicación de 1975 que, como dice Violeta Pinto en la presentación, era un ejemplar difícil de hallar porque “su tiraje fue reducido”. Ahora, gracias al tesón de Violeta, los estudiosos y admiradores de la obra de la escritora comiteca tienen en sus manos ese valioso libro. Tal iniciativa generosa tiene un pequeño problema.
¿Cuál es el problema, si dicha edición es un acierto? Que, con la edición facsimilar, se reproducen (a la milésima potencia) los errores de tipografía que tiene el original.
El Fondo de Cultura, en el año 2005 publicó el libro de Rosario: “Sobre Cultura Femenina”, tesis que presentó la escritora para obtener el grado de maestra en Filosofía.
Este libro, igual que el de “A Rosario Castellanos, sus amigos”, también era inconseguible, por lo que la editorial consideró que sería un tino (como sin duda lo es) publicarlo para ponerlo en manos de todo mundo. Pero, el Fondo decidió (en buena hora) no cometer el error de reproducir los errores. Tan es así que, en una nota aclaratoria, indica: “… Se entresacaron las citas textuales, se cambió el formato de la bibliografía y se corrigieron errores tipográficos”. ¡Se corrigieron errores tipográficos! ¡Ah!, qué gusto que el Fondo sea tan profesional en sus trabajos.
Cualquiera pensará que una errata es pecata minuta. No es así. El libro de “A Rosario Castellanos, sus amigos” está plagado de errores. Errores que pueden mover a risa, pero que, después de una reflexión, mueven a pena. Doy sólo dos ejemplos: el texto de Ramón Xirau dice: “… Hay pasión, honda pasión amorosa en sus poeams…” ¿Poeams? ¡Qué pena con don Ramón! ¿Qué pensaría al leer tal exabrupto, en 1975?
Acá viene otro ejemplo. ¿Pequeño error? En el texto de Elena Poniatowska aparece el nombre de Sergio Pitol, pero en una línea brinca lo siguiente: “…Tiene razón Sergio Picot…”. ¿Perdón? ¿Sergio Picot es el personaje de Sal de Uvas?
Entiendo que la ventaja de una edición facsimilar es que los lectores tienen entre las manos una réplica del original. Aparecen el pétalo de la nostalgia, las imágenes y tipografías que nos remontan a otro tiempo. Pero no todo el pasado fue mejor. Ahora tenemos a la mano los adelantos tecnológicos que ayudan a tener ediciones más pulcras.
El lector profesional y amante de los libros se plantea la disyuntiva: ¿Hacer una edición facsimilar con todas las ventajas y desventajas que conlleva o hacer lo que el Fondo de Cultura Económica decidió hacer con la tesis de Rosario? Para quien no conoce la edición de “Sobre Cultura Femenina” puedo decirle que es una edición limpia, digna, con un encuadernado sobresaliente, una portada bellísima y, sobre todo, evita “los errores tipográficos” anteriores.
Una edición corregida abona al buen uso del idioma.
¿Para qué vivir en el pasado si ya estamos en el Siglo XXI y este siglo es el que ahora habla por nosotros?
Algunos ya comenzarán a encarrilarse para subir al tren del Centenario. Se les suplica que, si proponen ediciones de libros conmemorativos, reflexionen en la trascendencia del hecho.