martes, 31 de marzo de 2009
SIN ALAS
Los conocedores de este tema deben saber ¿por qué no hay ángeles viejos? (de la tercera edad dirían ahora). Todos son niños cachetones o jóvenes vigorosos. Esto último lo entiendo: los ángeles no necesitan comer, por lo tanto no están famélicos como muchos de los niños y jóvenes de estos tiempos, pero ¿qué sucede con los ángeles viejos? ¡Ya, ya, sé que dirán que es porque los ángeles son eternos y el tiempo les hace lo que el viento a nuestros próceres! Pero, entonces pregunto: ¿La eternidad es la juventud perenne? Si es así yo diría que el universo eterno es fallido. La juventud es una etapa de confusión, yo recuerdo mis años de juventud y los recuerdo como un laberinto sin salida. Ayer leí un cuento de John Updike (recientemente fallecido). En resumen nos muestra el mundo de los chavos en una escuela secundaria de EEUU: un mundo caótico donde los chavos se avientan papelitos, se desfajan las camisas, se avientan, no ponen atención en clase, los hombres les pican las nalgas a sus compañeras y éstas disfrutan el rejuego; es decir, el mundo de cualquier salón en cualquier parte del mundo en estos tiempos (y en todos los tiempos).
Los ancianos se vuelven sabios pero son decrépitos. La juventud es vigorosa pero confusa. ¿En qué edad existe la armonía? ¿En ninguna? Tal vez existe un momento de la vida del hombre (que algunos podrán llamar de madurez) en que la vida da una pausa sabia. ¿Por qué entonces los ángeles no son maduros? Yo los miro con sus caritas angelicales tan sin experiencia. Y sin embargo los ángeles de la guarda que cuidan a las criaturitas y a los pichitos son eficientes. Tal vez nuestros artistas terrenales son escasos de talento y no logran dibujarlos con exactitud. A mí me gustaría que en lugar de pintores fueran fotógrafos los que nos regalaran las imágenes exactas de la forma de los ángeles. Yo los imagino llenos de luz, lámparas inagotables, eternas, sin esas caritas lavadas y afeminadas que, a veces, nos regalan los artistas limitados.
Tal vez los verdaderos ángeles no tienen edad y son una raya de luz infinita, bueno, tal vez ni raya son, tal vez son un pozo inagotable, bueno tal vez ni pozo, tal vez el Todo. ¿Quién sabe?
lunes, 30 de marzo de 2009
CARTA A UN TELENOVELERO ANÓNIMO
¿Con qué contar una historia? El escritor no posee más que la palabra. Por esto los escritores, con redes al estilo de los “cazamariposas”, atrapan palabras por todos lados. No hay un solo espacio que deba serles ajeno. Pero nunca faltan los que ignoran ciertos lugares. Hay unos pedantes que juran ¡nunca han visto una telenovela, como también juran nunca haber visto un partido de fútbol soccer, esto es para la chusma, alegan!
Dámaris nos contó el otro día que Germán Dehesa contó que Jaime Sabines miraba telenovelas. Y yo le creo a Germán porque Jaime no tendría porqué ser la excepción. Del total de hombres y mujeres que posee un televisor podemos apostar que el ciento por ciento ha visto en alguna ocasión un trozo de telenovela.
Hay escritores que se apostan a la entrada de los mercados -muy formalitos con traje y guantes- y, con sus cazamariposas, atrapan las palabras que vuelan por ahí. Una vez que las transcriben en sus textos frustrados miran que son palabras sin alas. Hay otros escritores que, al estilo del periodista Kapuscinski, entran en cada laberinto de los mercados y se vuelven uno más de los miles de hombres y mujeres que ahí conviven. Cuando estos escritores escriben estas palabras en sus textos, las palabras bailan, vuelan, ¡viven!
Aun cuando existen algunos que se empecinan en decirnos que Jaime es casi casi un Dios, Germán y varios cuates más, ¡qué alivio!, nos dan una idea exacta de la humanidad del poeta. Jaime Sabines se “revolvía” en medio de cantinas, de plazas, de líneas de La Biblia, de lupanares, de pasajes secretos, de calles absolutas, de miradas en azoteas frías y, ¡faltaba más!, en los laberintos sin misterio de las telenovelas. Es bueno que los jóvenes que desean ser escritores sepan que la literatura está en la vida; que sepan que no es preciso ser alcohólico o drogadicto para escribir acerca de esos hombres que se pierden en esos ríos donde corre la mierda del mundo.
Hay escritores que apuestan todo al libro. Ignoran que antes del tamiz del libro la palabra crece en la boca de los hombres y mujeres.
El otro día quise sentirme importante y me senté en el parque central de Comitán con un libro de Faulkner. Alguien por ahí me dijo que García Márquez también lo lee. A punto de abrirlo oí que dos compas platicaban a mi lado. Uno de ellos colocó una manguera en el jardín y comenzó a regar. Los dos chanceaban. Hubo un momento en que el manguerero molestó de más al otro y éste no se dejó, descolgó las palabras exactas y le dijo: “Callate, vos, pelotes de sobaco de burro”, y supe que por ahí rondaba el prodigio de la palabra.
Aun cuando hay algunos que creen que la luz está sólo en Borges, Cortázar, Paz y demás fauna literaria, debemos reconocer que la palabra está en cada cordel de trompo. Algunos “intelectuales” se refieren al televisor como “la caja idiota” sin pensar que el televisor es un simple objeto que no puede tener categorías humanas. La posibilidad de ser idiota sólo radica en el espectador. Y ya se sabe que cada quien toma lo que le corresponde. Con la misma red y en el mismo lugar unos escritores atrapan moscas y otros cazan luciérnagas.
¿Sabines miraba telenovelas? Sí y además, casi con certeza, sin haber estado nunca con él, puedo decir que tomaba pozol, ron, agua y nubes.
Los verdaderos escritores saben que la vida está en la vida. ¿De dónde las palabras de Sabines, de Gustavo Ruiz Pascacio, de Fabio Morábito, de Sor Juana, de Octavio Paz, de Luis Daniel Pulido, de Nadia Villafuerte, de Carmen Boullosa? ¿De dónde más que de la calle, de la cocina, de la plaza, del templo, de la procesión, de la fiesta, de la tertulia y del ala del libro? ¿También de las telenovelas? “Yo no lo sé de cierto” pero supongo que algún día los intelectuales también sucumben al influjo de esa caja luminosa, porque saben que millones de hombres hacen lo mismo. Ya sabemos que Jaime sí veía telenovelas. Él no tendría porqué ser la excepción.
Miles y miles de chiapanecos se sientan frente al televisor a ver un juego de Jaguares contra Chivas, por ejemplo. ¿Qué magia encuentran? Este es el misterio al cual el escritor debe tratar de dar respuesta. El escritor que se aparta de esta puerta se cierra las otras, las verdaderas.
¿Sabines veía telenovelas? ¿Alguien se sorprende?
domingo, 29 de marzo de 2009
Para evitar la rutina
Dicen por ahí que "La curiosidad mató al gato" y debe ser cierto. Pero ¿hay otra manera de vivir de manera intensa?
Yo, que soy un hombre sosegado, veo con interés el comportamiento del gato de casa: "Misha".
En cuanto despierta sale al patio y comienza a husmear cada flor, cada objeto que halla. Al principio pienso ¿qué emoción si son los mismos chunches del día anterior? ¿El Misha padece alzheimer? Mas luego me doy cuenta del espectáculo que arma y lo entiendo y aprendo de él.
Desde hace años observo al Misha y he aprendido una forma de vivir más plena. Él, igual que yo, es gato casero. Nunca ha salido de casa (con excepción del día que lo llevamos para su vacuna, con excepción del día -dentro de tres días hará un año- que lo subimos al carro para trasladar nuestra residencia de Puebla a Comitán). El otro día abrí la puerta y el gato, que husmeaba por ahí, se "atrevió" a salir a la calle. Más tardó en salir que Paty en meterlo. Entiendo a ambos, el gato quiere curiosear el mundo (no importa que en ello se juegue sus siete vidas), Paty lo cuida amorosamente (sabe que la calle es un territorio vedado para los animalitos que nunca han olido esos aires).
Igual que el Misha olisqueo cada objeto con el que me topo, pero igual que él no asumo ningún riesgo. Camino por las calles conocidas, no voy más allá del límite de mi pueblo. Cuando algo llama mi atención me acerco, pero luego recuerdo el dicho de la curiosidad y de su advertencia y, como si lo hiciera desde una ventana aséptica, curioseo, pero desde lejos, desde donde me siento seguro, desde donde no corro peligro.
Alguien dirá "¡Qué vida más sosa!", pero ¡no lo crean! Me divierto, a mi modo me divierto. Nunca me aburro (lógico, un gato no puede hacer el prodigio de convertirse en otro animal más que en araña).
¿Siempre la curiosidad mata al gato? Por fortuna no es así, el Misha husmea por todos lados y, gracias a Dios, sigue vivo en su inmaculado aire de distinción y de pedantería. Ah, pinches gatos, qué pedantes, qué orgullosos de sí mismos. Esto último debe ser porque siempre están descubriendo el mundo.
sábado, 28 de marzo de 2009
BAÑARSE EN LAS MISMAS AGUAS
Me dicen que hay más y yo lo creo. Leo a los demás, pero siempre acabo por volver con Cortázar. Debe ser una fijación. Tal vez confundo las cosas y creo que Cortázar es como el viento de mi pueblo o como el pan que prepara mi mamá o como el patio de juego.
Así como hay fanáticos que van todos los sábados a la cancha de fútbol o al billar o al pasto de la mujer amada, así yo acudo a cada rato al patio de la lectura.
Igual me sucede con la escritura, procuro que el acto de leer no caiga en lo rutinario. Sé que cada vez hallaré piedras redondas y aguas limpias. Sumerjo mis pies y, con ilusión, busco los lugares donde el río no esté muy hondo. Así soy, un lector sencillo. Nunca, nunca, he leído a los buzos que colocan los tesoros en el fondo de los mares profundos. Como no sé nadar prefiero la orilla simple, donde los árboles jalan el agua para su sed infinita. Ahí, entonces es donde Cortázar es como la rama más alta para mi vuelo. A pesar de que él siempre consideró que su escritura no concedía ninguna "concesión" al lector, yo lo hallo sin complicaciones. Un autor juguetón, por encima de todo.
Hay más, lo sé. Intento acercarme a otras orillas. Leo a Fuentes, por ejemplo, leo a Saramago. Leo todo lo que sea cuento. Soy un lector sencillo. Por encima de la novela me gusta el cuento, el knock out certero.
Ayer releí "Silvia", de Cortázar, y siempre que termino de leer alguno de sus cuentos digo: "¡Qué prodigio de cuento!". Debe ser algo así como un enamoramiento y, ya se sabe, cuando uno está enamorado diluye los defectos de la persona amada. Lo que sucede es que con Cortázar, a diferencia de mis mujeres amadas, sigo sin hallarle ningún defecto. Pucha, ¡qué amor tan raro, tan mar sin olas, tan lleno de almohadas!
viernes, 27 de marzo de 2009
GRANOS DE ARENA (13)
ACERCA DE LA EXISTENCIA DE DIOS, INCISO A
El maestro escribió la tarea sobre el pizarrón. Sus alumnos debían llevar para la siguiente clase una prueba inequívoca de la existencia de Dios.
ACERCA DE LA EXISTENCIA DE DIOS, INCISO B
Cuando el maestro pidió que levantaran la mano los alumnos que habían cumplido, sólo Diógenes Pérez De la Cruz levantó la mano. El maestro le pidió a Diógenes pasara al frente y mostrara al grupo su tarea.
LLUVIA DE PALABRAS Y SONIDOS
Un chiapanaca es aquélla que cuando su primo Mario lo invitó a la presentación del disco de Malena Durán: “La primera lluvia del año”, se puso un impermeable y buscó su paraguas.
ACERCA DE LA EXISTENCIA DE DIOS, INCISO C
Diógenes se paró al lado del pizarrón, sacó una caja de madera que mostró al maestro y a sus compañeros. “Esta cajita me la prestó mi tío, el mago Chenflai, de Villaflores. Él dice que acá adentro está la prueba irrefutable de que Dios existe”.
ACERCA DE LA EXISTENCIA DE DIOS, INCISO D
El muchacho cumplido, abrió la caja y, con la mano derecha, señaló: “Nada por aquí, nada por acá”. Cerró la caja, luego volvió a abrirla y apareció una mariposa de trapo. Sus compañeros aplaudieron.
COLECCIONES RARAS
Comenzó a coleccionar botellas con perfumes. Se convirtió en el coleccionista más importante del mundo. Ayer, en una subasta de Sotheby’s, adquirió, por un millón de dólares, la pieza más cotizada de su colección: un frasco con el perfume de una mujer chiapacorceña con esencia de “suspiros”.
ACERCA DE LA EXISTENCIA DE DIOS, INCISO E (ÚLTIMO INCISO)
El maestro se acercó, tomó la figura de trapo y dijo: “Me disculpas, pero esto no es prueba de la existencia de Dios”. “No, maestro -dijo el alumno con la cabeza agachada- la prueba de que Dios existe está en la primera parte del truco: En la Nada”.
HISTORIA DE LA MUJER DE MEDIADOS DEL SIGLO XX QUE CONFUNDÍA LA PALABRA AMOR CON LA PALABRA ODIO
Conoció a un hombre en su pueblo: Comitán. Se enamoró de él, pero ella no entendió por qué el hombre cada vez que la besaba le decía “Te odio mucho, como nunca odié a nadie en mi vida”. Era tanto su enamoramiento que hizo caso omiso de las palabras de su amado y aceptó casarse con él. La noche de luna de miel, él descubrió que su amada no era virgen, la aventó sobre la cama, le rasgó el negligé y le dijo: “Eres una cualquiera. Te amaré toda mi vida”. Ella se sintió dichosa y vislumbró un futuro halagüeño.
A MANERA DE PUNTO FINAL
El otro día doña Lili recordó que el maestro Reynaldo Avendaño, mi maestro en la preparatoria de Comitán, dictaba la siguiente lección en clase de Ejercicios Lexicológicos: “La mujer que tiene punto y no tiene con qué coma, debe vender el punto para que del punto coma”.
jueves, 26 de marzo de 2009
Inventario
En los locales comerciales los letreros son simples: "Cerrado por inventario". ¿Cómo puede un hombre hacer un inventario de sus objetos más sencillos sin cerrar el changarro? Nunca he visto un hombre que se coloque un anuncio para indicar que hace un inventario de sus objetos personales. O tal vez no he tenido la perspicacia suficiente y cuando los hombres se enferman es porque están en plena actividad. Como no soporto esta última idea, hoy, lleno de vida, ¡hago un inventario! Lo hago porque con ello celebro casi casi el año de haber regresado a mi pueblo. Mi inventario, en otras tierras, estaba incompleto. Porque más que objetos inservibles, cacharros viejos, sueños fallidos, amores quebradizos y árboles que levitan porque la tierra les parece ajena, mi inventario está lleno de objetos de estas tierras. Son cosas sencillas, pero hoy reviso y hallo un cielo a las cinco y diez de la madrugada. Apago todas las luces de la casa para evitar el reflejo. ¿Qué más poseo? En este instante un gallo asoma y anuncia el advenimiento con su trompeta sorda. Este animal debe ser el mismo que a las cuatro hace un ensayo del concierto que brinda luego. Ya dije que en Puebla jamás oí este canto, como si los gallos no existieran, como si hubiesen desaparecido junto con los dinosaurios. Así pues, ya lo vieron, mi inventario está pleno de ramas sin complicaciones. Como que Dios ha puesto sobre mí su mano y ha modelado el más tenue cielo. Mi madre y mis afectos más cercanos son como flores que llenan los campos cada día. Un viento amable las recorre, las protege. Mi inventario está lleno de cosas como luces que no hieren, que alimentan. Doy gracias a Dios por ello.
miércoles, 25 de marzo de 2009
Los "pantalladependientes"
Bill Gates vaticinó que el celular será el objeto electrónico más importante del futuro. El otro día fui al auditorio de la Casa de la Cultura. Llegué demasiado puntual al evento donde se presentarían Óscar Bonifaz, José Falconi, Carlos López y Óscar Wong. Únicamente estaban una señora y su hija. Me senté en la fila del fondo (¿algún complejo de niño no aplicado en el cuarto grado de primaria?).
Andaba en plan de criticón, viendo cómo el plafón del auditorio está lleno de humedades y algunas piezas a punto de derrumbe, cuando dos muchachas bonitas se sentaron en la misma fila donde estaba yo, pero diez o doce sillas más allá, casi en el centro (¿algún acto de autoestima rescatado de consejo maternal: "Siempre sé el centro de atención"?). En cuanto se sentaron escribieron algo en su celular y no dejaron de verlo. Sus rostros se llenaron del resplandor de la pantalla.
Los hombres de todos los tiempos somos los mismos pero diferentes, decía el filósofo de Güemes. Estas muchachas bonitas tienen las mismas obsesiones y las mismas dudas que sus abuelas, que las muchachas de Afganistán de estos tiempos, pero son diferentes.
Cuando la mesa de trabajo comenzó, la sala ya estaba llena (conforme transcurrió el acto los estudiantes fueron saliendo como si la sala fuera un salón de clases y sin pedir permiso fueran "al baño", pero esta es otra historia). Las muchachas bonitas no dejaron de ver la pantalla del chunche. Eran como mujeres del siglo XVIII iluminadas con el resplandor del quinqué o de la vela. ¿Qué tanto hacemos en la pantalla del celular?
Según Bill Gates, a medida que transcurra el siglo, estaremos más pendientes de esa pantalla. Nos convertiremos en unos "pantalladependientes".
En cuanto el acto terminó, salí con cierta urgencia. Fui con el deseo de saludar a Óscar Wong, pero lo vi ocupado con Falconi y decidí dejar para mejor ocasión tal suceso. Salí con premura, debajo de un arco del amplio corredor alcé la vista y miré el cielo. ¡Ahí estaba, con su eterna luz, como nunca, como siempre!
No hay un hombre que lo vaticine, pero a veces tengo la impresión que el hombre del futuro mirará más el cielo y no me refiero a aventuras espaciales. Algo que está muy por encima de celulares "apantallantes" está en espera del descubrimiento.
Cuando estas muchachas bonitas están con sus amados ¿ven las pantallas o descubren juntos las luciérnagas del cielo?
No lo sabemos bien a bien, pero nuestra vocación es mirar el cielo. Hay más que ver arriba que lo que repta en el suelo.
martes, 24 de marzo de 2009
Del árbol del bien y del mal
A veces pienso en qué se necesita para escribir. ¿Qué elementos, qué materiales? Un lápiz, una hoja y un soporte para apoyar la hoja. ¿Se necesita más? Bueno, tal vez una vela si ya está demasiado oscuro.
Hay escritores que realizan rituales, que tienen manías o algunas supersticiones. ¿Yo? No hago nada especial, aparte de no caer en el error de convertir el acto de escribir en un acto trivial. Cada vez que me siento frente a la computadora o que tomo una libreta tomo conciencia de lo que voy a hacer. Mi primer pensamiento va dirigido a esa energía universal que algunos llamamos Dios. Es como una mantra. A partir de ese instante todo es como ver llover con la conciencia del chubasco, de la gota que se cuelga en los dinteles o en las hojas de los árboles.
De ahí en fuera no hago nada más. Puedo escribir en la soledad de mi cuarto, con la misma intensidad y emoción que lo hago en medio de una muchedumbre; en un día a pleno sol que en una tarde lluviosa.
¿Cuál es el prodigio de la escritura? Descolgar cada palabra como si fuera un fruto, como si el árbol estuviera ahí desde siempre, simple y sencillamente para que nosotros, los escritores, alarguemos la mano para elegir el fruto.
Hay ocasiones que los frutos están podridos, que están llenos de gusanos, que están verdes; pero, hay instantes rotundos en que el fruto es una manzana sin nostalgia de Eva o de Adán; sólo con cierto resabio de añoranza del árbol del bien y del mal.
lunes, 23 de marzo de 2009
PARTES UN POETA A LA MITAD ¿Y SANGRA?
El verdadero poeta no sangra, ¡mana luz! La pregunta del maestro Félix iba en ese sentido. El maestro llegó ayer al Colegio Mariano N. Ruiz, lugar donde laboro. Él vive en San Cristóbal. Me dio gusto verlo, después de varios años de ausencia.
Él vio un libro de Socorro Trejo sobre el escritorio y preguntó mi opinión; luego me preguntó acerca de la poesía de Rosario, de Jaime Sabines y de Efraín Bartolomé. Caminé con mi memoria y mi corazón, busqué la luz en esos caminos y respondí: “De los poetas mencionados me quedo con Bartolomé”. El maestro, siempre humilde, acomodó mi opinión en el bolsillo de su camisa.
El poeta no es un árbol de caucho, tampoco un árbol que resume trementina. El poeta, más que árbol, es nube, más que nube es brocal donde crece la luz.
La poesía no es, tampoco, una competencia en trampolín de diez metros con giros holandeses, pero es posible establecer una clasificación según la altura de su flama. De los poetas que el maestro mencionó coloqué a Socorro en cuarto lugar, luego trepé a mi paisana en el tercero, a Sabines lo coloqué en un honroso segundo lugar y a Efraín le concedí la medalla de oro. Insisto, en este juego de la imaginación sólo participaron los cuatro poetas que el maestro mencionó y yo fui el único juez implacable. ¡Qué jactancia de lector absoluto!
El maestro Félix alabó la musicalidad y el ritmo de Jaime. Yo concedí el acierto y di por descontado cierto caudal de hojarasca. La poesía de Sabines huele a tierra. La prueba radica en el homenaje que en su honor se realiza en el estado. En Comitán pintaron una barda a la entrada de un jardín de niños con el siguiente poema: “Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío, ¡muérete!”. No creo que ningún niño halle luz en estas palabras lanzadas al viento de forma tan indiscriminada.
¿Cuántos versos de Efraín caben en las bardas de todo el mundo? ¿Cuántos versos de Sabines pueden jugar como niños en los jardines? Hay que admitirlo, Sabines es el gran poeta del quinqué y no de la claridad del agua de todos los días.
La poesía de Efraín toca los dedos de la luz. En muchos de sus versos hay algo que desgaja el espíritu como si fuera una naranja de agua solar. “Permíteme encender unas palabras para caminar de noche”, dice Bartolomé. Y uno siente que el corazón es un valle lleno de luciérnagas.
La palabra que no nos hace mejores hombres ¡no es poesía! La palabra debe ser una tea para “caminar de noche”.
Cuando me enteré del homenaje a Sabines dije que era bueno honrar al poeta, pero el Comité encargado del homenaje parece excederse; si no dosificamos esta celebración podemos caer en el exceso. Medio mundo, sin necesidad de artificios, lee a Jaime Sabines, quiere a Jaime Sabines (¿es necesario recordar el recital que dio en Bellas Artes?). Sus palabras son como cordeles de viento para quienes gustan atarse a la piedra que se llama mundo, a la cuerda de burbujas que se llama vida. Si versos de sus poemas “Que Dios bendiga a Dios” y “La Luna” hubieran sido elegidos para ser copiados en las bardas de las escuelas chiapanecas, la muralla china habría resultado insuficiente para acunar tanta luz. Los niños chiapanecos habrían masticado mariposas de azúcar.
¡Se solicita que la flama de la poesía sirva para iluminar y no para saciar nuestras estancias!
La visita del maestro Félix llenó de luz ese espacio escolar que siempre admite más flama para andar con ojos cerrados pero con manos abiertas. Fue pretexto para abrir un libro y beber del “tiempo que crece antes del alba”, según el decir de Bartolomé.
domingo, 22 de marzo de 2009
Los nuevos tiempos difíciles
Hay gente que logra entender el fenómeno. Hay otros que no logramos entender nada. Pero basta leer un periódico cualquiera para saber que el mundo entró en recesión.
Preocupa, ¡vaya que preocupa!
Leo que varios periódicos de los Estados Unidos de Norteamérica cierran sus puertas. Hay algunos que desde mil ochocientos y feria publicaban los diarios y ahora ante el fenómeno no lo harán más. Esto significa despidos para trabajadores. En México esto es alarmante porque los analistas advierten que los índices de delincuencia aumentarán.
Hay otros periódicos que disminuirán el número de sus hojas en intento de ahorrar. Algunas secciones son eliminadas o publicadas sin la frecuencia anterior.
Preocupa, ¡vaya que preocupa!
En el país son muy pocos los periódicos que publican secciones de "cultura" y, por lo tanto, cuando la cuerda apriete es casi seguro que los dueños de los medios impresos optarán por ahorrar en esa sección.
En Chiapas, estado con gran atraso de lectura, El Heraldo de Chiapas publica una sección de cultura diariamente. No existe ningún otro periódico en el estado que realice tal esfuerzo con tanta dignidad. ¿Sobrevivirá este noble esfuerzo ante el fenómeno?
Pareciera un lugar común pero es preciso decir que cuando el mundo está más oscuro es cuando debemos prender luces. Pero si de pronto uno se encuentra sin cerillos ¿qué hace? Yo espero que esta sección de cultura de El Heraldo permanezca por siempre. Es agua fresca para el espíritu. Sé que los lectores advierten la presencia, sé que es bueno que entre la sección de deportes y la de sociales exista una nube que riega lluvia de selva.
sábado, 21 de marzo de 2009
TEXTO PARA LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "LA DANZA DE LA LUZ", DE MIRTHA LUZ PÉREZ ROBLEDO - NOCHE DEL 20 DE MARZO - CASA DEL ARTE
Agradezco a la poeta Mirtha Luz la invitación para compartir.
No sé qué piensen sus mercedes, pero yo creo en las señales del universo. Hay misterios en cada hueco de nuestro mundo. No es casual que una pared sea un muro ciego y otra pared tenga una ventana desde donde se ve algo que define, a su vez, otra señal.
Estamos llenos de señales, de huellas inasibles, como polvo de estrella.
El día que Mirtha me dio su libro y leí el título, pensé que las señales, a veces, son demasiadas obvias y, por lo mismo, no las advertimos en toda su sencilla complejidad.
¿Han pensado alguna vez que el libro es como un muro? Si paro un libro sobre una mesa adquiere esa vocación que en los anaqueles se manifiesta de manera evidente. Un anaquel lleno de libros frente a una pared es una pared, tal vez más coqueta, tal vez más juguetona, tal vez más frágil y a la vez más cierta, pero no más que una pared que impide ver las humedades de la pared trasera.
Si paro un libro sobre la mesa el libro impide que yo vea lo que hay detrás. Se convierte entonces el libro en un gajo de misterio, en una señal encerrada en un laberinto invisible, en una simple pared.
Pero, ¿qué sucede cuando abro ese libro? El muro ciego se convierte, por arte de no sé qué magia, en una pared con mil ventanas. La luz no está encima, ni detrás, ni al frente, la luz proviene del interior, como si fuese un horno inagotable, eterno. ¿Qué prodigio produce este fenómeno? No lo sé. Hay señales que no tienen cabida en la gaveta del raciocinio.
El libro que Mirtha presenta hoy se llama: “La danza de la luz”. Este es un título que espantaría a Albert Einstein y que a Stephen Hawking pondría los pelos de punta. Un principio físico irreductible sostiene que la luz no danza, la luz no da vuelta en las esquinas. La luz es tan floja, tan lineal, que es inamovible, incluso, en la flama de la vela. Es su contraparte la que danza, la bullanguera, la que, a través del movimiento, trata de exorcizar su vocación de sombra. Mas sin embargo, la palabra luz, en los dedos luminosos de Mirtha, sí es ritual para llover pétalos de luz.
¿Danza la luz en el libro de Mirtha? ¿La palabra mete sus pies en un río que no lleva agua sino luz? ¿Cómo le hace la palabra de Mirtha para no ahogarse entre tanta flor iluminada?
Las respuestas a las preguntas anteriores serán contestadas por los críticos del futuro. Sé que no será hoy porque acá en nuestro pueblo existe carencia de críticos literarios. Nuestras paredes, en este sentido, son como muros ciegos. Pero sé que en las lunas por venir nuestras paredes engendrarán ventanas. Mirtha y muchos más están en el intento de sembrar luz. ¡Ah, qué osadía!
Soy un hombre que cree en el acto de leer como el acto más sublime entre el autor y el lector. El libro es el objeto que hace las veces de puente en esta relación íntima. Desde que el mundo de la lectura apareció los hombres reconocieron que no hay una lectura igual. De la misma manera que los hombres somos únicos, la relación que establecemos con la lectura es única.
Nadie acá puede decir qué hallará cada lector de los poemas de Mirtha, lo más que puede hacer alguien que se ponga acá en este sitio es contar su experiencia personal, pero, este acto corre el riesgo de confundir. Hay gente que, de pronto, se proclama guía de lectores. El libro de Mirtha, como cualquier otro libro, no es más que una laguna en donde cada uno nada como puede, como quiere y hasta donde quiere. Acá, lo único que yo vine a decir es: ¡Ya metí mis pies en estas aguas y no se cerraron mis ojos de pescado! ¿Tú, ya te mojaste en esta agua?
Yo soy un simple lector. Mirtha Luz lo sabe. Si hoy me invitó es porque sabe que mis dedos son ciegos pero buscan la luz. ¿Me permiten decir un absurdo? ¿Me permiten decir que todos los lectores tenemos los dedos de Borges, la oreja de Van Gogh, y sufrimos porque nunca de Borges ni de Van Gogh alcanzaremos la luz? Somos ciegos, pero nos empeñamos en hallar una hendija por donde se cuele la luz, no para ver, sino sólo para sentir un poco de calor, algo así como si nos acercáramos a un fogón con ollas donde hierve el café y las luciérnagas ensayan su vuelo mayor. La luz no danza, la luz no alcanza, y sin embargo, los lectores, de pronto, abrimos un libro y hallamos algo que es como un bálsamo para nuestros ojos ciegos.
¿La palabra de Mirtha logra la luz? Abro su libro, con los ojos cerrados (recuerden que tengo las yemas ciegas de los dedos, de los ciegos) y leo algo que es como un haikú: (cito) “Colibrí: Incesante abanico / a la vista del sol que se derrama”, y algo como una brasa ilumina mis estancias.
Entonces pienso que este poema es como una señal de buenaventura, y ustedes saben que yo creo en las señales.
Tal vez no es casual que Mirtha se llame Luz y que su luz huela como una flor de mirto que danza en el jardín de una vieja casona comiteca. Hay señales. Muchas gracias.
viernes, 20 de marzo de 2009
GRANOS DE ARENA (12)
NO HAY PEOR GATO QUE AQUÉL QUE NO SE LAME SOLO
Fido recomendaba a Fofo no se dejara explotar en la fábrica donde laboraba. “Nunca pasarás de ser un gato de ese buey” (el buey es el dueño de la fábrica de explosivos marca Acme).
Fido tenía razón, ayer a Fofo le explotó un cartucho. Hoy en su epitafio escribieron: “Era un lindo gatito, pero no más que un gato”.
ACERCA DEL HOMBRE QUE CONFUNDÍA LA PALABRA LAMA CON LA PALABRA LIMA
El patio es húmedo. El hombre sube a un árbol de lama, corta una, la parte en dos y la come. Cuando el hombre baja se llena de la lima que cubre el tronco. Su mujer se encabrita: “¿Qué te crees, que soy tu sirvienta para quitar esas manchas de lama en tu pantalón?”. El hombre ve su pantalón manchado de lima y no dice nada. Vuelve a treparse al árbol. Ahí medita. Se cree predestinado para suceder al actual Dalail Lima.
DE RECESIONES CON RUMBO A MALPASO
Un chiapanaco es quien cree va ir a la Bolsa Mexicana de Valores cada vez que lo invitan a viajar por el Sumidero.
DE LOS NÚMEROS QUE SON TRAVIESOS
¿Cómo es posible que el canal 11 de televisión esté cumpliendo 50 años, en tanto el canal 22 (que tiene el doble de aquél) apenas cumple 19 años?
EFECTOS DE LA RECESIÓN
Botero expuso en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. Al término de la exposición los cuadros le fueron enviados a su residencia de Bogotá, dos de los cuadros mostraban mujeres anoréxicas.
DE LO QUE SUCEDE CON LAS VIGAS RESISTENTES
Era una corbata rebelde. No le gustaba ser usada por oficinistas, por novios o por chicos de primera comunión. Su tela de seda brillaba cuando algún millonario defraudador coqueteaba con la idea del suicidio.
OTRA DE NÚMEROS INCREÍBLES
La Barbie cumplió cincuenta años y sigue tan fresa como nació; en cambio, la muñeca de trapo de Marianita, con apenas trece años de vida, está más negra y con el aserrín desparramándose por la panza abierta.
LAS GOLONDRINAS
Lu Wan viajó a México y cuando se despidió le tocaron las golondrinas. Ahora, cada vez que un comensal del restaurante en Pekín le pide el platillo llamado “nido de golondrinas”, el pinche chino llora (lo de pinche, es porque es ayudante de cocina).
DESPEDIDA
El padrino exigió que todas las sillas de la ceremonia fueran iguales. El gerente de la compañía de eventos especiales se esmeró en cumplir dicha petición. Al hacer la última revisión notó algo raro en la silla número ochenta y dos. Se acercó y comprobó que esta silla había sido en su juventud una silla eléctrica y aún tenía un cierto tufo a quemado.
jueves, 19 de marzo de 2009
Mujer ante un espejo
Soy hijo único, por lo tanto mi casa no tuvo más ramas donde colgar espejos. Mi madre y la sirvienta eran las únicas mujeres "de planta". De vez en vez se colaba alguna mujer de la cofradía de las eras: la salera, la tortillera (¡no, no!, nunca la ramera).
Mas un día, sin previo aviso, llegó a vivir una prima que no era mi prima. Ella estudiaba en Comitán, pero su casa crecía en otra parte. Mi mamá le dio alojamiento porque su mamá había sido su maestra cuando aquella era niña. La cercanía de los afectos nos obligó a considerarnos primos. Su presencia fue como una luz en medio de la sombra.
Ella es linda, la niña más hermosa que mis ojos vieron. Era dos o tres años mayor que yo y, cuando llegó a casa, tenía trece o catorce años pues estudiaba el segundo de secundaria.
Cuando ella se peinaba o tomaba el tubo con el rimel para las pestañas dejaba abierta la puerta del baño. Yo me acercaba, desde la puerta de madera con cristales florentinos en color verde la veía, era un sol que se desparramaba. Desde entonces sé que no hay mayor prodigio en la vida que estar presente en el momento en que una mujer se "mira" en el espejo. Esa hora íntima en que el mundo desaparece, en que no hay más diosa que esa agua que se refleja.
No sé porqué prodigio, la mujer asoma intacta en su reflejo. Cuando un hombre se para ante un espejo su lado izquierdo es el derecho. ¿Será por esto que siempre estamos sumidos en la confusión? La mujer se observa como una flor recién plantada.
Yo la veía como escribió el poeta, como "una lámpara de inacabable aceite". Ardía en su jugo, en su propia flama.
Nunca vi a mi mamá pintarse los labios frente a un espejo, o no lo recuerdo. En cambio recuerdo muy bien a mi prima. Tomaba el "bilé", el bilé rojo, se lo pasaba en los labios y luego, en un movimiento casi inadvertido por ella, se besaba a sí misma, con tal precisión, que el universo era ese labio superior jugando con el gusanito menor. Mi prima se besaba ante el espejo y yo la besaba con mi mirada. Luego ella tomaba el cepillo y se peinaba. Yo la veía plena, agradecido por dejarme que la espiara sin esconderme. Platicábamos. A ella le gustaba contarme cosas de su novio mientras yo veía su rostro desnudo ante el espejo. Imaginaba el resto de su cuerpo. Ya que el espejo del baño era de cuerpo entero yo sabía que antes que ella abriera la puerta para que yo, como pájaro en busca de alpiste, me asomara, ella se veía completa en un espejo nublado, casi discreto. Imaginaba que ella pasaba su mano sobre el espejo para eliminar el vaho. Así, siempre, vi que ella caminaba sobre la vida.
Desde entonces sé que no hay cosa más bella que una mujer desnuda ante el espejo.
miércoles, 18 de marzo de 2009
PEQUEÑA CRÓNICA DE UN TEXTO INÉDITO (Última parte)
Mariana se levantó y releyó en voz alta el principio del párrafo. “¿Ya viste? -dijo-, tú usaste esa frase en el texto que estamos viviendo”.
Revisé mi pasado inmediato y, en efecto, había empleado esa frase. ¿Cómo fue esto?
Mariana insistió en aquella teoría de la alteridad en la creación. En ocasiones, dos hombres alejados miles de kilómetros hacen un mismo descubrimiento. No sabía que tal influencia también podía generarse con años de distancia.
Pero el texto no podía ser mío, porque en 1957 yo estaba ocupado en nacer.
“¡No importa -dijo Mariana- el texto ahora es nuestro, es tuyo!”.
Y, en realidad es mío, porque lo tengo acá frente a mí. Es la única copia que existe en el mundo. Es un original y es nuestro, es mío.
Mariana se levanta, me jala y, mientras me lleva al estudio, dice que Carlos Fuentes, en el supuesto que el texto fuera el suyo, no podría comprobar jamás que este texto es de él.
Mariana prende la computadora y comienza a dictarme el texto. Ahora, en este momento, nos dedicamos a ello (sólo hicimos una pausa para escribir esta Arenilla que debo enviar al periódico para que lo lean ustedes, mis lectores de El Heraldo de Chiapas).
Aprendí a escribir a máquina mecánica desde la secundaria. Llevo más de cuarenta años. Puedo decir que escribo rápido, muy rápido.
Ahora son las tres de la mañana y ya casi concluimos (estoy agotadísimo, quienes me conocen saben que casi nunca me desvelo. Por lo regular me acuesto a las nueve o nueve y media de la noche). Mariana insiste en que puedo meter esta novela breve al concurso “Rosario Castellanos” que organiza Coneculta Chiapas. Me asegura que sería un honor para Comitán que un comiteco se llevara este premio.
Mariana no se da cuenta pero lo que me dice baja mi autoestima. Si ganara no ganaría yo, en todo caso ganaría Carlos Fuentes. Pero además no existe la certeza de ganar. Como en todo concurso en éste todo es subjetivo, lleno de niebla.
No me gustaría perder, bueno, en este caso perdería Carlos Fuentes. ¿Lo imaginan?
Además, si ganara don Carlos (es decir: ¡yo!), él, probablemente reconocería su novela en cuanto se publicara. ¿Qué haría, don Carlos? ¿Le escribiría a doña Jane Guadalupe -directora de Coneculta Chiapas- para reclamar el premio, para denunciar el plagio?
Además, Mariana lo sabe, a mí no me gusta hacer este tipo de acciones. Aunque no gane premios y no esté expuesto a reflectores prefiero escribir textos sencillos, con mis propias palabras, con mis propias ideas, con mis propios recursos.
Pero, ¿entonces para qué copio el texto que Mariana me dicta con emoción? El texto, debo confesarlo, es interesante, aunque tiene muchas incongruencias.
Al apropiarme de un texto ajeno contravengo lo establecido en el artículo veintidós, inciso c, de “El manual”, que es un poco copia del precepto bíblico de “no desearás a la mujer de tu prójimo, así esté cayéndose de buena”.
Tal vez copio el texto porque, después de todo soy humano y también caigo en la tentación. ¡No lo meteré a concurso! Pero puedo presentarlo como un inédito para su publicación. Tal vez convenga esperar a que don Carlos padezca de Alzheimer para presentar el texto como “el inédito extraviado de Carlos Fuentes”. Sin duda que Alfaguara lo pelearía. En este caso, yo podría reclamar derechos, porque, a esta hora de la madrugada, casi estoy seguro que don Carlitos no lo registró ante Derechos de Autor. Puede ser que, entonces, le concedan un premio a la novela y Mariana y yo acudamos a recibirlo, a Milán o a Buenos Aires o a París.
Pero, justo ahora que casi terminamos de pasar el texto a la computadora, la televisión retransmite el noticiario de López Dóriga y ahí escuchamos que Carlos Fuentes halló su manuscrito en la parte trasera de un anaquel lleno de libros.
¿Entonces?, dice Mariana. La verdad es que, viéndolo bien, el texto no es tan bueno. No podía ser de don Carlos. Apenas digo esto último, Mariana me ve y pregunta si ¿no soy sonámbulo, y si no seré yo quien, anoche, le pasó a dejar el libro?
Sé que lo dice sin querer herirme pero baja mi autoestima.
El texto está mal escrito. Nunca iré a Milán, nunca iremos. Mariana me queda viendo y se enoja, dice que soy un conformista. Apaga la computadora y entra a su recámara dando un portazo. Y yo, la verdad, no sé qué decir. No sé qué hacer acá adentro de la casa de Mariana. Ya es muy tarde para que yo vaya a la mía.
martes, 17 de marzo de 2009
Guazú
¿A qué hora apareció lo sencillo? Tal vez un día que hallé el cotorro en la casa. Paty me dijo que se llamaba "Guazú". Según ella, en una lengua nunca descubierta, tal nombre significaba "El que vuela".
El cotorro quedó confinado a su jaula. Un día entré a la casa, vi el cotorro y le silbé con el mismo silbido que silbo a La Tacha. Paty me dijo que estaba confundido, que los perros responden a ese silbido pero los cotorros no. ¿Qué estaba creyendo? ¿Que este cotorro era un cotoperro?
Tal vez para llevar la contraria, a partir de ese día seguí silbándole al cotorro como le silbaba a la perra. Un día silbé y el pinche cotorro me respondió con el mismo silbido. Paty no podía creerlo. Yo también me asombré, pero en el fondo me dio gusto que el pajarito contradijera una regla no escrita. El chiflido no era exclusivo para chuchos.
Hace apenas diez minutos pasó el campanero. Paty me gritó que sacara yo la basura. Me dijo que en la bolsa pequeñita estaba el guazú.
Sí, hoy en la mañana, Paty me llamó al trabajo para decirme que el cotorro había muerto. Tenía varios días enfermo. Anoche, me dijo Paty, se estuvo quejando.
Paty ha sentido mucho su muerte. Ella quiere mucho a los animalitos. El guazú era su compañero amado (bueno, en realidad era compañera, porque en su vida puso un bonche de huevos que nunca fueron fecundados).
Paty le cantaba todas las mañanas: "Que cosa tan bonita, tengo yo; que cosa tan bonita, me dio Dios", y el pinche pajarito se trepaba al palito y movía su cabeza al ritmo que Paty cantaba.
Nunca imaginé estar escribiendo la ausencia de un animalito, pero hace rato silbé la tonada, sin conciencia, hasta que caí en la cuenta que no hallaría respuesta. La Tacha nunca ha respondido con ese juego de eco al que le entraba el cotorro.
Guazú se fue. Bueno, tal vez recuperó su condición de vuelo, tal vez recordó el origen de su nombre.
lunes, 16 de marzo de 2009
PEQUEÑA CRÓNICA DE UN TEXTO INÉDITO (Primera de dos partes)
Mariana dice que alguien, anoche, dejó un texto en su casa. Estaba en la cocina preparando la cena cuando escuchó un ruido en la puerta, como si una rata tratara de colarse. Tomó una escoba y corrió a la puerta principal. Ahí vio la carpeta que alguien metió por debajo de la puerta.
Siguiendo al pie de la letra “El manual para abrir un libro”, ella tomó todas las precauciones necesarias. Se acercó a la puerta y vio por la mirilla si había algún movimiento extraño en la calle. Luego fue hacia la cómoda del recibidor, abrió una gaveta y sacó la máscara contra gases y los guantes de látex. Se colocó la máscara y enfundó los guantes en sus manos. Se agachó y, con extrema precaución, tomó la carpeta y la depositó en una bolsa negra que selló. Se quitó los guantes y, junto con la bolsa negra, los arrojó en el incinerador sin accionar el aparato. Luego me llamó por teléfono, le dije que no saliera por ningún motivo.
Subí al carro y fui directamente a su casa. Quienes me conocen saben que soy un hombre cauteloso que no asume riesgos, casi casi se podría decir que soy miedoso. Por esto, cuando llegué a la calle donde está la casa de Mariana me quedé adentro del carro. Bajaría hasta estar seguro que no había nada inusual en la cuadra. Al parecer todo estaba tranquilo, tan tranquilo que me alarmé. La cuadra estaba como una pista de hielo a las dos de la madrugada, a pesar de que apenas eran las siete de la noche. Tomé el celular y mandé un mensaje a Javier. Diez segundos después leí la respuesta de Javier, me decía que estaba cerca del lugar y que no me moviera, llegaría en menos de cinco minutos. “Te espero, no tardes”, respondí y luego marqué al teléfono de Mariana. Me pidió que no colgara, se acercó a la ventana y desde ahí me vio. Así, ella en la ventana y yo en el carro, con la comunicación telefónica abierta, esperamos a Javier. Se paró a mitad de la calle, abrió los brazos y gritó que todo estaba tranquilo. Bajé del carro, abracé a Javier y juntos fuimos a la casa. Mariana abrió y nos invitó a pasar, pero Javier se despidió, debía ir a su casa porque alguien lo esperaba.
Me senté en la mesa de la cocina y Mariana me sirvió un té. Después de tomar un sorbo le pregunté: “¿En dónde está?”. Ella se acercó a mí y, en voz baja, de acuerdo con “El manual”, señaló el incinerador. Me paré, tapé mi nariz con mi brazo izquierdo y abrí el aparato. Al fondo estaba la bolsa negra. Iba a prender el aparato pero Mariana, con su mano derecha, me indicó que no lo hiciera. Regresé a donde ella estaba. “¿Sabes qué? -dijo- creo que es el texto inédito que ayer robaron en la casa de Carlos Fuentes”.
En su noticiario, López Dóriga había dado la noticia. Fuentes se mostró molesto y decepcionado por toda la violencia que impera en el país. Dóriga se mostró extrañado. Le preguntó si no tenía respaldo en su computadora o en el USB, pero don Carlos señaló que era un manuscrito escrito en el año de 1957. “¿No se te ocurrió escanear o fotocopiar el documento?”, le preguntó Dóriga al famoso escritor. Se escuchó algo como “A la mierda” y luego don Carlos colgó.
Contraviniendo “El manual” saqué la bolsa negra y puse el texto sobre la mesa. En efecto, el texto era un manuscrito, con una letra elegante, con tinta azul, correcciones en verde, escrito sobre hojas delgadas color oro. Busqué en las primeras hojas el nombre del autor pero el texto no lo consignaba. Miré la última página. Únicamente decía la palabra “Fin”.
Leí en voz alta el primer párrafo: “La mesa estaba limpia, como una pista de hielo a las dos de la madrugada. Pero Martha salió de la cocina y rompió esa armonía al colocar un florero. Sacó una cinta métrica y con ella se ayudó para dejar el florero justo en el centro”.
(Primero Dios este texto concluye el próximo miércoles).
domingo, 15 de marzo de 2009
SEISCIENTAS ENTRADAS
Reviso el contador de este chunche y veo que la "entrada" de ayer fue la número seiscientos.
Me llama la atención el concepto de "entrada".
He entrado seiscientas veces a dejar esta suerte de mensajes.
¿Quién entra a este cuaderno de apuntes?
¿Hay alguien que, igual que yo, haya entrado las seiscientas veces a ver qué mensaje dejé?
Me encanta saber que no hay llave secreta. Me gusta pensar que acá puede entrar quien guste. Basta empujar la puerta y entrar. Esto último también me gusta.
Imagino que estos cuadernos de apuntes son como una ventana, como un aparador. Quien camina por la calle se acerca y ve desde afuera. Si alguien mira algo de su interés entonces empuja la puerta y entra.
Esto no es un "diario". No lo es porque siempre que escribo pienso en el otro; es decir, en quien hace el favor de entrar y leer.
¿El lector hace el favor de entrar? Sí, porque escribo para el otro, para quien entra. Pero nunca sé a ciencia cierta quien entra.
Me gustaría tener algo como una cámara a la entrada y ver quiénes son los lectores de este cuaderno, pero ello cohibiría a varios. A mí no me gustaría ser observado. Debe ser que muchos tememos descubrirnos siendo descubiertos.
Imagino ahora que hay una cámara en cada una de los aparadores que veo. He escrito mis gustos, pero no todos, porque esto no es un "diario". Oculto cosas. A veces paso por aparadores donde, por ejemplo, venden juguetes sexuales o se exhiben muchachas bonitas sin ropa (pucha, pucha, qué manera de usar palabras rebuscadas para ocultar ciertos vicios). A veces mis complejos me ganan y aún sigo siendo como los adolescentes de mis tiempos que entraban con pena a comprar un condón en la farmacia. Veo esos aparadores y disimulo, hago como si no mirara. A veces (miro a la izquierda y a la derecha), si no viene nadie por la calle entro a esos lugares, pero lo hago con cierto resabio de culpa, con el cuello de la chamarra hasta arriba para que no me reconozcan. Doy una mirada rápida y salgo.
Creo que lo mismo pasaría con varios de mis lectores. Nunca se sabe. Por esto es bueno que exista el anonimato. Mis lectores saben que no hay cámaras, que esta página está ubicada en un callejón solitario. La ventaja de este cuaderno es que tiene un dispositivo electrónico que se activa cuando un lector entra al callejón. En ese instante la puerta se cierra y ningún otro lector puede entrar hasta que el primero se retira. Esto permite que nadie interrumpa la lectura, que nadie se tope con el otro adentro. El lector, así, puede mirar a gusto, tocar a gusto. Al final si así lo desea puede tomar un gis y escribir un mensaje al estilo de aquéllos que se encuentran en las zonas arqueológicas de Chiapas: "Acá estuvo Mario, o Nicolás, o María, o Paco, o Mariana". Puede incluso, el lector, usar un nombre diferente al suyo, pues nadie sabrá en realidad su verdadera identidad.
¿Saben si en realidad yo uso mi verdadero nombre? ¿Saben si en efecto soy quien digo ser? ¿Nunca han pensado que cuando entran a este cuaderno de apuntes entran a la página de un hombre que suplanta la identidad de otro hombre?
Ninguna de estas preguntas pueden responderlas con certeza. Existe la posibilidad de que no sea yo quien digo ser, de que todo esto sea un invento y que, por esa maravillosa luz que se llama azar, mi vida coincida con la vida de quien ustedes creen que escribe esta bitácora.
De una o de otra manera hoy se cumplen seiscientas entradas; es decir, seiscientos momentos en que escribí para el lector que me hace favor de entrar a este cuaderno.
No tendría ningún sentido escribir para vos sin que vos me leyeras, sin que vos estrecharas esta mano que extiendo cada vez que acá anoto una palabra.
Gracias a vos existo, soy yo "y tu circunstancia".
sábado, 14 de marzo de 2009
EL HOMBRE DE LA CAMPANA
A veces pienso en el hombre que toca la campana. Siempre va delante del camión de la basura. ¿No existe otro método para avisar?
Hoy, en el periódico Reforma, leí que en la ciudad de Estocolmo existe una zona residencial donde no hay camiones de basura, por lo tanto no hay pepenadores ni hombres que toquen la campana. No hay camiones porque los suecos tienen un sistema de tuberías subterráneo que absorbe la basura y la envía a una planta recicladora.
Pronto comenzará el periodo de lluvias y por esto pienso en el hombre de la campana. Pero también pienso en él cuando hace mucho calor, cuando hace mucho frío, cuando las nubes no traen maná, cuando al hombre le duelen las piernas.
Ahora pienso que en Suecia no tienen pepenadores. Me da cierta nostalgia folclórica, pero luego pienso que, tal vez, allá se dedican a pepenar cosas menos miserables.
Acá estamos acostumbrados a ver hombres y mujeres embrocados sobre los botes de basura buscando chunches en medio de ligas verdes llenas de moscas.
Y nosotros, los que, gracias a Dios, tenemos otros oficios, también pepenamos. Pero pepenamos esta clase de imágenes tristes.
Los hombres deberían pepenar los chunches que vuelan y no los que se arrastran como serpientes. Pero esto, parece, está reservado para otros cielos, como los de Estocolmo, por ejemplo.
A veces pienso en el hombre que toca la campana. Lo hago con nostalgia, con cierta pena. ¿Por qué acudo a su llamado como si me llamara a misa? ¿Qué clase de religión es esta donde los hombres salimos a dejar nuestros desechos en la esquina de la calle?
(N.B. Si tienen chance entren a la página de el Reforma y denle una vueltecita a esta información. Es impresionante el grado de civilidad en que vive cierta parte del mundo).
viernes, 13 de marzo de 2009
GRANOS DE ARENA (11)
DE PAREDES QUE SON COMO VENTANAS
El niño confundía la palabra entrar con la palabra salir. Un día que se portó mal adentro del salón de clases, la maestra le dijo: “Sal” y él entró. La maestra lo reportó por desacato. La directora llegó al salón y le preguntó: “¿No quieres salir, verdad?”, el niño contestó: “Ya salí”. La directora, sorprendida, dijo que esa era una reflexión filosófica sin par. La maestra tuvo que ponerle diez y, en el homenaje a la bandera del día lunes, el maestro de ceremonias anunció que la directora le impondría la medalla al mérito. Cuando el maestro pidió al niño que entrara, él salió de la escuela y no volvió jamás.
POR LOS PASILLOS OSCUROS DE LA LUZ
Padecía un daltonismo especial: confundía el negro con el blanco. Su mamá, a las siete de la noche, le decía: “Ya, métete, ya oscureció”, y él obedecía sin comprender porqué su mamá lo obligaba a entrar precisamente cuando la noche comenzaba a aclarar.
DE INTOLERANCIAS Y MAMILAS
El viejo bibliotecario se equivocó. A la hora de colocar el tomo número 9 de la Nueva Enciclopedia de Flora Chiapaneca lo colocó al revés. A la mañana siguiente el tomo número 6 pensó que el 9 quería usurpar su lugar e inició una campaña de desprestigio: “¿Ya viste 7, el 9 es volteado?”. Y de “tomo gay” no lo bajaron (se quedó sobre el anaquel toda su vida, así: volteado).
PREGUNTA INÚTIL
Si hay una época de posguerra, ¿por qué no hay una época de pospaz?
LOS RICOS TAMBIÉN LLORAN
Madame Nicole vive en las Lomas de Chapultepec. Hace dos años le escribió una carta a doña Conchita, una prima que vive en San Cristóbal de Las Casas y es auténtica coleta. Madame pidió le enviara una muchacha sencilla para que trabajara como empleada doméstica en su residencia. Doña Conchita le consiguió una muchacha de por el rumbo de Tenejapa. Cuando Petrona llegó a la ciudad de México, la madame dijo que ese nombre no era conveniente, la rebautizó como Petris. Después que a Petris le dio un curso de modales, madame organizó una reunión con sus amigas del Club de las Damas del Buen Decir. Cuando la reunión estaba en su apogeo, madame tomó una campanita y la hizo sonar. La muchacha chiapaneca apareció y su ama dijo: “Petris, sirve el vino, por favor”. La sirvienta, con toda propiedad, dijo: “Sí, madame” y se retiró. Doña Abundia del Coral hizo notar la corrección de la mucama, pero doña Esperanza de Calderón y de La Vega mencionó que el nombre no era apropiado para una sirvienta de clase. “Lástima que se llama Petris. Ahora que fui a Malasia subí a las torres más altas del mundo: las Torres Petronas. ¡Estos nombres son lo nice ahora, lo de caché! ¡Ay, Nicole, le cambiaras el nombre, ya ves que éstas aguantan todo!”.
DE MINOTAUROS Y OTROS ANIMALES MÍTICOS
La gente no lo sabe, pero los laberintos fueron pasajes lineales de niños. Las torceduras de la vida les dieron esa forma de culebra misteriosa. La gente no lo sabe, cree que la vida es como un pasaje lineal.
COLOFÓN
Una chiapanaca es aquélla que va al Carnaval de San Juan Chamula y pide que, cueste lo que cueste, le den un asiento preferente en “El Sambódromo”.
jueves, 12 de marzo de 2009
LAS ESQUINAS
"¿Me extrañas?", pregunta ella cuando nos volvemos a ver, cuando nos sentamos en la banca del parque y vemos los zanates sobre los árboles y vemos a los niños jugando al lado de la fuente.
¿Me extrañas?, dice con una voz de lluvia vista a través de un cristal.
¿Qué extrañamos? Ayer necesitaba un papel y lo busqué con afán. Abrí gavetas, husmeé en la pila de periódicos viejos y, al final, ya casi a punto de rendirme, busqué en un cesto de plástico y ahí lo hallé. Pero no sólo hallé el documento, también descubrí el paraguas a su lado.
"No te extraño -dije- porque te pienso". Al pensarte, ¡te tengo! (esto ya no se lo dije, sólo lo pensé, como para aclarar lo que había dicho).
¿Extrañé el paraguas todo este tiempo en que no lo he necesitado? No. Apenas ayer "me extrañó no haberlo extrañado". Los objetos que no se necesitan no se extrañan hasta que se vuelven objetos necesarios de nuevo.
Mientras no necesité el papel viví tranquilo y sé que mientras no llueva viviré sin pensar en el paraguas. El día que asome el primer chubasco comenzaré a buscar el paraguas con desesperación (tendré que acudir a este cuaderno de apuntes para recordar que está arrumbado junto al cesto de plástico que lo compramos para colocar la ropa sucia. No sé en qué momento le cambiamos su vocación y le dimos uso de archivador).
"¡Miento, te extraño mucho, te extraño a cada instante y por esto te pienso!". Esto tampoco lo dije, es ahora que lo pienso, ahora que pienso en ella.
Cuando estuve fuera de Comitán extrañé mucho a este pueblo. Vivía "tranquilo" sin la tranquilidad que me otorga este pueblo.
Fue algo así como si siempre estuviera lloviendo y yo estuviera a resguardo viendo la lluvia a través del cristal. Nunca salía a la calle, no me gusta mojarme. Pero siempre, a cada instante, pensaba en un paraguas que no sabía bien a bien dónde estaba.
"No te extraño, porque te pienso", dije, y ella abrió el libro y comenzó a leer un poema de Octavio Paz, o ¿no era de él? ¿De quién era el poema que leía como si fuera un rezo? No lo sé, nunca lo sabré, porque la tarde era como una muchacha bonita, con su falda a cuadros, brincando sobre charcos que aparecieron sin que una lluvia previa los hubiera convocado.
"¿Me extrañas?". ¡Qué ganas de abrazarla y decirle que la extraño como mil peces, como mil ventanas cuando no estoy con ella! Pero no digo nada. Yo también abro un libro y leo, no sé qué leo, pero trato de hallar una palabra que la haga sentir la flor más amada, la lluvia sencilla más añorada.
miércoles, 11 de marzo de 2009
LUGARES PARA DESCANSAR DE VEZ EN VEZ
No ocurre siempre. Por lo regular ocupo mis días en acomodar los aromas y colores actuales. Tengo un estante de madera donde coloco los frascos novedosos de estos tiempos. Sé que estos frascos también serán aromas viejos algún día, pero, por el momento, son las esencias que me visten, que me dan identidad, que me dicen a cada hora ¡que estoy vivo!
Pero a veces ocurre, como ayer, que algún aroma escondido asoma. Es algo como una niebla, un vapor que asciende desde las hendijas del suelo y me atrapa.
Ayer, por ejemplo, miré una foto de mi papá, quien falleció en 1990, y sentí un aroma de cuarto cerrado. Si alguien me preguntara podría decir que casi casi vi el hilo de luz que salió de la foto y llegó hasta mi nariz, y, como si fuera un conejito, jugueteó en el laberinto de mi olfato. Estornudé. Estornudé como si un polvo antiguo descansara sobre un piso de madera.
Cerré los ojos y hurgué en el recuerdo. El cuarto es el que está al fondo de la casa donde viví de niño. Ese cuarto permanece cerrado casi todo el tiempo. Cuando mi papá lo abre, yo aprovecho y entro a hurgar en medio de la penumbra y de ese olor a madera húmeda que me hiere el olfato. A mi mamá no le gusta que entre ahí, mi papá no me dice nada.
En una esquina que siempre tiene telarañas está una silla de madera. Sus patas están torneadas, son muy delgadas, como si fueran patas de un flamenco con algunas chibolas en la parte de en medio. En el respaldo tiene un dibujo que apenas se distingue.
Siempre que entro a este cuarto veo la silla. No sé qué siento al verla tan vacía, tan castigada en esa esquina. ¿A las sillas también las obligan a permanecer en una esquina cuando se portan mal? ¿Esta silla está castigada porque tiró a una vieja gorda que se sentó sobre ella? A veces pienso que si saliera al patio, a la luz del sol, esta silla se despedazaría por completo. Lleva no sé cuántos años enclaustrada. Yo la he visto ahí desde la primera vez que entré a este cuarto.
Todas las demás sillas de la casa están contentas, las veo retozar en la sala, en la cocina, en la oficina de mi papá y en los corredores en espera de que lleguen las visitas. Cuando llega el tío Víctor se sienta en una silla plegadiza. A mí, igual que al tío Víctor, me gustan esas sillas que se doblan como aquella niña contorsionista que vino en un circo hace muchos años.
La silla del cuarto cerrado es una silla dura, de esas hechas con madera recia. No obstante, ella se ve ¡tan frágil! La navidad pasada le pedí al viejito de la noche buena que me regalara esa silla, pero luego borré mi petición de la carta. No me perdonaría que la silla se evaporara al contacto con el aire. Pensé entonces que le haría bien una compañera y metí una silla del comedor que coloqué a su lado, pero luego me sentí mal porque miré que la silla nueva me miraba con una cara de terror cuando advirtió que yo cerraba la puerta.
No ocurre siempre. Por lo regular ando de un lado para otro, en estancias bien iluminadas. La casa donde vivo ahora es una casa pequeña y no tiene cuartos cerrados porque casi no tiene cuartos. La casa de mi infancia era enorme, tenía muchos cuartos y varios de estos funcionaban como bodegas. En esos cuartos que permanecían cerrados durante mucho tiempo apilábamos las cosas que no eran de uso diario.
De vez en vez, mi papá abría el cuarto del fondo, entraba con un quinqué y buscaba algún documento en la pila de papeles que tenía sobre una cómoda.
A veces, como ayer, vuelvo a entrar a ese cuarto y la bofetada húmeda vuelve a acariciar mi olfato y mi corazón. Por más que intento no logro descubrir qué cuenta el dibujo que está pintado en el respaldo de esa silla olvidada. No saco a la luz esa silla porque se desintegraría. Por esto, también, muchos de mis recuerdos los conservo adentro de cuartos oscuros y tristes.
No ocurre siempre, sólo de vez en vez.
martes, 10 de marzo de 2009
LOS MILAGROS DE LA CALLE
La calle es un animal. Cuando salgo de mi casa este animal me traga. A veces escucho que se refieren a la ciudad como "la selva urbana" o "la selva de cemento". La calle es el animal menos visible, pero más artero.
Carnívoro por excelencia, la calle no duerme. Se pasa todo el día engullendo y vomitando hombres y mujeres. Es rumiante, como las vacas.
No duerme un solo instante. Cuando en apariencia no tiene nada en su estómago, es más mortífero. Algo se agazapa en sus venas, algo como una baba pestilente escurre de las paredes de su estómago.
Como buen cazador tiene la habilidad de la paciencia. Sabe permanecer en silencio, con las luces apagadas, casi casi sin respirar.
Los hombres inventamos los ruidos para entretener su coraje. A diario le aventamos humo, carros, pequeños temblores que salen de las máquinas que hacen agujeros en el cemento.
Una vez, hartos de ser pasto de estas horribles vacas, los hombres decidieron no salir más a las calles. En la parte posterior de su casa improvisaron huertos donde sembraron papa, jitomate, aguacates y esa verdura del corazón que se llama betabel. Los niños corrieron felices por toda la casa porque ya no irían más a la escuela. Los hombres se comunicaron con sus vecinos a través de las bardas posteriores. Instalaron sitios de vigilancia sobre los techos de las casas. Desde ahí, desde sus atalayas, miraban cómo las calles quedaron sin su alimento diario.
Los días pasaron y las calles no hicieron ningún movimiento para conseguir su alimento, como serpientes dormidas seguían tendidas al sol y a la lluvia. Un día los hombres abrieron las ventanas de su casa y trataron de oír la respiración del animal. ¡No se oía nada! Pensaron entonces que las calles habían muerto de inanición. Abrieron las puertas de las casas y, con extrema precaución, volvieron a poner un pie sobre ellas.
En lo que narro a continuación no hay misterio. Todos sabemos que las calles ¡seguían vivas! Todos sabemos que las calles no morirán nunca. Ellas poseen el don de la inmortalidad. Esa mañana tragaron y vomitaron a los hombres con la misma intensidad de siempre. Ningún hombre dijo nada, pero en lo interior de su pensamiento y de su espíritu respiraron tranquilos, porque existe una fuerza superior que hace al hombre dependiente de la calle. Ya está comprobado: el hombre no puede vivir sin la calle, no puede permanecer tranquilo y en paz adentro de su casa.
Los hombres, qué pena, son calledependientes y ésta es la dependencia más horrible, la más oscura. Se dice que, hace cientos de años, un brujo mayor hizo un conjuro y condenó al hombre a vagar por siempre por los callejones y las calles vacías en busca de su alma.
La calle es un animal, es una bestia peluda.
lunes, 9 de marzo de 2009
LOS DÍAS COMUNES Y CORRIENTES
Hay gente que cree en las señales del universo. Dice que si un hombre está atento a lo que sucede a su alrededor puede descubrir ciertas indicaciones que definen por dónde debe uno caminar.
Todo en apariencia estaba normal. Era un día cualquiera, con sol y con el viento jugando sobre las faldas de las muchachas bonitas.
Mariana, quien es mi afecto, y estudia en Tuxtla Gutiérrez, llegó al pueblo para pasar el fin de semana con sus papás y con su novio. Mientras recogía la ropa, puesta a secar en el patio, oyó el ladrido de “Fido”, el perro doberman de la casa vecina. Mariana llenó la cubeta azul y llevó la ropa al cuarto de planchar. Ahí la dejó, ahí escuchó de nuevo el ladrido de Fido, constante, insistente, como si el motivo de su ladrido estuviera frente a él y no lo dejara.
Mi afecto, a las diez con treinta y dos de la mañana, apagó la radio, dejó de escuchar Exa-fm, tomó su bolso y salió con rumbo al centro. Había quedado de verse con su novio a las once de la mañana. Se citaron en la fuente que está frente al templo de Santo Domingo.
Mariana caminó de prisa. Tuvo cuidado de no resbalar en una entrada de carro. Las lajas de las banquetas de Comitán son juguetonas, les gusta atravesar el pie a los caminantes.
Justo a dos cuadras del parque apareció lo insólito: Un hombre caminaba y llevaba una bicicleta sobre la banqueta, venía en sentido contrario al de Mariana. Bastaba que Mariana caminara diez o doce pasos para topar con el hombre. Como el hombre no montaba la bicicleta, él y su aparato ocupaban toda la banqueta. Mariana se detuvo. El hombre siguió caminando rumbo a donde ella estaba. Ella trató de decirle al hombre que era incorrecto lo que hacía (¡sólo eso faltaba, bicicletas en el lugar destinado para los peatones!), pero el hombre, con el rostro como de perro doberman, no parecía dispuesto a escuchar. Mi afecto bajó de la banqueta para impedir que el hombre la atropellara. Cuando Mariana se vio debajo de la banqueta sintió un desasosiego: sobre la banqueta iban las bicicletas y los carros circulaban sobre la calle. ¿Qué espacio quedaba para los peatones? Y digo que sintió desasosiego porque a partir de ese instante ya no pudo subir a la banqueta, porque más hombres, con bicicletas, circularon por ahí. Vio la banqueta de enfrente y pensó que podía alcanzarla, pero la otra banqueta también se llenó de hombres con bicicletas. Los carros no dejaban de circular por la calle. Se quedó parada al lado de la banqueta mientras, como si esa simple calle fuese una autopista, por un lado pasaban los hombres con las bicicletas y por el otro los carros con sus bocinas a todo volumen, con música de banda duranguense.
Ahí la encontré, deteniendo su bolso con ambas manos contra su pecho. Le dije que subiera al carro, corrió por delante y abrió la puerta, no sin dificultad porque los ciclistas de la banqueta pasaban con prisa. Subió, se colocó el cinturón de seguridad y me dijo que acelerara, pero yo no podía hacer nada porque la fila de carros avanzaba a un ritmo constante pero con la pereza asfixiante de los embotellamientos. Yo escuchaba un disco con poemas de Sabines. Mariana llevó sus manos a las orejas y me exigió que apagara eso, como si, inconscientemente, empleara las palabras del poeta. En lugar de mandar “a la chingada las lágrimas”, mandó a la chingada los sonidos en esa mañana caótica.
Llegamos al parque central a las once en punto. Me estacioné unos segundos frente a la fuente. Ahí estaba ya el novio. Toqué claxon y él corrió hacia nosotros. Antes de bajar, Mariana me dijo que ella no le había hecho caso a la señal. Yo quise saber qué señal, pero ella, ofuscada, confundida, me dijo algo acerca de un ladrido como de eco de tormenta.
Ella bajó y abrazó a su novio. El parque estaba luminoso. Yo seguí mi camino, saqué la mano por la ventanilla para despedirme, pero ellos no me vieron. Los vi por el retrovisor, los vi eternamente abrazados: Mariana mantenía la cara recostada sobre el pecho de su novio y él le acariciaba su cabello mientras miraba un grupo de niños que jugaba con un globo.
A mí me pareció que todo era normal en el pueblo. El día era luminoso y el viento jugaba con el cabello de las mujeres que caminaban sobre las banquetas de laja de Comitán. Mariana había dicho algo acerca de una nube densa, sin embargo yo veía un pueblo luminoso, con sus árboles de tenocté llenos de flores blancas, como racimos de esperanzas. Esto, sin duda, fue una buena señal.
EL BOSQUE DE PLÁSTICO
Este hombre, ¿sabe lo que hace? ¿Sabe que en su espalda carga una carga etérea? Nunca un hombre cargó una carga tan liviana, tan hija del sueño. ¿Sabe este hombre que arrancó un trozo de viento? ¿Que el bosque se quedó sin el hálito que este hombre se empeña en sembrar sobre el cemento?
No creo que lo sepa. Este hombre sólo sabe que carga jaulas. Ignora que las aves presas cuentan historias.
Desde lejos observé al hombre. No hallé en él ni un ligero atisbo de asombro ante el cuento que un mirlo contaba. Tal vez de tanto oír ya no oye nada.
¿Este hombre sabe que sus aves ya no llevan alas? Le bastó colocar una trampa en medio de la selva para cancelar sus vuelos, su vocación de cielo.
Desde lejos vi al hombre. Caminaba con paso lento. A su paso la gente admiraba el canto de las aves presas. La gente es piadosa. La historia nos ha demostrado que así es la gente. Cuando, en la Francia de los Luises, veía un condenado mostraba compasión. Al caer la guillotina, la gente cerraba los ojos por un instante, a Dios pedía misericordia por el condenado, y luego abría los ojos y estallaba en júbilo, en vítores.
Este hombre no lo sabe. Tampoco lo sabe la mujer que se paró a comprar un canario.
¿Lo sé yo? ¿Yo que ahora mismo veo al cotorro en su jaula adentro de la casa? El guazú no vuela, todo el día baja al piso de la jaula, picotea, luego sube a los palos, mueve la cabeza y silba. ¿Qué reclama en la historia que a diario cuenta?
Este hombre no sabe que todas las historias cuentan historias de alas y cielos extraviados.
Los hombres, también, todos los días contamos historias de alas y cielos extraviados. Debe ser porque un día tuvimos alas y somos seres extraviados que olvidamos el vuelo.
domingo, 8 de marzo de 2009
TAMBIÉN EN LOS SUELOS HAY CIELOS
"Anda, levanta la cara", decía mama Juana. Pero yo no le hacía caso. Si levantaba la cara, pensaba, no podía levantar todos los chunches tirados. Por caminar con la cara agachada hallaba monedas, botones y tornillos (los tornillos me encantaban porque con ellos construía robots. En mi tiempo de niño jugábamos a conquistar la luna. Claro era antes de que don Neil Armstrong pusiera un pie sobre la luna y dijera que eso era "un paso pequeño para el hombre pero un gran salto para la humanidad". Hoy creo que tampoco fue el gran salto para la humanidad. Hay algunos incrédulos que aseguran que eso del hombre en la luna fue un gran montaje teatral y que las fotos corresponden a un secreto set cinematográfico).
Me gustaba caminar con la cabeza gacha, buscando tesoros mínimos, con las manos adentro de las bolsas (la mama Juana también me obligaba a caminar con las manos afuera de las bolsas. Un día que resbalé entendí que su sugerencia era correcta).
Aún hoy, ya con cincuenta y dos años de edad, sigo caminando con la cabeza agachada. Me gusta mirar el cielo, pero también amo ver el suelo.
Me gusta seguir el camino de las hormiguitas, mirar el cielo a través de los charcos que brotan en cada aguacero. Me gusta mirar el pasto para imaginar el trabajo sin trabajo que hace al brotar.
Todo mundo bota todo sobre el piso.
De niño me encantaba entrar a las casas de mis amigos, sentarme muy formalito adentro de una sala con piso de madera, y buscar chunches extraviados debajo de las mesas o al lado de las patas de las sillas. Desde donde estaba sentado buscaba y buscaba mientras las mamás de mis amigos platicaban alguna historia o el chisme de la mañana. Me encantaba el instante en que hallaba algo (nunca falla, siempre hay objetos extraviados). Sonreía cuando me levantaba y cogía el chunche perdido. Levantaba la mano y lo mostraba por todo lo alto. Siempre había un comentario generoso: "Mira, Alejandro halló el botón de la chamarra de tu papá" o "¿De dónde es este resorte?". Entonces, el resorte se convertía en un objeto importante. Esto era lo que me gustaba de mi afición: regresarle al objeto su lugar preeminente en la vida. A veces el resorte era un chunche necesario para devolverle la vida a un radio, por ejemplo. El papá de mi amigo me palmeaba cariñosamente la espalda como dándome a entender que mi afición a andar con la cabeza gacha era algo que podía salvar el mundo momentáneamente.
Digo momentáneamente porque al otro día nadie se acordaba de mi hazaña. Pero yo nunca lo olvidaba. Cuando, por ejemplo, oía sonar la radio antes descompuesta sonreía satisfecho.
Todavía hoy camino con la cabeza gacha. En Comitán es necesario mirar por dónde camina uno. Las banquetas de laja son resbaladizas; a los comitecos les encanta aventar las cáscaras de plátano sobre las banquetas. Camino viendo hacia abajo porque hay sueños extraviados en todos los caminos.
No acostumbro levantar sueños que no me corresponden, ni tampoco puedo andar en la vida levantándolos para ver quién es el propietario (por lo regular, la gente olvida sus sueños). Lo que hago es hacerlos a un lado. Cuando encuentro un sueño extraviado, con ayuda de mi pie, lo empujo hasta la pared. Ahí queda, como si fuera una golondrina en su nido. Creo que esta imagen dice mucho de lo que pienso acerca de esos sueños: son polluelos que pueden crecer y volver a levantar el vuelo.
"Anda, levanta la cara", me decía mama Juana. Pero los niños tímidos no acostumbramos levantar la cara. No nos gusta mirar de frente. Estos gestos corresponden a los niños valientes, a los desenfadados. Hay niños que cuando nos atrevemos a decir: "Te quiero", a una muchacha bonita, lo hacemos mirando el suelo, llenos de carmín en las mejillas. Y lo hacemos así, no porque no podamos alzar la cara, lo hacemos porque andamos en busca de un charco para regalar un pedazo de cielo a nuestra amada.
Aún hoy, que soy un gran mirador de cielos, sigo caminando con la cabeza gacha. A veces pepeno monedas de un peso y tornillos. El otro día hallé uno de mis sueños extraviados. Ese sí lo levanté. Hoy me sirve para lustrar mis días cada mañana.
sábado, 7 de marzo de 2009
UNA TARDE CUALQUIERA
Quedarse en casa. Después de comer, ¡quedarse en casa! Quedarse como si el mundo no fuera más que esta burbuja transparente donde el sol es como un gato que juega en la azotea. Sentarse en la silla más cercana, la que protesta con un ligero chirrido pero no hace más aspaviento.
Cerrar los ojos y pensar que la palabra aspaviento es una palabra simpática pues une al objeto que provoca su misma esencia. Aspaviento, como decir inflaire, o Diosvida.
Quedarse en casa con la convicción de que afuera no hay nada. Tomar un libro o una revista, puede ser la revista "Proceso" que José Antonio te dio ayer, o puede ser el libro de Octavio Paz que Mariana te dio esta mañana. Dejar la revista sobre el mueble de madera que tienes a la derecha y decidir leer a Paz, para hallar a su homónima en esta tarde en que toda advertencia de guerra está lejos de esta parcela.
Quedarse en casa para levantarse, salir de la sala e ir al pasillo donde están las plantas. Coger la regadera y echar un poco de agua a esa enredadera que insiste en trepar sobre una pared que le hace el feo. Agacharse para ver cómo crece la mata de menta. Cortar una hoja de menta, olerla y luego comerla.
Quedarse en casa para sentir cómo la menta abre sus corolas adentro de tu boca, para sentir cómo se expande, como si fuera el sol y se desparramara sobre todos los valles de tu boca, de tu alma.
No salir para nada. Olvidarse de que la tarde está en la calle, de que ahí está la vida. Pensar que esta burbuja es todo. Sentir el frío, el aire casi helado que se cuela por arriba del techo y baja, como mariposa, a posarse sobre cada una de las hojas, sobre cada una de las ramas, sobre cada una de las flores que tienes sembradas en tus cielos.
Quedarse sólo para mirar cómo el gato baja del pretil y comienza a sobarse sobre tus piernas, una vez a la izquierda y luego el movimiento contrario. Saber que este ritual significa que quiere agua y tú debes tirar el agua del garrafón que le serviste en la mañana. Porque sabes que el pinche gato, dentro de casa, sólo toma agua limpia del garrafón, siempre y cuando vea que tú le sirves un agua nueva. Pero eso sí, cuando sale al patio se le terminan sus ínfulas de gato de angora y se convierte en un arrabalero pues se empina sobre un trasto donde está el agua hedionda y podrida que rebosa de una maceta donde está sembrada una orquidea. Quedarse sólo para ver esto, para saber que, a veces, más que en la calle, la vida está concentrada en este pequeño espacio donde Dios parece haber puesto su mejor empeño, toda su voluntad, sólo para que tú te sientas a tus anchas.
Quedarse sólo para volver a entrar, para dejar el patio, para sentarse de nuevo, cerrar los ojos y pensar en lo que acabas de escribir: "a tus anchas". Pensar que, de vez en vez, las anchas están afuera, acá adentro te sientes "a tus angostas" y te sientes bien y no hay poder humano que te haga salir. Porque ahora mismo suena el teléfono, contestas y dices que no, que otro día será, que hoy no. Cuelgas sin dar más explicaciones.
Quedarse en casa sólo para saber que quien marcó se equivocó de número. Tú no eres quien contestó. Tú sigues sentado, viendo al gato que acaba de entrar de nuevo, sube al mueble y araña el respaldo como si arara, como si intentara sembrar algún sueño que los perros no entienden.
Tú sigues sentado, lees a Octavio, ves un pedazo de alambre de amarre que sobresale en la parte alta de la pared y piensas: ¿Este pedazo lleno de herrumbre se quedó ahí desde que construyeron la casa?
Quedarse en casa sólo para pensar en ese pedazo de alambre. Imaginar que alguna araña, una tarde de éstas, decidió, igual que tú, quedarse en casa; decidió, igual que tú, no bordar su telaraña; decidió, igual que tú, trepar en ese alambre oxidado para jugar el eterno juego del equilibrista; decidió, igual que tú, pensar en quien te dio a Paz, la paz.
Quedarse en casa. Para levantarte, caminar catorce pasos y preparar tu cena.
viernes, 6 de marzo de 2009
POR SI LOS DINOSAURIOS
Me dijo que iba a revisar su bolso "por si las moscas". Buscaba las llaves para entrar a su casa.
¿Por si las moscas? ¿Por qué se dice así? ¿Qué tienen qué ver las moscas con aquéllo que no encuentra una solución?
Hoy, por si las moscas, digo que los ángeles existen; que todos los tiempos son buenos para cosechar gajos de luz; que París es un camino empedrado con rayos de sol; que la canela es un trozo de vida que se compra en cualquier mercado; que los libros también sirven como almohadas o como matamoscas.
Por si las moscas, el lector abre el libro a la mitad -justo a la mitad- y lo deja sobre sus manos como si éstas pidieran clemencia. El lector entrecierra los ojos (para que la mosca crea que el hombre duerme), y, justo cuando la mosca jodona comienza a hacer involuciones sobre el cielo del lector, éste prepara sus manos para cerrar de golpe el libro y atrapar a la impertinente.
Cuando la mosca vuela, el lector debe dar gracias a Dios.
No hay cosa más asquerosa que hallar una mosca destripada en medio de un libro. No hay cosa más triste.
Por si las moscas digo que los ángeles vuelan por los callejones, por los conventos, por los cuartos donde no hay más que un colchón sobre el suelo, por los ríos donde fluyen los ladridos de los perros. Los ángeles, y las moscas también, vuelan cerca de los libros.
GRANOS DE ARENA (10)
DE INTELECTUALES RAYOVAC
El destino de la veladora es trágico: a medida que da luz ¡desaparece! Lo mismo sucede con los verdaderos poetas. En cambio, los cachetones farsantes emplean luces de neón para hacernos creer que son flama.
DE ANIMALES EN JAULAS A CIELO ABIERTO
Un chiapanaco es aquél que cuando supo que el jaguar es un animal en peligro de extinción fue al estadio “Manuel Reyna” y compró boletos en reventa como un aporte para una campaña en favor de dicho animal.
LOS ESPÍRITUS MÍNIMOS
Doña Enciclopedia estaba orgullosa hasta el día de ayer en que su hijo menor le provocó el mayor disgusto de su vida. Desde siempre trató de inculcar en sus hijos el gusto por la tradición familiar. Así logró que su hijo mayor viajara a Londres para convertirse en una traducción inglesa de “Pedro Páramo”, en pasta dura; y el hijo intermedio se volvió un incunable que permanece en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, al lado de una de las biblias impresas por Gutenberg. Pero, ¡ay, ay, jóvenes de estos tiempos!, el hijo menor se encaprichó y, desde ayer, insiste en ser un libro de bolsillo. Pero esto no es todo, insiste en ser una edición de bolsillo de “Juventud en éxtasis”, de Cuauhtémoc Sánchez.
Y LOS MÁXIMOS
Porque no todas las familias se hacen libros, otras los hacen. La familia Ace-v-Do-Remifasol anuncia que ya está listo el tomo uno de “Los Bolonautas”, del destacado periodista Arcadio Acevedo. Pedidos desde cualquier parte del mundo a: aarcadiom@yahoo.com.mx.
LA HISTORIA DEL HOMBRE QUE CONFUNDÍA LA PALABRA LUCHO CON LA PALABRA LECHO
Desde niño confundía dichas palabras. Cuando se casó con Lucha, Lecho la llevó de inmediato al lucho, pero halló que su mujer no era virgen y que, según confesó ella, había tenido más de treinta amantes. Lucha, desde que cumplió catorce años, confundió la palabra himeneo con Hi meneo.
DE LÍNEAS QUE NO TIENEN NADA QUE VER CON LAS LÍNEAS DE COCA
Un chiapanaco es quien al enterarse que Pacheco había estado en San Cristóbal, dijo: “No sé cómo los auténticos coletos permiten que haya tanto mariguano pacheco por sus calles”.
RECADO PARA DÁMARIS, EDITORA DE LA SECCIÓN CULTURA
En el Archivo Histórico de Comitán existe una colección de la sección de cultura de El Heraldo de Chiapas. En tomos perfectamente encuadernados están reunidas las hojas que día a día vos armás en colaboración del equipo. Esto es iniciativa de quien, hasta el jueves de la semana pasada, fungió como secretario municipal de este pueblo. Sé que a vos y a los miembros del equipo y a los jefes (los Ricardos) les dará gusto saber que en Comitán consideran que este esfuerzo es digno de archivarse para que los investigadores, alumnos y curiosos se acerquen a beber un poco de estas aguas. Creo que, aunque ya no ocupe el cargo de secretario municipal, a David Esponda hay que ponerle una nota aprobatoria en este renglón. ¿Te parece?
COLOFÓN
¿Qué piensan los ateos cuando se despiden y dicen A-diós?
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