jueves, 29 de noviembre de 2007

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (13)

El otro jugador quedó sentado con la punta del cuchillo frente a su cara. Los demás bebedores se replegaron a la pared más cercana e hicieron silencio. Era ley que en un pleito nadie debía meterse. Don Artemio dejó de cortar cebolla, se limpió las manos con el mandil y apoyó sus codos sobre la barra. Esperaría el desenlace. Nunca pasaba de dos o tres amagues y de tres o cuatro cortadas, de hecho el gusano que caminaba en la mejilla de "El cara podrida" era recuerdo de una riña pasada. Mas, cuando el de la cicatriz se paró y se llevó la mano derecha a la espalda y sacó una pistola, todo mundo de "La sin par" supo que esa vez el final sería diferente. Ninguno de los dos jugadores dijo una sola palabra en todo el duelo, parecía que el silencio era una piedra más pesada. Yo, que no perdía detalle, pensé que también en el silencio estaba Dios y sentí cómo aleteaba en medio de esa tensión. Uno de los rivales, con las piernas entreabiertas y los brazos como si fueran tenazas de cangrejo, se pasaba el cuchillo de una mano a otra, mientras el segundo rival mantenía firme la pistola. Todos mis sentidos estaban puestos en descubrir algún hueco divino, descubrir si en alguno de esos objetos se manifestaba. Conocía las pistolas porque siendo más niño había jugado a los vaqueros, o porque las había visto en alguna serie de televisión, pero jamás había visto una de verdad. Como Dios está en todas partes, supe que estaba en el cañón de aquella pistola, en el filo del chuchillo y, también, en el gusano que ahora estaba húmedo por tanto sudor que tenía la cara del jugador. ¿Estaba Dios en la mirada de ambos? ¿En ese fuego abrasador que vomitaban? En donde sí estuvo Dios esa tarde fue en el abrazo que me dio Azucena y que fue como una ola que me arrastró hasta debajo del camastro. Ahí escuché el balazo, los gritos, las carreras y los tropezones de los bebedores que alcanzaban la puerta; ahí escuché, ¡al fin!, el renacer de las palabras. "¡Está muerto!", dijo uno. "¡Pélate!", dijo otro, y oí la carrera y, de nuevo, el silencio. Poco a poco asomaron los sonidos escondidos: pasos, el arrastre de un cuerpo y un portazo.

(Continuará)