martes, 6 de noviembre de 2007

La tarde en que pinté la música


¿Pintar un piano? ¿Un piano de cola? ¿De concierto?
"No", me dijo el coleccionista, "es un pianito".
Pero, ¿hay cosas pequeñas en el mundo?
Recibí el piano y, ya en la casa, lo puse sobre una mesa reducida, para que el pianito estuviera en escala (¿cómo decir cuánto mide? Imaginen algo que mide sesenta centímetros de diámetro, digo, si es posible hablar de diámetro en una forma irregular).
Cerré los ojos y traté de oír algún sonido. ¡Nada! Supe que yo debía hacer que este pianito sonara. Su sonido debería ser de color, de ventana de pinacoteca.
Volví a cerrar los ojos, ya no para escuchar, sino para imaginar, para soñar con el color del sonido y, también, del silencio.
Una vez que terminé de pintar el piano (después de tres semanas), volví a colocarlo sobre la mesita y cerré los ojos. ¡Tampoco oí nada!, pero, cuando abrí los ojos oí algo como una pequeña fuga, como un intento de sonatina y supe que este pianito debe "oírse" con los ojos abiertos.
El domingo pasado saludé al coleccionista en el bazar. Le avisé que ya está listo su pianito, miré que se emocionó y esto me emocionó a mí.
Quedó de pasar hoy o mañana a la casa por el objeto, por el trozo de madera que hoy está lleno de color.
Antes que el piano se vaya "con su música a otra parte" quise compartir la imagen con ustedes: ¡mis lectores!
(Nota: si hacen clic en la imagen pueden verla más grande).