¿Vos te llamás Alejandro Molinari Torres, verdad? ¿Te acordás de mí? ¡Estudiamos juntos en la Prepa!
¿No te acordás de mi cara?
¿Mi nombre? Ah, cabrón, no me chingués, ¿de verdad no te acordás de mí?
La Prepa estaba en donde hoy es la Casa de la Cultura. Las clases eran en unos salones bien oscuros y retealtos.
¿Por qué los salones eran tan oscuros? ¿Por qué eran tan "retealtos"? ¿Eran así para que apreciáramos la luz que crecía como trigo en el patio y en los corredores?
Los salones eran tan altos como los cielos, tal vez por eso era muy difícil apresar los sueños. Los sueños volaban como papalotes y se perdían en lo más alto de los techos húmedos de los salones de la Prepa. En la inmensidad los hilos se confunden, se enredan, se vuelven una maraña indescifrable. Tal vez por eso los sueños de los otros a veces enlodaban o iluminaban los nuestros.
¿Quién es este que me habla? ¿Por qué él recuerda puntualmente mi nombre, mientras yo lo percibo apenas como una niebla irreconocible?
¿Qué dejamos atrás cuando la luz se extiende ante nuestros ojos, cuando la rama se endereza y deja solo al árbol torcido?
¿Te estás haciendo pendejo, verdad? ¿Cómo no te vas a acordar de mí, cabrón? Acordate que estuvimos en la misma área, en la de físico-matemáticos. A poco no te acordás que recibíamos clases en un salón bien chiquitío, el que estaba al fondo del corredor principal. Al principio era una bodega en donde guardaban escobas y cubetas, que ya después lo volvieron salón.
Todo es así como lo dice mi compa, todo fue así, igual que él así lo recuerdo yo. Los otros deben recordarlo de manera diferente, porque nadie vive lo mismo. El agua siempre es la misma pero cada uno forma su propio río.
Sí, recuerdo que en el parque había una cafetería que se llamaba "La pantera rosa"; recuerdo que los pantalones eran "acampanados" y que el cabello de los hombres era largo; recuerdo que era el año 1974 y "Avándaro" era el referente de rebeldía que como resaca de mar nos llegaba a Comitán.
Y los salones de la Prepa eran oscuros porque los postigos de las ventanas eran muy pequeños, pero además, eran oscuros porque el futuro era incierto, porque algo de la luz exterior se colaba, pero nosotros no percibíamos ese chisguete. Todo era como una niebla, como ésta que ahora me persigue y no me permite ver el rostro del compa que me habla, el rostro de quien, necio, terco, insiste en que fuimos compañeros de estudio.
¿Por qué insiste? ¿Por qué no me manda a la región en donde vive esa mujer que Octavio Paz desnudó en su "Laberinto de la Soledad" y que se llama "la chingada"? ¿Por qué, afectuoso, se sienta a mi lado, tolera mi olvido y, como si yo fuera un enfermo de Alzheimer insiste en alumbrar el camino tan distante, tan lejano?
(Si Dios lo permite, continúo mañana).