lunes, 19 de noviembre de 2007

Dios también resuelve crucigramas (3)

¿Cómo llegué a trabajar en una cantina cuando sólo tenía nueve años de edad? Una tarde llegó mi tío Eutiquio a la casa. El oficio de mi papá era ¡leer periódicos!, así que bajó el periódico y por encima de él vio a mi tío con su maleta.
- ¡Por amor de Dios! ¿Otra vez te corrió tu mujer? -le dijo y lo llamó con la mano. Mi tío entró, fue al cuarto de huéspedes, guardó su ropa en el clóset, abrió una botella de ron y bebió. No dejaría de beber hasta el día en que -era su costumbre- llegara la tía Eufrosina y, como si fuera un niño, lo llevara de la mano y gritara:
- ¡Y si vuelven a secuestrar a mi esposito se las van a ver conmigo!
Me topé con mi tío durante el segundo día, cuando ya había vaciado las dos botellas que siempre llevaba adentro de su maleta. Estaba sentado junto a la barda que era límite entre el patio y el corredor, tenía la botella vacía entre sus manos.
-¿Qué haces cabroncete? -me preguntó, mientras extendía su brazo como si tratara de atrapar el aire.
-Nada, tío -le respondí. Me acerqué a él y le tomé la mano. Lo hice para que no se sintiera solo. Cuando veía a mi tío, algo me apretaba el corazón. Siempre vestía un saco arrugado, y su pantalón tenía más remiendos que estrellas tiene el cielo.
-¿Qué haces? -repitió.
-Nada, tío -volví a contestar. Alzó su cabeza, trató de enfocarme y, con la mirada como de mar embravecido, dijo:
-Yo bebo porque Dios me puso en ese camino, sólo le pido que me lo pavimente -y rió, y rió tan fuerte y tan a gusto que se hizo para atrás y cayó de la silla y quebró la botella y el tufo del ron impregnó todo el corredor y el aire que jugaba por ahí.

(Continuará)