-¡No! ¿Cómo crees? -dijo mi mamá cuando le pregunté si era cierto lo que había dicho mi tío.
-Se ha dado el caso -dijo mi papá, que había interrumpido su lectura y escuchaba nuestra plática-. Una vez leí en el "Excélsior" que un borracho dejó de beber para siempre el día que vio físicamente a Dios en el fondo de una botella-. Yo me quedé como un pilar de la casa y, después de varios minutos, minutos en que mi papá siguió su lectura y mi mamá su bordado, salí de la sala sin que ambos lo notaran. En mi cuarto prendí la lámpara del buró, saqué mi diario y escribí: "Dios está en todas partes y, también, en el fondo de las botellas. Está en el fondo de la botella del "Orange Crush" que tomo a diario y está, sobre todo, en la botella de ron que toma el tío Eutiquio". Cuando guardé mi diario ya sabía que mi destino me llevaría a buscar huellas en los fondos de botellas. Le pedí entonces que me pavimentara el camino y así fue como llegué a la cantina de Barra Oxidada.
Mi papá Ausencio no fue siempre lector de periódicos. Tuvo otros oficios. Después de estudiar medicina se dedicó a leer periódicos. Yo creo que leía tanto sólo por encontrar la palabra que nunca encontró de niño.
Sucede que una vez fue a casa del limosnero del templo de Santo Domingo. El limosnero era un inválido en silla de ruedas. Ausencio niño tuvo curiosidad por ver cómo le hacía Milito "el impedido" para llegar a su casa. A las tres de la tarde Milito movió la silla dándole vuelta a las ruedas con sus manos. En la esquina lo esperaba un muchacho con tatuajes en ambos brazos. El tatuado empujó la silla por las calles. Ausencio los siguió y se escondió detrás de un poste al ver que Milito entraba a una casa del barrio de La Pila.
(Continuará)