viernes, 23 de noviembre de 2007

LA MAGIA DE LA PALABRA

Mañana comienza la FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO (FIL) en Guadalajara. Las ferias son una celebración del espíritu. El mundo, desde siempre, ha celebrado fiestas. Las hay para todos los gustos. Actualmente el mundo celebra ferias de autos, de videojuegos, de pornografía y de mil conceptos más. Los aficionados a las diversas disciplinas se congregan y echan cuetes y un poquito de trago para alimentar el espíritu.
La FIL es una feria de la palabra. Convoca a todos quienes reconocen en la palabra a la flama que construye el mundo. Como si fueran ladrillos, las palabras tienen la vocación de construir los cimientos de puentes y de las demás estructuras del pensamiento.
Mañana habrá fiesta en Guadalajara.
Los grandes eventos están siendo dominados (no podía ser de otra manera) por ciudades del norte del país. Como diría el poeta: "el sur también existe", pero existe metido en un fango de mediocridad. Basta ahora señalar el Festival que en homenaje a Jaime Sabines impulsó el Centro Cultural que honra a este poeta, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Según las crónicas todo fue un desastre, apenas salvado por la luz de la palabra de los invitados. ¡Qué pena!
Mañana hay celebración en Guadalajara. Que el gaznate de los hombres y mujeres de buena fe se llene de luz. Que los buches de tequila y los ríos de palabras sacien la sed del alma. Que la resaca del polvo de oro llegue hasta nuestras playas. ¡Que así sea!

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (7)

¿Ya mencioné que desde aquella tarde del mensaje las palabras tomaron otra dimensión? Fue como si estuvieran metidas adentro de un frasco y brillaran como luciérnagas. Me sentaba al lado de mi abuela y le pedía que rezara, pero que rezara muy quedito. Cada palabra que pronunciaba me llevaba a otras palabras. Por ejemplo, si ella decía EL PAN NUESTRO...yo veía cómo el PAN jalaba al TRIGO, a la MESA, al MANTEL, al color BLANCO, a la LUZ, al ESPÍRITU y así hasta que mi mamá me llamaba para cenar.
Cuando llegué a Barra Oxidada me paré frente al mar y Azucena pronunció la palabra MAR; sonó muy distinto a lo que yo pronunciaba en mi casa. En Barra Oxidada, la palabra MAR tenía arena, llevaba delfines enredados en su cabellera de espuma, olía a sal y viento. Cada vez que Azucena decía MAR la palabra se hamaqueaba sobre las palmeras.
Desde entonces la palabra se despojó de su vestimenta física habitual y adoptó la esencia de su espíritu; era como si la gente, en lugar de decir simples palabras, expulsara pájaros o nubes. Entendí que la palabra era uno de los huecos que empleaba Dios para hacerse invisible.

(Continuará)