viernes, 16 de noviembre de 2007

Las puntadas de don Gabriel

En Irán fue prohibida la novela más reciente de Gabriel García Márquez. Al principio los iraníes se espantaron con el título de "Memoria de mis putas tristes" y lo cambiaron por el más suavecito de: "Memorias de mis tristes cariñitos".
Por cuestión de gustos no he leído tal novela. No se me antojó leer la historia de un viejo que para celebrar sus noventa años de vida, ¡noventa años!, quiere acostarse con una muchachita virgen. ¡Por el amor de Dios, la historia se me hizo francamente sin sustancia! Pensé en la muchachita, pensé en el asco que le produciria acostarse con un viejo talguatudo en su primera experiencia, y yo también sentí un poco de asco. Yo, que soy medio perverso, la hallé llena de perversión absurda. Pensé que perdería mi tiempo leyendo tal novela. Mejor releí algunos cuentos de Cortázar. Siempre he pensado que Cortázar es mucho mejor escritor que García Márquez. Cortázar tiene más sustancia, me abre más puertas, más ventanas, pero, insisto, es cosa de gustos.
Lo que sí no tolero es la censura. No soporto a los gobiernos dictatoriales que se erigen como jueces de buenas conciencias. No tolero a los hombres que le tienen miedo a las palabras. No soporto a los hombres que dividen los diccionarios en buenas y malas palabras.
Cada palabra tiene su razón de ser, su manera de designar algo único. La palabra puta es sonora, llena de reverberancias, y designa a una mujer que tiene como oficio vender su cuerpo. "Cariñito" es agua que bendice otro río, ¿no? Yo puedo decir que una madre hace cariñitos a su hijo, y sonaría muy perverso que yo dijera que una madre le hace puterías a su hijito. Cada palabra es un cordel que sirve para atar algo especial y único.
Sonaría como trapo triste decir: "Hijo del gran Cariñito", cuando lo que queremos decir es: ¡Hijo de la gran puta!
La gran puta es la diosa de los burdeles, la mujer cubierta con tafetanes de oro, la que pasa en medio de los hombres y los vence, los domina con sus encantos. Así entonces, cuando un individuo es un gran malandrín se le aplica el término de hijo de la gran puta; es decir, hijo de la bruja mayor, la poseedora de las grandes artes de la noche. ¿Hijo del gran cariñito? ¡Qué absurdo! ¡Qué tonto!
Es triste que en estos tiempos la palabra siga siendo objeto de amputaciones.
En Comitán yo tuve un afecto que decía: "¡Pa'qué puctas!". A mí me encantaba oír esta palabra, porque se me hacía un invento que abría otra ventana y no algo que sustituyera a la palabra puta. ¡Designaba otra cosa, algo difícil de explicar con otras palabras! En Tuxtla acostumbran decir: "¡Pa'qué pictes!". Ah, qué bonito. Picte es un elote de tamal. ¿Qué es pucta?
Los iraníes se equivocaron, debieron titular la novela de García Márquez como: "Memoria de mis puctas tristes", y entonces, a la pregunta de: "¿Leerás la novela?", la gente podría decir con gran desparpajo: "¡Pa, qué puctas!"